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Foto del escritorJuan Velis

Notas sobre el 37° Festival de Cine de Mar del Plata - Parte 1

Por Juan Velis


Siempre hay una primera vez… Para quien escribe estas líneas, no solo se trató de la primera vez en el Festival de Cine de Mar del Plata, sino también de la primera excursión a la perla del Atlántico, esa ciudad tan célebre que todo el mundo parece conocer. ¿Que si la experiencia del festival se vio opacada por esta iniciática visita turística a la gran ciudad balnearia? No exactamente. El Festival me sorprendió. Por su espléndida heterogeneidad de eventos y actividades culturales, por supuesto, pero especialmente por las escasísimas pero potentísimas películas que pudimos llegar a ver. El banquete fílmico fue diverso y mundial, con producciones audiovisuales de acá y acullá, territorial y temporalmente hablando. Avancemos, sin más preámbulos, hacia una breve mención de algunos de estos títulos...



Una sobre el amor y Latinoamérica


En Manuela (2022) de Clara Cullen, una inmigrante latinoamericana trabaja como empleada doméstica y niñera en una ampulosa casona de Los Ángeles. El vínculo afectuoso y ameno entre Manuela (Bárbara Lombardo) y la hija de la refinada y fría Ellen se va consolidando con total naturalidad. Alma, la pequeña, es la encantadora y vivaz co-protagonista de este relato que rebosa ternura y drama intrafamiliar. Es, más que un registro impiadoso y crudo de la vida de alguien que emigra por trabajo y se ve forzado a distanciarse de su familia y de su propia hija, la historia de un vínculo de afecto y respeto. Porque Manuela respeta casi pedagógicamente cada inquietud y aprendizaje de Alma, al punto tal de empezar a ignorar las intervenciones casi perturbadoras y constantes de la madre. En algún momento, sumado a estas primeras situaciones, Ellen se ausentará de más y habrá consecuencias…

La realizadora argentina sentencia el caluroso y efímero espacio post-función de preguntas y debate con dos frases que reverberan fuertemente: “el varón se va a trabajar y no da explicaciones y la madre cuando hace lo mismo abandona al hijo…”. Y la segunda, acaso más crucial: “Entrar es un infierno, pero salir de Estados Unidos con un niñx que no es hijo tuyo es lo más fácil del mundo. Nadie te pide nada”.


Las ideas y reflexiones que quedan resonando son obvias pero necesarias: la película comienza presentándonos a una joven que huye hacia el paraíso del norte por una cuestión financiera, en busca de trabajo, sola y dubitativa. Y finalmente termina con la misma protagonista volviendo a Latinoamérica en búsqueda de un refugio emocional, ahora acompañada y envalentonada. Asoma el imperativo implícito de la emigración como tema de debate: hay que huir hacia el primer mundo en busca de ese éxito financiero como suplemento emocional. La consigna que se repite: ese éxito que no tiene ni tendrá lugar acá, en la periferia. Un panorama actual en los países del sur que se ve acérrimamente exacerbado por el discurso homogeneizante de los medios masivos de comunicación. Manuela es, de algún modo, el contrapunto desde la ficción de este tipo de discursos hegemónicos que no entienden de afecto ni de emoción.



Una sobre la naturaleza y los caballos


El despliegue plástico-visual en su máximo esplendor llegó con la apabullante Geographies of solitude (2022) dirigida por la canadiense Jacquelyn Mills. En la Isla Sable, al sudeste de Halifax, Nueva Escocia, las aguas del océano Atlántico arremeten con sus destellos de sol que encandilan y salpican un deseo de calma que, aún en la remotísima isla que protagoniza este film, no termina de consolidarse. Zoe Lucas, investigadora y habitante de la isla, vive allí desde hace más de cuarenta años, y no guarda modestia al jactarse de su bravía: está completamente enamorada de esa porción de tierra, y esa porción de tierra merece su afecto y reconocimiento. Sino, ¿quién se encargaría de juntar, recolectar y clasificar los cientos y cientos de especímenes de insectos uniquísimos y peculiares que aparecen en las orillas? ¿Quién se encargaría de limpiar las enturbiadas aguas de esas costas, que devuelven restos y rastros de vacua humanidad: plásticos, vidrios, cables, basura? ¿Quién se encargaría de estudiar con científica minuciosidad a los caballos y morsas de la zona? La película de Mills resulta absorbente e inmersiva, por su maravilloso despliegue estético desde lo visual y lo sonoro, y cuyos momentos de mayor apogeo expresivo se sintetizan en esas irrupciones abstractas que la estructura de la película necesita para afianzar su ritmo: experimentaciones con impresiones de retazos de material fílmico sumergido entre restos de plástico o excremento de caballo, que en su revelado devuelven hipnotizantes figuraciones formales. Cuando los créditos aparecen finalmente en pantalla, unx asiste a la sensación agridulce y ambigua de tener que levantarse e irse de la sala, de tener que abandonar ese remanso de travesía, éxodo e ilusión que representa a veces el cine. Uno se ve obligado a dejar de encandilarse con esa emulsión de estrellas feroces y centelleantes del cielo de la isla Sable para verse pronto encandilado por el neón fucsia del tercer nivel del shopping del Paseo Aldrey.


