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Daniela Santandreu

Cuando la felicidad se torna una cruenta hoguera



La autora sienta a Arthur Fleck en el diván y desmenuza cada uno de sus traumas para así indagar en los visos de su personalidad.





La expulsión de lo diferente


¿Cómo empezar a hablar de esta excelente película llamada Joker, si por el lugar que nos conduzcamos ella encubre una magnífica riqueza?

El film nos presenta, en primer lugar, a un personaje extremadamente perfecto en la construcción del rol de alguien con serias dificultades para transitar por la calle y habitar en sociedad como los otros seres humanos. Interpretado por Joaquín Phoenix, Arthur Fleck es un hombre con una severa fragilidad psíquica, que deambula un tanto desregulado a causa de unos problemas neurológicos sufridos a temprana edad.


Arthur nos muestra, solo con su cuerpo, esa imagen perfecta de todos los sujetos que no encajan en la sociedad. Sociedad que aspira a ideales de armonía y que deja resonar, en la voz de sus representantes políticos, un discurso salvador para aquellos sujetos menos favorecidos, satisfaciendo así las necesidades de los más vulnerables. Pero tras ese discurso esperanzador, Ciudad Gótica nos conduce a esos callejones tétricos donde lo diferente se presenta como la locura más desencadenada, más violenta y que, como tal, no entiende de reglas ni límites, sólo avanza sin culpa ni temor, arrasando con todo.


La expulsión de lo diferente es lo que hace que entre en escena nuestro protagonista cuasi famélico física y psíquicamente. Arthur camina torpemente, y ello nos recuerda al emblemático y sublime personaje de Charles Chaplin en su película Tiempos modernos: lo que no se adecua a la norma social es encerrado, pero lo característico de Chaplin es salir ―con algunos severos raspones, claro― de situaciones complejas y marginales, en pos de hacerse un lugar en la sociedad, de un modo singular. Arthur camina con esos zapatos enormes de payaso, frustrado, y termina siendo un sujeto golpeado, objeto de burlas a causa de su fragilidad humana. Su madre siempre le ha enseñado que tiene que sonreír. Así, él nos muestra su cara de felicidad, sello, aún con dolor y tristeza, que marca un imperativo a cumplir ante la más oscura y cruenta adversidad que le toca vivir.


La música Smile, interpretada por Jimmy Durante, es un increíble toque que el director Todd Phillips nos brinda acerca de este archienemigo de Batman, portando una risa desmesurada como sello disparatado. La música Smile también es una brillante marca en la película de Chaplin, pero en este contexto, reír aunque duela el corazón, ante miedos y tristezas, es el imperativo de un arrasamiento materno que lo ha dejado a la deriva, y en donde lo social tampoco le da un lugar digno.


Sonreír como ícono de una felicidad que encubre los demonios más crudos de una subjetividad actual que se va derrumbando por el desempleo, el crimen, la ruina financiera, es la banda sonora de esta película, es la crudeza de esa risa que toma el cuerpo de este hombre infeliz.

Es el atuendo que lo empezará a vestir, que refleja la revuelta de los sectores más afectados ante el descreimiento de los discursos de los gobernantes. Son los sujetos que hace tiempo son la sombra de una ciudad librada al crimen de la humanidad: la violación de los derechos humanos.



¿Qué resulta tan gracioso?


Cuando Arthur ríe no lo hace porque esté burlándose de los otros o porque comprenda el código del chiste para que uno desborde con una carcajada. Él tiene una discapacidad que lo hace reír en momentos donde la tragedia emerge, pero él no lo expresa con lágrimas. Presenta otros códigos, es un incomprendido social, por eso ante situaciones incómodas, tiene que mostrarle al otro su carnet por discapacidad. Es un loco que consume siete medicamentos para estabilizar su salud mental, la que desborda por las muecas de una sonrisa forzada a ejecutarse por los significantes de una desequilibrada madre que le ha demandado que sonría. Es un hijo con la identidad borrada; ha sido adoptado para ocultar el amorío sostenido cuando ella trabajaba en la casa de Thomas Wayne, el multimillonario y candidato a la alcaidía de la ciudad. Arthur es un sujeto que ha estado internado por sus dificultades mentales. Así, su exclusión representa el desprecio de una sociedad que no quiere encontrarse con lo diferente, puesto que cuando un sujeto capta en uno otro eso diferente, algo lo toca en lo más íntimo. Le hace ver ― vía identificación― eso diferente que está queriendo mantener oculto. Pero también es la sociedad misma quien crea personas como Arthur.


