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Carlos Tabares

Breve genealogía de las almas perdidas: THX 1138 Revigilado


En 2021 se conmemoran 50 años del lanzamiento de la opera prima de George Lucas. A partir de una lectura de Vigilar y castigar de Michel Foucault, este ensayo invita a revisitar el clásico de la ciencia ficción de los 70.





"La justicia criminal no funciona hoy ni se justifica sino por esta perpetua referencia a algo distinto de sí misma, por esta incesante reinscripción en sistemas no jurídicos y ha de tender a esta recalificación por el saber".

Michel Foucault / Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión

.

"He muerto muchas veces / acribillado en la ciudad.

Pero es mejor ser muerto / que un número que viene y va"…

Charly García / El fantasma de Canterville.


Es en Michel Foucault un hecho, y base de su método de análisis sociológico, la posibilidad de hallar en el pasado procesos que permitan explicar el presente, desentrañando en especial las estrechas relaciones entre las formas de saber y de poder existentes en cada época determinada. Bajo la fórmula de una genealogía es viable extrapolar aquellos procesos superando la simple dimensión del tiempo en función de una nueva: la dimensión de la Historia. La ciencia-ficción, en tanto género, ofrece similar posibilidad: explicar el presente mediante una proyección a futuro de los procesos que hoy configuran la sociedad. Esto es así a causa del requisito referencial que distingue a la ciencia-ficción dentro del fantástico.


Porque si bien toda ficción —científica o no— implica un ejercicio de imaginación y dosis de fantasía, la ciencia-ficción en particular exige una ineludible referencia a las promesas del progreso humano sobre un criterio de factibilidad: puede que una nave como el Nostromo (Alien, Ridley Scott, 1979) no exista hoy, pero es factible en un futuro próximo; puede que una misión tripulada a Júpiter (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968) no sea un hecho presente, pero es factible en un futuro ya no muy lejano; puede que no exista hoy —¿tal vez nunca?— la tecnología para viajar a través del tiempo y, sin embargo, la física apunta a su factibilidad. Vale entonces proponer un paralelismo entre el modo en que Foucault se sirve de documentos y evidencias del sistema judicial francés para explicitar la relación saber / poder subyacente, y la lectura de esa misma relación en el filme de ciencia-ficción THX 1138 (George Lucas, 1971).






En palabras del propio autor, Vigilar y castigar… tiene por objetivo «una historia correlativa del alma moderna y de un nuevo poder de juzgar; una genealogía del actual complejo científico-judicial en el que el poder de castigar toma su apoyo, recibe sus justificaciones y sus reglas, extiende sus efectos y disimula su exorbitante singularidad» (Foucault, 1999, pp. 29-30). Un elemento particular –la evolución del modo de infligir castigo sobre los criminales— sirve a Foucault para desenmascarar una contradicción latente en la sociedad occidental, en macro, y en la francesa, en micro. Dicha contradicción está ligada a la práctica del humanismo y a las ideas de progreso extendidas a partir de la modernidad: el saber justifica formas de poder que habrán de propiciar formas de saber; el poder propicia formas de saber que habrán de justificar al poder. La contradicción se hace patente cuando esta dupla saber / poder atenta contra el ser humano. Tal es el caso en Vigilar y castigar… La aparente humanización o desbarbarización de las penas físicas impuestas a delincuentes solapa en realidad un mecanismo aún más atroz de castigo, al sustituir como objeto de tortura al cuerpo por el alma. Si antes el suplicio fue del cuerpo, en la sociedad moderna el suplicio es del alma. 


El complejo científico-judicial, valga decir el complejo saber/poder, justifica y sostiene esta tesis, de la que el texto de Foucault se convierte en ilustración. La genealogía provee a su autor de un resultado concreto que aporta explicaciones al objeto. Ahora bien, si esto ha sido posible examinando un recorrido temporal específico, desde un punto en el pasado hasta un punto en el presente, ¿qué hay del futuro? ¿Es susceptible a extrapolaciones? Lo es para la ciencia-ficción, siempre y cuando se garantice un mínimo de verosimilitud mediante el criterio de factibilidad antes citado.


Tomemos THX 1138 y definamos su presente (o sea, nuestro posible futuro) pensando en una relación con nuestro presente (o sea, su posible pasado). 


