top of page
Iñaki Aguirre

Walter Benjamin, espectador de Dark

Dark (Paul Schrader, 2017), una serie producida para Netflix, nos introduce en la filosófica dimensión del tiempo. En sintonía con otras series exitosas como Black Mirror (Charlie Brooker, 2011), la serie alemana se dispone a explorar esa dimensión que Kant llamó “interna”. La experiencia del tiempo ya sido o la del tiempo por venir se hacen presentes tanto como la del tiempo inmediato.



Los análisis filosóficos o científicos sobre Dark son tan abundantes en la red como el propio éxito de la serie alemana. La producción de Netflix (2017) arranca con la desaparición de un niño en un paradisiaco pueblo de la Selva Negra que termina por “provocar” -o eso creemos en un principio- diferentes viajes temporales por parte de los protagonistas desde nuestra actualidad a 1986 o 1953.


“Confiamos en que el tiempo se mueve en forma lineal, que avanza siempre y de modo consciente hacia el infinito. Pero la distinción entre pasado, presente y futuro no es más que una ilusión. El ayer, el hoy y el mañana no son consecutivos. Están conectados en un círculo sin principio ni final. Todo está conectado”:


Estas palabras iniciales de la serie defenestran de un plumazo nuestra creencia en el tiempo lineal que ordena y da sentido al caos que diariamente nos enfrentamos en lo cotidiano. Es decir, la concepción del tiempo y de la historia como teleológica (dicho bruscamente, que avanza hacia un fin o un objetivo). Los análisis iniciales apuntaron a que se recurre a la visión del eterno retorno de Nietzsche, donde la historia se daría de forma cíclica: todos los elementos que nos habitan se repiten constantemente en el tiempo y en el espacio.(1) Así, cuando el protagonista Jonas Kahnwald (en el capítulo 6 de la temporada 2), después de una serie de viajes al pasado como al futuro, regresa para detener el suicidio de su padre, en vez de detener el suceso, acelera el acontecimiento porque su padre Michael se da cuenta que un mundo donde coexisten Jonas y él es imposible. Jonas se da cuenta de dos cosas: que el suicidio de su padre no era el desencadenante de las diferentes tragedias que azotaría a Winden y que él no es libre de crear su propia historia. Los acontecimientos del bucle parecen irreversibles e independientes del accionar de cada uno. De lo mismo se dará cuenta Claudia Tieddeman que, después de un viaje al futuro, descubre cuándo se dará la muerte de su padre en un diario y que, en su inútil intento de regresar para salvarlo, irónicamente es ella la que termina por asesinarlo. Una clara alusión a la saga Terminator, donde un robot es enviado desde al pasado para matar a la madre de John Connor y, de esta manera, evitar su nacimiento y trayectoria militar.


Sin embargo, el autor con el que muchos habremos asociado la serie es Walter Benjamin, filósofo alemán que lanzó un fuerte dardo contra la idea de progreso al que va asociado la concepción lineal de la historia. La crítica del progreso no es nada inusual en los albores del siglo XXI, pero no sólo por un posmodernismo odiador de los grandes relatos: las catástrofes militaristas o el desastre ecológico no le han sentado nada bien a dicha idea durante el siglo XX.


Walter Benjamin es un autor muy leído en Argentina, su forma de escritura y su bibliografía trágica nos siguen interpelando hoy en día. En sus conocidas Tesis sobre el concepto de la historia de 1940, una mezcla entre teología judía y materialismo histórico, señalaba a la concepción de la historia burguesa como una sucesión de hechos o continuum, “tiempo homogéneo, vacío” y lineal, un orden temporal del que se sirvieron las clases gobernantes.


“El historicismo se identifica empáticamente con las clases dominantes. Ve la historia como una sucesión gloriosa de grandes hechos políticos y militares. Al hacer el elogio de los dirigentes y al rendirles homenaje, les confiere el status de «herederos» de la historia pasada. En otras palabras, participa – como esos personajes que ponen la corona de laurel encima de la cabeza del vencedor – en ese cortejo triunfal de los dominadores de hoy, que avanza por encima de aquellos que hoy yacen en el suelo”.


La crítica del progreso no es nada inusual en los albores del siglo XXI, pero no sólo por un posmodernismo odiador de los grandes relatos: las catástrofes militaristas o el desastre ecológico no le han sentado nada bien a dicha idea durante el siglo XX.

En la serie, como representante de esa burguesía triunfante, nos presentan a Bernd Doppler, gerente de la planta nuclear de Winden que lanza una buena arenga schumpeteriana en la escena de inauguración que transcurre en 1953: “cuando se construya esta central será una revolución. Eso dará un cambio. Lo antiguo debe de dar paso a lo moderno”. Él cree que a través del cambio tecnológico se alterarán las formas de producir, de interaccionar con el ambiente y las propias concepciones del mundo.