Siempre que ríe en un contexto extraño, las personas le dirigen la misma pregunta: ¿Qué resulta tan gracioso? En realidad, todas las personas portan una discapacidad por la falta de empatía en detenerse a pensar y preguntar qué le estará pasando al otro que comienza a reír en un momento en que no es apropiado hacerlo. Terminan condenando la dificultad del otro, y así cada uno vive su propia alienación. Arthur intenta resaltar con esa fuerte risa lo que no anda, lo que se escapa, muestra la farsa que oculta otra cosa más triste: la desesperanza de la gente a que las cosas cambien. Arthur visita a una trabajadora de servicios sociales para la obtención de los medicamentos, pero es él quien advierte que en realidad aquella profesional no lo escucha cuando él menciona que en realidad nunca fue un ser feliz.



La risa como arma de doble filo: hacer reír, hacer sufrir


Será su risa, por los mandatos maternos de ser un chico feliz, la que lo lleve a un trabajo como payaso. Pero no todo resulta tan gracioso, puesto que siempre en sus relatos se filtra la voz de una madre que no escucha porque su locura la ha tomado, y así vive en su mundo de fantasía inventándose un padre salvador para su hijo, Thomas Wayne. Como ha sido golpeado en la calle por unos jóvenes, un compañero le dará un arma para que se defienda. Ese arma será un objeto de doble filo, ya que a partir del momento en que lo expulsan como trabajador de payaso en un show de una sala de hospital para niños, la escena comenzará a tener otro peso: correrá el velo más descarnado de esa risa, mostrando un cuerpo desgarbado, flaco y fragmentado del que brotará todo un sufrimiento que ya no podrá ocultar más.


La escena del tren nos muestra el escalofriante viraje de una risa sin frenos ni límites: Arthur es espectador del acoso de tres hombres adinerados contra una mujer. Ese momento es vivenciado por él con una risa tan estridente que atraerá las miradas de aquellos hasta finalmente fusilarlos con el arma que portaba. Es maravillosa la identificación del personaje con los que sufren, para así empezar a hacer justicia de un modo desmesurado, sin advertir los riesgos de asesinar a los otros que se presentan potentes e intocables. Pero en Arthur el hecho de matar puede resultar el alivio ante el dolor de su existir. Puede conducirlo a una estabilidad, subjetivamente hablando.



La transformación.


Arthur comenzará un proceso de descompensación en donde su risa descontrolada inicial ―acompañada del carnet de discapacidad―, empezará a desfigurar esa risa que se transformará en otra que tendrá el tono del sarcasmo. No tendrá cese, salvo cuando mate. Será el comienzo de su muerte subjetiva a partir del arma que otro le brinda para que se defienda, el que lo lleve a las profundidades de una identidad golpeada, difusa, fragmentada. Risa como sello a sostener por el legado de su madre para que pueda existir. Con sufrimiento, empezará una transformación que lo llevará al esplendor de una psicosis que no tendrá resguardos en salir a los gritos con sus típicas carcajadas descompensadas, como balas que intentarán matar a eso potente que se presenta intocable, con poder, como lo puede ser una figura paterna. Empezará la construcción de un nuevo personaje: Joker, nombre a partir de todas las burlas y bromas que él ha sufrido en cuerpo y alma. Hace de esa risa defensiva un sostén como sujeto para seguir viviendo, pero ahora a partir de la construcción de su propio delirio marcado por la locura de una madre. Será una risa fuera de parámetros, que nada tendrá de gracioso, y que sacará el velo de las fantochadas de un gobierno que se pronuncia como rescatador de un orden prometido.



La psicosis global


Esta es una película que muestra cómo esa risa sarcástica empieza a atraer a esos sujetos a los que le han sacado su dignidad de seres humanos. Son sujetos que se identifican con una máscara porque sienten, de alguna manera, la misma injusticia que ha sufrido Arthur, aunque ahora este último se llama Joker, y además no porta ninguna máscara puesto que es su cuerpo el que se ha transformado para devenir un sujeto que ya no quiere ser más burlado ni vulnerable, sino alguien que puede atacar a los otros para vengarse sin límites.


Aparece así la idea de alguien salvador en la sociedad, que entiende a aquellos que quedan por fuera de todo, por ello ese fervor que se muestra en esa noche caótica, con las llamas que se van expandiendo por todos lados, parece ser el efecto en cadena de que todo se ha desencadenado, todos han enloquecido.


No hay norma ni normalidad para sacar a los pobres de esa condición, que es el discurso que Joker nombrará en un reconocido programa televisivo al que es invitado, cuyo conductor es interpretado por el gran Robert De Niro. Será otro personaje asesinado porque a la vista de Joker, él es un hipócrita porque, de alguna manera, se burla de los abandonados por la sociedad, los utiliza, como lo ha hecho con él, al invitarlo al programa. Denunciar sin velo una verdad, para este personaje es estar encerrado en su locura, denunciando lo que muchos otros sufren, pero eso lejos de resolver, muestra y hace enfurecer ardientemente lo que no anda porque la regulación social cayó, se incendió y dejó abierta la puerta de una locura que mata sin discriminación.