La acción se desarrolla en el siglo XXV. La humanidad vive en ciudades subterráneas, bajo el control de un Estado tecnocrático, totalitario y —por cierto— deshumanizado. Las máquinas han sustituido al ser humano en la toma de decisiones, reduciéndolo al carácter de operario y consumidor. El consumo se ha estandarizado (¿fin del libre mercado en beneficio de un monopolio estatal?). El uso de narcóticos es obligatorio. El deseo, el sexo y la libre procreación están prohibidos. El único objetivo de todo ciudadano es trabajar duro, incrementar la producción, comprar y ser feliz. Para ello es condicionado desde niño (asumiendo, por supuesto, que los niños son un producto más de la industria, necesario para la supervivencia del sistema). Garantiza el correcto funcionamiento de esta sociedad una estricta y constante vigilancia.


La disensión es inaceptable, la rebelión se paga con la vida (dice Foucault (1999) que «el cuerpo sólo se convierte en fuerza útil cuando es a la vez cuerpo productivo y cuerpo sometido» [p. 33]).

Se trata, pues, de un sistema del que se ha desterrado toda posibilidad de azar, un sistema digital donde las cuentas deben ser exactas y cada individuo un número, identificado no por nombre y apellido sino por siglas y dígitos, por ejemplo: THX 1138 (Robert Duvall).


Como sociedad, el corpus aparece perfectamente delimitado y todas las objeciones no bastarían para descartar la posibilidad de su existencia en un futuro. Cada elemento es perfectamente reconocible para audiencias contemporáneas: una clase superior dominante (máquinas en este caso, pero, ¿no son las corporaciones una suerte de maquinaria aplastante donde el criterio de un solo hombre pierde validez ante la dimensión de sus operaciones?), una clase oprimida (la humanidad), un conjunto de convenciones, normas y leyes y, naturalmente, un poder judicial comisionado para guardar su atenta observación y cumplimiento.


Es, sobre todo este último, el poder judicial, el que interesa discutir en el marco de los planteamientos hechos por Foucault.





De cómo lo público se hizo privado


En Vigilar y castigar… se habla de cómo la pena impuesta al criminal evolucionó en el tiempo, desde el exhibicionismo de las ejecuciones públicas hasta el discreto confinamiento y las ejecuciones en privado. Esta primera evolución se atiene a la forma. Pero el texto habla también de otra evolución, más profunda y relevante, una evolución en contenido que tiene que ver ya no con el carácter público o privado del castigo sino con su naturaleza. Del suplicio al arresto domiciliario han mediado siglos y, sin embargo, a la luz de lo expuesto por Foucault cuesta distinguir si ha existido algún beneficio real para el condenado. La desaparición de los suplicios, dice Foucault, nos conduce a la era de la sobriedad punitiva, por cuanto la esencia del castigo va a reducir casi al mínimo, o al menos en apariencia, el sufrimiento propiamente físico.


Bajo el estricto marco de la ley, y esto supone también la Declaración de los Derechos Humanos, el sistema jurídico occidental contemporáneo dice atenerse a estos principios; pero no es necesario ser un condenado para comprender que la tortura del alma es un destino común a todo reo, ya sea por escarnio público, vejación moral o simplemente por la exclusión social que lo determinará el resto de sus días. Sumemos lo que el hacinamiento en las prisiones de nuestros países aporta. 


No resulta aventurada una proyección a futuro de los mecanismos de vigilancia y castigo tal como THX 1138 presenta. En aquella sociedad ficticia el individuo es condicionado desde niño para someterse a las reglas impuestas por el sistema, pero además lleva dentro de sí la absoluta certeza de estar siendo vigilado constantemente, como en un panóptico a escala metropolitana. LUH 3417 (Maggie McOmie), responsable de despertar las pasiones en THX 1138, lo deja saber al advertirle sobre el riesgo de contravenir las normas bajo la atenta mirada del vigilante.


Y no porque haya un dispositivo de control instalado en el gabinete de cada baño, una cámara de circuito cerrado en permanente operación, sino porque existe, más sutil y efectivo, un circuito cerrado psicológico que cada individuo ha incorporado y que actúa como inhibidor natural de la conducta.


La sociedad misma es ya una prisión en la que los individuos son conocidos por números y obligados a sustraerse de todo deseo que no beneficie directamente al sistema. Pero hay más. Dentro de esta prisión que es la sociedad existe la posibilidad de ser castigado, de ser juzgado y condenado.

Es esto lo que ocurre a THX 1138, y es justo a partir de este punto donde el filme se hace más ilustrativo.





