Lucía Hernández presentó Amor Tadela en Espacio Cultural Cunumí, obra que fue su tesis de la carrera de Danza Contemporánea y que ya había estrenado el año pasado en el Teatro Argentino.
Se trata de un genial conjunto de coreografías musicales ancladas en una estética que revisita el kitsch, apropiándose de sus códigos de un modo ingenioso y divertido. Toma canciones románticas que dejaron huellas emotivas en la infancia y adolescencia de la generación de la autora, y construye una serie de coreografías, una para cada canción, interpretadas por cuatro bailarinas. Lo fascinante es que cada número tiene su propia personalidad, aunque siempre bajo una estética recargada de iluminación azul y roja, prendas pastel, estridentes trajes de baño, vestidos con volados, peluches y pétalos pacientemente recolectados. Los bailes son exageraciones grotescas de estilos ya marcadamente retro, tomados del videoclip romántico, la bailanta o el melodrama y la voluptuosa sensualidad del cine de los ochenta y noventa. El resultado es una serie de movimientos de danza divertidos y encantadores, donde las bailarinas juegan pícaramente con humoradas del cuerpo, mostrando sus habilidades como actrices.
Amor Tadela lo tiene todo: risa, emoción, sensualismo y fuerza expresiva en un diseño de arte modesto y creativo. Incluso se sirve de textos enmarcados en el género de cartas de amor. Las voces que los recitan se despliegan en algunos momentos de la obra como otro agente pulsional del cuerpo.
El comienzo es muy ilustrativo en ese sentido: las bailarinas emiten en voz baja frases románticas, como clichés estereotipados, que van subiendo de volumen muy lentamente, hasta ser casi gritadas en anárquico coro y al compás de movimientos corporales bruscos y desencajados, que parecen expresar la incapacidad de alcanzar ese objeto eternamente perdido del amor. Cuerpos convulsionados que expresan la hiancia abierta entre el deseo romántico y la realidad.
Como si tras el velo de un anhelo aparente quedaran al desnudo los engranajes de una maquinal repetición sin vida. La obra parece el retrato de la representación temprana del amor en el imaginario femenino que, al caer, habilita la emergencia de deseos más genuinos y singulares.
El cierre del espectáculo es verdaderamente audaz en su estrategia para involucrar de modo físico al público en lo que sucede en el escenario, sin invadir y encontrando complicidad.
Resta decir que a este escriba marginal lo emociona especialmente saber que el curso que dictó en 2022 sobre cine y kitsch colaboró en el proceso de creación, siendo uno de los motores de inspiración de una obra tan brillante y colorida.
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