Cuando Arthur se entera de su identidad, irá a la fuente visitando a su supuesto padre, para ser reconocido de una vez por todas, pero se entera que la versión de la madre está distorsionada, pues es una madre que no pudo ver a su alrededor el sufrimiento que su hijo estaba viviendo por los maltratos de una pareja de aquella. Así, al vivir un mundo anestesiado, locura mediante, le transmitirá ese deseo de muerte a su hijo, y como el deseo es inconsciente y en este caso tanático, en el caso de Arthur por sus dificultades para afrontar la realidad de una manera más armónica, no soportará que aquella le haya ocultado su identidad, así acabara asesinándola.


Buscar al padre, recibir la versión que no espera, es el golpe final para que definitivamente se transforme en Joker. Será un sujeto que ya no se podrá ocultar más tras la risa forzada ante la adversidad. Emergerá con odio y bronca todo un caos pulsional que no tendrá vuelta atrás. Este punto me reenvía a otra película, Psicosis de Hitchcock, en donde la madre será fundamental para el que el hijo la introyecte en su psiquismo, pero de un modo en donde tendrá que asesinarla. De ahí que hablemos de una psicosis y no de una neurosis; las muertes de estos Otros primordiales operan en dos planos diferentes en una y otra estructura, en la psicosis el mecanismo defensivo no es el de la represión sino el de la forclusión, por falta de introyección de aquellos, « matarlos » no será en el plano simbólico, sino en el real, como el único modo de separarse.


Arthur vive en un mundo psicótico sin padre salvador que le dé un nombre, sin madre que le brinde los cuidados fundamentales para el existir humano, sólo identifica de ella ese significante que lo lleva al borde de su vida, muriendo subjetivamente para nacer como Joker. Es así alguien que puede hacer de su muerte una risa eterna plasmada en su boca, ensangrentando y denunciando historias en donde los otros seres abandonados puedan identificarse siendo esos Jokers para ser vistos.


Esta es una increíble película que muestra con crueldad cómo los discursos y las instituciones que sostenían una sociedad se han caído hace tiempo, y el infortunio es tan grande, que no hay risa desmesurada que pueda ante tanto dolor.

Vivir en una sociedad que, sin vergüenza, despliega las más perversas corrupciones, es conducirse a la locura porque no hay ley que sostenga, ampare. Pero también muestra un gran caos que se abre a partir de las injusticias, en tanto respuesta a esos expulsados de la sociedad, que hoy cobran fuerza para defenderse, fusionados en una máscara que les da una cierta identidad para hacerse presentes en esta lucha desigual.



Un discurso que aloje


El discurso de Joker es magistral, es el reflejo que nos muestra la incoherencia de los discursos, y nos deja tan fuera de escena por la crueldad de portar su verdad. Una psicosis sin cura, ensangrentada que, a carcajadas, se burla del poder y así todos, independientemente de la estructura psíquica singular, vivenciamos la desesperanza de un mundo fragmentado, que para que vuelva a sonreír habrá que mirar a los más desfavorecidos, darles un lugar, nombrarlos en vez de arrojarlos al vacío. Para ello, un nombre que les dé una vida menos sufriente, sin inventar padres donde no los hay (como en el caso de esta película), sino armándose una historia singular para no caer al vacío, es decir, armarse de un simbólico para no caer en la locura, en la muerte subjetiva, en definitiva, en el caos mental que, por sentirse diferente, la respuesta es la venganza que opera matando indiscriminadamente.


Su exclusión representa el desprecio de una sociedad que no quiere encontrarse con lo diferente, puesto que cuando un sujeto capta en uno otro eso diferente, algo lo toca en lo más íntimo.

La tarea simbólica para construir un mundo que ha quedado arrasado por las llamas es, en el siglo XXI, una ardua tarea porque muestra la pluralidad de los nombres, en la singularidad de cada quien, es decir que, con pluralidad queremos decir que no todo está planteado desde un binarismo: loco-sano, por dar el ejemplo que hoy nos convoca. Hoy se plantean estudios más complejos para abordar la locura. No la podemos tomar a la ligera diciendo que es un demente que ríe sin parar. Hay que ubicarla dentro un contexto más amplio para así abordar y analizar el tipo de conductas que en una sociedad dada se despliega. Pero será necesario, para marcar una diferencia con la película, correr de lado la violencia, dando un lugar desde el amor, y no así un arma para defenderse y habitar un mismo espacio.


Joker es una obra de arte que nos deja pensando en eso simbólico que habrá que construir con mucho cuidado para que la felicidad pueda ser un lugar en el que habitar sea desde un costado más amable, en contraposición al de hacerlo viviendo en una hoguera, ardiendo en llamas. Que el sujeto pueda así armarse de una historia singular, más o menos sufriente como todo humano, pero que, al sonreír, no le provoque una herida de la que brote la sangre más dolorosa del existir.


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