Sin embargo, Walter Benjamin no es un tecnófobo vulgar (si uno indaga un poco en su obra verá que es todo lo contrario). No es un ludita que, como un personaje de Black Mirror, quiera arremeter contra la tecnología para poder abrazar a la pachamama. Él no niega que la acumulación de capital (esa ansiada búsqueda de beneficio) y la competencia capitalista desencadene un impulso al desarrollo de las fuerzas productivas para mejorar el bienestar social. Es más, la energía nuclear es menos contaminante que la industria del carbón de los competidores de Doppler. Sin embargo, la naturaleza y la escala de la producción, hasta el punto en el que dan respuesta a los imperativos específicos del capital, no siempre están determinadas por las necesidades humanas o la responsabilidad social, sino por su contribución directa a la producción y reproducción de los capitales individuales en su lucha por la maximización de beneficio. Es por eso que la producción capitalista puede adoptar formas socialmente despilfarradoras o ecológicamente destructivas, por no hablar de la guerra.


No por nada, el progreso llevaría a la catástrofe. Dice Benjamin: “La catástrofe es el progreso, el progreso es la catástrofe. La catástrofe es el continuum de la historia”. Y eso que las Tesis, escritas en 1940, desconocían las complejas dimensiones del horror que más adelante se iban a conocer: la Shoá, la bomba en Hiroshima y Nagasaki o el Gulag. Estas palabras que hoy nos resuenan con tanta fuerza me llevan a asociarlas con el anunciado apocalipsis de la serie. Este se introduce en Dark como el momento al que llevaría el desarrollo de los diferentes hechos que transcurren en su desarrollo. Este tema, junto a los viajes en el tiempo, es de los que linda con la ciencia ficción. Al fin y al cabo, lo bueno del género es que nos muestra los diferentes desarrollos que puede tener nuestra sociedad en un futuro posible: el posthumanismo con Philip K. Dick, la tecnología en Black Mirror, la catástrofe en Ballard, etcétera.


Uno de los objetivos de los protagonistas será detener el apocalipsis que se iniciará en Winden y que azotará al mundo entero. Una avejentada Claudia Tiedemann, calificada por sus antagonistas como “demonio blanco” y que luce una larga y canosa cabellera blanca, será quien intente cortar ese continuum de la historia, que en la serie se metaforiza como el hilo rojo de Ariadna, y así evitar el apocalipsis. La apariencia y los fines de Claudia me llevan a asociarla directamente con el Ángel de la historia que Walter Benjamin introduce en sus tesis:


“Su rostro está vuelto hacia el pasado. Allí donde percibimos una cadena de acontecimientos, él ve una única catástrofe que sigue apilando destrozo sobre destrozo y la arroja frente a sus pies. Al ángel le gustaría quedarse, despertar a los muertos, y rehacer la unidad de lo quebrado. Pero viene una tormenta del Paraíso; lo ha golpeado en las alas con tal violencia que ya no puede cerrarlas. Esta tormenta lo empuja irresistiblemente hacia el futuro al que él ha vuelto la espalda, mientras la montaña de escombros frente a él crece hacia el cielo. Esta tormenta es lo que llamamos progreso”.


Esa “mirada hacia los horrores del pasado” nos recuerdan a los abatidos Jonas y Claudia cuando, después del desastre nuclear, contemplan un cementerio con los nombres de sus seres queridos fallecidos en la catástrofe, la montaña de escombros. Sin embargo, esa mirada hacia los horrores del pasado no es solamente para lograr un futuro mejor, los viajes en el tiempo son precisamente para detener el apocalipsis y así redimir a sus amigos, familiares y ancestros. No por nada el trabajo de Walter Benjamin (que se suicidó huyendo del nazismo), pese a que no sea una concepción sistematizada de la historia, fue rescatado para el trabajo de memoria histórica, la labor por rescatar a los que “yacen en el suelo”.


El continuum de la historia era, para Benjamin, una locomotora que, como los acontecimientos de Dark, iba en plena marcha hacia la catástrofe que debía de detenerse con el freno de embrague por parte de la clase obrera. Los años 20 fue la década en que gran parte de la clase obrera organizada, tomando la idea de progreso, pensaba en términos de actualidad revolucionaria: “nada ha corrompido más a la clase obrera que la idea de que ella nada a favor de la corriente”, los azotaba Benjamin. Y es que en 1940 la clase obrera alemana, después de su perseguimiento y exterminio, había sido derrotada a manos del nazismo.


Cuando los guionistas de Dark fecharon el apocalipsis el 27 de junio de 2020 en la ficción, no creyeron que el viejo cliché de que la realidad lo superaría y se manifestaría con toda su crudeza. Es por eso que la serie adquirió tanta fama, mientras el colapso de los sistemas de salud, el desempleo, la flexibilización, la depresión económica y la multiplicación de las fosas comunes nos presenta el más horroroso de los horizontes.



1- https://www.youtube.com/watch?v=pF84as0djCA


2- Una buena introducción a la concepción de la historia de Walter Benjamin la podemos encontrar en Löwy, Michael, Progreso e historia en Walter Benjamin, https://marxismocritico.com/2014/06/11/progreso-e-historia/



6 visualizaciones0 comentarios

Comments


bottom of page