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Foto del escritorJavier Bonafina

Napoleón en la mira de Ridley


Todos conocemos y amamos a Ridley Scott: Alien, Blade Runner, Thelma & Louise, Gladiator, American Gangster e incluso Alone on Mars. Ningún género parece amedrentarlo. Con Napoleón, el director británico demuestra una vez más el alcance de su talento. Aunque, la verdad sea dicha, no estamos en presencia del último y definitivo film sobre un personaje histórico de características olímpicas.




La calidad visual, una vez más, no decepcionará al espectador. Éste es uno de los rasgos del carácter de Scott: tratar cada escena como un cuadro. Sus imágenes son insaciables. Construye sus decorados como cuadros impresionistas. Hay un dominio de las batallas y un gusto por las referencias a la pintura. Cuadros como Bonaparte delante de la Esfinge de Jean-Léon Gérôme, El General Bonaparte en el Consejo de los Quinientos, en Saint-Cloud de François Bouchot o, por supuesto, La coronación de Napoleón de David siguen siendo referencias interesantes.


Uno de los desencantos que el público deberá atravesar: el inglés está en todas partes. El lenguaje de Shakespeare suena como una nota falsa a lo largo de la biopic sobre la figura más importante de la historia francesa del Siglo XIX. Escuchar a rusos, austríacos, franceses e ingleses oponerse en inglés tiene algo extraño. Las diferencias entre naciones e idiomas dicen algo sobre los conflictos de la época, pero es una elección del director que bien podríamos disculpar.


Más allá de esta primera decepción auditiva, ¿qué podemos decir de esta película del director de Alien (1979), The Duellist (estrenada en 1977 y que se desarrollaba durante las guerras napoleónicas) o la muy convincente The last Duel (2021)?


Los críticos, especialmente los franceses y los historiadores, no parecen estar bajo el hechizo de este Napoleón. Los errores históricos —o más bien los cambios creativos— son legión. Hay que decir que resulta especialmente difícil para un director encajar el ascenso y la caída de Bonaparte en sólo 158 minutos.


¿Deberíamos entonces culpar a Ridley Scott de hacer cine y espectáculo en lugar de un documental o una tesis incuestionable? Ciertamente no. Napoleón sigue siendo una obra de ficción, un punto de vista, una reinterpretación.

Entonces sí, hay algunas cosas falsas, atajos en la historia, algunos clichés, una idealización de los acontecimientos y una mirada un tanto británica del personaje y de la historia de Francia o. mejor dicho, de la historia europea.


Esta versión se parece —demasiado— al juicio que la historiografía anglosajona llevó a cabo contra Napoleón hace unas décadas. Sobre el final se despliega, ante el atónito espectador, una lista de víctimas de las campañas napoleónicas; una lista que, por otra parte, falta a la verdad. Se olvida rápidamente el contexto histórico europeo de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Cuando le consultaron a Scott sobre por qué había ingresado una escena en la que Napoleón ordena disparar contra las pirámides (una de las tantas cosas que nunca ocurrió), el director explicó: "No sé si lo hizo, pero fue una manera rápida de decir que había tomado Egipto”.


En lo personal, me hubiera gustado ver la juventud de Bonaparte, entender algo de su relación con su madre, empezar a esbozar lo que iba a ser un gran retrato. Todo sucede de manera vertiginosa: el Terror, su matrimonio, la campaña egipcia, el golpe de Estado de 1799, el Imperio, Austerlitz, el incendio de Moscú, Waterloo, el exilio. Sus victorias militares a menudo se contraponen a sus derrotas personales.


La historia de Joséphine es un elemento de profundidad encarnado deliciosamente por Vanessa Kirby. Vemos un hombre enamorado de Joséphine y, también, obsesionado por el poder, un estratega convencido de su grandeza. Otras trayectorias se insinúan sin lograr ver el día: su madre, sus amigos, sus consejeros, sus elecciones políticas, sus gustos, sus miedos, sus deseos.


Hay cualidades innegables en el film. Las batallas están particularmente bien filmadas y montadas. Incluso si conocemos el desenlace de tal o cual secuencia, empezamos a vibrar, a temer, a esperar.

Desde una bala de cañón que pulveriza las patas delanteras del caballo del joven Napoleón durante el Sitio de Toulon, o en la batalla de Austerlitz y sus hielos-trampa del congelado lago de Satschan, Ridley Scott muestra su dominio de la acción. El trabajo de Ridley Scott y su director de fotografía, Dariusz Wolski (desde Prometheus), sobre la posición de la cámara durante las grandes batallas es vertiginoso, a veces en increíbles planos generales dignos de Sergei Bondarchuk.


La película también está protagonizada por personajes como Tahar Rahim, Ben Miles y Rupert Everett, mientras que fue escrita por David Scarpa, el guionista de The Last Castle (2001), The Day the Earth Stood Still (2008) y All the Money in the World (2017). La banda de sonido fue compuesta por Martin Phipps (Brighton Rock, The Railway Children Return, Black Mirror, Peaky Blinders y The Crown). En declaraciones, Phipps dijo: “Scott quería que la música representara a Napoleón como un outsider. No era un aristócrata de la élite como lo eran muchos de los oficiales en el ejército y, de hecho, esa es la razón por la que escapó de la guillotina: porque era un aristócrata de bajo rango. Y él quería que representara eso en la música”. Era importante que la música reflejara la personalidad de Napoleón como un extranjero proveniente de Córcega, incorporando coros tradicionales corsos, Ensemble Organum y Ensemble Spartimu. Se utilizaron instrumentos folclóricos más toscos como el acordeón y la zanfona, así como un piano, que alguna vez fue propiedad de Napoleón, para capturar sus orígenes y, al mismo tiempo, crear un paisaje sonoro distintivo.


En todo caso, ¿por qué deberíamos mirar esta película? En cada película siempre hay un personaje que es Ridley. Tienden a ser bastante periféricos, casi observadores. Es el que tiene un humor más oscuro, el que es, quizás, más desavenido. El que tiene la agenda. Es el personaje de Guy Pearce en Prometheus, un excéntrico multimillonario que anhela la inmortalidad, o Tyrell, el mago corporativo de Blade Runner. En Gladiador es el entrenador, interpretado por Oliver Reed, quien aconseja a Maximus: "Gana a la multitud y ganarás tu libertad". En Napoleón, es Napoleón.

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