Una sobre el medio ambiente y el petróleo


También me tocó disfrutar desasosegadamente de lo nuevo de Daniel Goldhaber: How to blow up a pipeline (2022), en donde un puñado de estereotipados jóvenes norteamericanos se hartan de la contaminación ejercida por las grandes empresas y deciden optar por el sendero del impulso militante revulsivo y violento. El plan es sencillo y estimulante: plantar una serie de explosivos y llevar a cabo lo que el título de la película anuncia con indisimulada actitud irónica: hacer volar un oleoducto en Texas. Muchxs en la sala sonreímos airadamente cuando Xóchitl (Ariela Barer), una de las protagonistas, declaraba cosas como que dicha misión significa un grito de violencia necesario ante la invisibilización constante del poder. Es verdad: cualquier película que subraye la urgencia del calentamiento global y el desastre ambiental desde la ficción merece atención. El reenvío a la indignación de Greta Thunberg en la cumbre de la Organización de las Naciones Unidas en 2019 sobrevuela a lo largo del film.

Claro que la película logra su propósito, y entretiene mucho, pero el dictamen moral sostenido por la representación de esos escenarios y personajes tan trillados nos deja con ganas de revisar algunos tratamientos más locales como La guerra del fracking (2013) del eterno Pino Solanas. Si el férvido grupo de jóvenes irritados con el capitalismo salvaje que Goldhaber nos muestra hubieran unido sus fuerzas para otro fin menos crucial (como, no sé, un golpe millonario a un banco nacional -ya hay una serie en España bastante célebre sobre esto…- o una venganza contra algún jefe tirano), las diferencias formales no se habrían notado. Temas de debate a propósito de la representación que quedan resonando.

Es verdad: cualquier película que subraye la urgencia del calentamiento global y el desastre ambiental desde la ficción merece atención. El reenvío a la indignación de Greta Thunberg en la cumbre de la Organización de las Naciones Unidas en 2019 sobrevuela a lo largo del film.

How to blow up a pipeline culminó con un episodio fugaz un tanto infortunado… Cuando terminó la proyección, alguien se levantó por allá arriba, hacia la derecha, en una de las bandejas del imponente Auditorium. Se infería que iba a exclamar algo con cierta rabia, por cómo se abría paso en la todavía penumbrosa sala mientras agitaba los brazos. Todo el mundo permanecía aún sentado, procesando esa tensionante escena post-créditos que la película había arrojado a modo de sentencia final admonitoria. Es que todavía no estábamos preparados para levantarnos y retirarnos del establecimiento, sobre todo porque las luces seguían bajas, en correspondencia con lo que acabábamos de ver. Pacientes, cautos. Pero en realidad aquello que siguió también fue coherente con lo que acabábamos de ver. El grito estalló en una urgente denuncia activista a propósito del ecologismo, enrabiada con la visión ético-estética (o político-poética) que la película mostraba del tema.

Es normal que esto suceda... ¿Es normal que esto suceda? ¿Ha ocurrido previamente en el marco de este Festival? Me cuentan que no. Que hacía mucho tiempo que nadie se manifestaba después de una función de esta manera, impetuosa y agresiva para algunxs, necesariamente cáustica para otrxs. A esa chica que vociferó allí, la película le pareció una burla. La sensibilidad es subjetiva. También, en un principio, las causas políticas y sociales por las que unx lucha.

Pero entonces llegó lo inevitable… alguien iba a reaccionar. Y así fue: una contestación inmediata, también feroz, de un alterado caballero que arremetió con impune vehemencia. Lo que dijo conviene no repetirlo, pero eclipsó otro tanto el acontecimiento de la película.


Bajé la cabeza y me retiré un poco abatido por varios pensamientos, mientras el resto de la gente, muy de a poco, se animaba a empezar a compartir algunas primeras impresiones del film…



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