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Alejandro Noviski

Crónica Festivalera: Mar del Plata 2017

Como todos los años, hacemos acto de presencia en el Festival de Mar del Plata. Uno de nuestros escribas se puso la camiseta de cronista y narró, en forma de notas de flaneur, algunas de las cosas que pueden verse durante el trascendental evento.




Mar del Plata goza de un encanto singular: es la única de las ciudades grandes argentinas que tiene costa marítima. Aquí, el calor de enero es más fresco, la humedad menos pringosa, y el aire del frío más amigable. Quizá por eso, a fines del siglo XIX, se constituye en sus inicios como una ciudad de descanso propicia para huir del sopor de los veranos bonaerenses, y no como una ciudad balnearia, como lo es ahora.


En esta fresca ciudad costera se realizó, en marzo de 1954, la primera edición del Festival Internacional de Cine, interrumpido en sucesivas ocasiones por motivos históricos y políticos, retomando su continuidad en el año 1996, ya de manera ininterrumpida.


El clima de los primeros días de la presente edición no acompañó el buen ánimo de los entusiastas del cine que coparon el centro marplatense. Las jornadas fueron una secuencia de intervalos de nubes, lluvia, sol y frío. Varias veces al día se veía el sol y se sufría la lluvia, y en alguna madrugada la temperatura llegó a descender a cinco grados. No obstante, a partir del martes, se pudo disfrutar de un clima entre primaveral y veraniego.


La mixtura no sólo se presentó en el clima, sino en los estilos de público que visitó y llenó las salas. Este año el festival coincidió con un fin de semana largo, lo que hizo que en el centro de la ciudad, desde Peralta Ramos hasta Independencia, sobre la peatonal y sobre las calles adyacentes, pudiera verse al habitual turismo marplatense combinándose con la congregación cinéfila.


La diversidad también estuvo presente puertas adentro del mundo cinéfilo. Por las mañanas y los mediodías predominaban hombres y mujeres que rondan la llamada sexalescencia, muchas veces en pareja. A la tardecita, y sobre todo pasando las veintiún horas, un público mayoritariamente juvenil se hacía presente.


En cuanto a la ocupación, las salas estuvieron colmadas en las tardes y en las noches en la mayoría de las funciones, y si bien en principio podía pensarse que esto se debía a la coincidencia del fin de semana largo, sin embargo, a partir del martes las entradas se seguían agotando para muchas de las proyecciones.


En los bares y restaurantes de la ciudad también se vivía el clima del festival. Cohabitando con el turismo habitual podía advertirse a los cinéfilos, con sus guías bajo el brazo o en las mochilas, de a grupos o solitarios, leyendo alguna revista o conversando sobre lo que vieron.

Los estrenos del cine argentino tuvieron un privilegio adicional: en general, se pudo contar con la presencia del director y de parte del elenco, quienes al terminar la película establecían un cercano y ameno diálogo con el público, circunstancia que teñía a estas funciones de una atmósfera de calidez y familiaridad.


Un factor a destacar fue la representativa cantidad de documentales que formaron parte del festival. Haciendo foco en temáticas ya sea políticas, ambientales, históricas o biográficas, en general, gustaron y fueron muy bien recibidos.


Nuevamente, como viene sucediendo en los últimos años y va convirtiéndose en un clásico, las noches en el Ambassador tuvieron un tono particular: la concurrencia de un público fiel y seguidor que se concita ante películas de género, ya sean clásicos o estrenos, y que al congregarse produce un espectáculo adicional en la sala, acompañando las proyecciones con risas, aplausos sentidos, aliento y alocuciones más próximas a un concierto de rock que a un film.


En cuanto a las perlas en contra que tuvo el evento, se reitera este año el descontento de los asistentes frente a la dificultad de ver los segundos subtítulos en la barra inferior de la Sala Astor Piazzola del Auditorium, y en la principal del Ambassador. Particularmente la primera, presenta la dificultad de tener poco desnivel entre las butacas, lo que requiere maniobras y contorsiones por parte del público para eludir el obstáculo de las cabezas de quienes están delante y poder leer la traducción de las películas.


No faltó, por otra parte, igual que en otras ediciones, la ocasión de ver a parte de los asistentes retirándose de la sala a antes de finalizar el film. En general, esto ha sucedido ante películas de desarrollo pausado y detenido, o en aquellas en que el contenido morboso y truculento superaba la capacidad de tolerancia de algunos concurrentes.


Finalmente, en los bares y restaurantes de la ciudad también se vivía el clima del festival. Cohabitando con el turismo habitual podía advertirse a los cinéfilos, con sus guías bajo el brazo o en las mochilas, de a grupos o solitarios, leyendo alguna revista o conversando sobre lo que vieron. Y no faltó tampoco la presencia de alguna celebridad cenando en los restaurantes cercanos a los cines.


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