Ya es costumbre del autor referirse a películas policiales, indudablemente un género de su preferencia. En este caso, pone en la mira una obra que se llevó un premio a mejor dirección en Cannes y analiza sus oscilaciones entre policial y drama.
Viento salvaje (Wind river), ópera prima escrita y dirigida por Taylor Sheridan, es un híbrido entre el drama y el policial. La combinación entre éstas, aparece desde la primera escena, donde una mujer corre desesperada en una noche nevada, escapando de algo, y la voz en off de una adolescente recita un poema. Luego nos enteraremos que esos versos fueron escritos por la hija asesinada, años atrás, del cazador de lobos que ayudará en la búsqueda del FBI de los responsables de la muerte de la chica que huye. Se trata de un recurso que rompe un poco con los códigos del género al mezclar morbo y sentimentalismo.
La película trabaja los perfiles psicológicos de los personajes principales: la mujer policía del FBI y el ya mencionado cazador. Ambos proyectan sus propios fantasmas en el caso que investigan: lidiar con un mundo despiadado donde la ley de la violencia masculina se impone, en el caso de ella, y evocar la muerte de su propia hija al investigar las causas de la muerte de la joven india, en el caso de él. La activación de la realidad fantasmática del protagonista (su mundo interior) a partir de la investigación es un recurso típico de cierto cine policial, también denominado thriller psicológico.
Tiene la arquitectura detectivesca, pero al mismo tiempo está revestida de una capa metafísica podría decirse. El misterio de la muerte violenta e injusta de un ser querido lo envuelve todo. La tramitación del dolor por esa pérdida se ve en cada uno de los personajes.
Las escenas de violencia, que son contadas con los dedos de una mano, son tan contundentes que sacían cualquier estómago acostumbrado y demandante de un poco de crueldad en el cine policial. Sirven para compensar la lentitud de las escenas dramáticas, donde abundan los diálogos extensos y profundos (muy buenos, por cierto). La tensión que se alcanza con los momentos de acción va sumergiendo gradualmente al espectador en el corazón de ese universo ficcional. El equilibrio entre acción y drama recuerda al cine de Clint Eastwood.
Desde el comienzo el pacto que se establece con el espectador es claro. En la segunda escena, luego de esa introducción de la joven corriendo en el hielo, vemos un lobo a punto de cazar corderos. Su acción temeraria es interrumpida por un disparo que lo derriba implacablemente. Es el cazador, camuflado entre el blanco que lo cubre todo, cuyo oficio es proteger a los animales de criadero de las bestias predadoras en territorios climáticamente tan hostiles. Me hizo acordar a otra escena, también inicial, del documental El bosque de la felicidad del antropólogo Robert Gardner, sobre la ciudad india de Benarés y su cruda desigualdad social, con tres perros matando despiadadamente a un cuarto en unas calles desalmadas. Mediante la crudeza de ese tipo de escenas, al comienzo de ambas películas, el director establece un pacto con el espectador, ubicándolo en el registro de crueldad a partir del cual se va a desarrollar la historia. Me puse contento, debo confesar, cuando el pobre lobo cayó abatido tan tempranamente.
Hay unas escenas al comienzo, en las que el cazador le enseña al hijo cómo llevar una escopeta y montar a caballo. Son buenas, lo que ocurre es que quedan muy en el aire. No vuelven a retomarse casi en lo que sigue de película. Fuera de eso, el guión funciona correctamente.
Me asusté cuando supe, antes de ver la película, que había ganado un premio a mejor dirección en Cannes. Me dije a mí mismo que eso podía ser bueno, o malo. Buscaba un policial pero quería que tenga morbo y violencia, que fuera dinámico y entretenido.
Sin salirse quizás de los cánones de premiación de ese festival francés, la película cumple con las expectativas de un tipo de espectador parecido a mí. Con igual puntería que el cazador, la película mata dos inclinaciones cinéfilas de un tiro. No tiene un discurso muy políticamente correcto.
Los perseguidores de los asesinos transgreden varias veces la ley en la empresa de tratar de capturarlos y no reniegan del ojo por ojo. Raro tal vez que Cannes haya accedido a reivindicar estos lugares comunes del cine norteamericano. La maestría narrativa, propongo como conclusión, muchas veces hace olvidar los hábitos de valoración ética características de un lugar y un tiempo determinados.
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