El fantasma de Canterville 


A causa de los errores cometidos, consecuencia directa de no ingerir la dosis obligatoria de narcóticos y, por ende, del resurgimiento de la pasión y el deseo, THX 1138 es condenado a prisión. Contrario a cualquier imagen conocida, la prisión mostrada en el filme consiste en un espacio infinitamente blanco y vacío, sin barrotes ni muros a la vista que hagan pensar en confinamiento. Y, sin embargo, el dispositivo funciona de tal modo que los reos son incapaces de aventurarse a escapar. La idea de fuga les es inconcebible. Salvo, por supuesto, a THX 1138. Recordemos que si SEN 5241 (Donald Pleasance) sigue a THX no es con la idea de escapar sino de adquirir el liderazgo del grupo dentro de la prisión. Solo THX 1138 posee la conciencia suficiente para intentar una fuga y no se detendrá hasta lograr su cometido. 


¿Un asunto de conciencia? Sí, justamente: conciencia. 

Después de todo, ¿qué mecanismo opera en la sociedad descrita por el filme, que obliga a los individuos a descartar toda posibilidad de rebelión, y a los reos toda pretensión de escape?. La supresión de la conciencia y, con ella, de la voluntad. No conciencia, no voluntad, no acción. Y resulta bastante sencillo, no por eso menos macabro, el modo como esta supresión de conciencia es determinada. Por un lado está la suspensión del deseo, mediante el condicionamiento, la narcotización y la implantación de la idea de una vigilancia perpetua. Por otro, está el atrofio de los sentidos.


El individuo ha sido despojado de la facultad de pensar por sí mismo, y ha sido también despojado —inconscientemente— de sus sentidos.

Supresión del sentido de la vista: todos los individuos tienen el mismo aspecto, los espacios (públicos o privados) lucen iguales, ropas y pasillos se confunden en un único blanco impoluto. En la prisión, el blanco es infinito. La ausencia de muros, de ángulos, niega la posibilidad de profundidad y perspectiva, requisitos para la construcción de una imagen mental del espacio. Refuerzo conceptual: sin profundidad no hay pensamiento, sin perspectiva no hay punto de vista (ni de fuga).


Supresión del sentido auditivo: ausencia de ruidos que no sean los determinados por el sistema (altavoces con órdenes precisas dictadas en un tono uniforme y estandarizado).


Supresión del olfato: evidente al constatar la reacción de los reos ante «el olor de los habitantes de la corteza». El aire ha sido despojado de todo aroma.


Supresión del sentido del gusto: se han sustituido los alimentos degustables por píldoras insípidas.


Supresión del sentido del tacto: la temperatura es invariable. Los individuos permanecen sedados y se los limita al contacto de objetos, nunca de otros individuos.


Se ha suprimido, pues, la herramienta fundamental del ser humano para conocer el mundo: sus sentidos. Sin posibilidad de conocer, el saber es también atrofiado y, junto con éste, la conciencia y la voluntad. No saber = no poder.

Presenciamos el cenit de la sobriedad punitiva. La absoluta austeridad en el castigo. Todo en el sistema tiende a la desaparición progresiva del sujeto, que acaba diluyéndose en la masa. Lo dice la voz en el confesionario virtual: los individuos han sido creados por las masas y para las masas. THX 1138 se fuga de la prisión, pero solo para encontrarse perdido en un pasillo donde las masas se desplazan uniformemente hacia un destino sin conciencia.




La luz en el túnel


En un despertar gradual, no exento de mortificaciones, el deseo y la lucidez son suficientes para que THX 1138 recupere la conciencia y con ella la voluntad de escapar, ya no de la prisión, sino del sistema. Y lo logra, pero más que por habilidad o azar, por un mecanismo de autodefensa del propio sistema. Un mecanismo basado en su escrupulosa economía: si el costo de recapturar a un reo excede su valor individual, entonces no es rentable recapturarlo.


El individuo queda, una vez más, reducido a dígitos contables, a merced de la implacable exactitud del número. Antes de que exista como un número rojo en los registros, será preferible ignorar su existencia.


En esta ilustración de la relación saber/poder el sistema es tan perfecto en su cometido opresor que todo apunta a la desintegración de la individualidad. Perverso y sutil, el castigo no consiste en la privación deliberada de la libertad o de la vida (base del sistema judicial contemporáneo), sino en la privación inconsciente de la voluntad. El sujeto, prisionero sin saberlo, disfruta de su condición, la agradece, la perpetúa. El triunfo del poder dominante se sostiene en la pérdida absoluta de la identidad del sujeto.

¿Puede haber algo peor?


Quizá lo que nos espera. En la escena final, THX 1138 escala hacia la salida sin saber que la luz al final del túnel no es más que el ocaso, el preludio a la oscuridad. El porvenir trastocado en suplicio del alma.

 



Bibliografía:


Foucault, M. (1999) [1975]. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Ciudad de México, México: Siglo XXI Editores.


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