top of page
Alvaro Fuentes

Daniela Abad y la marca del artista


Dos documentales de una directora ítalo-colombiana sobre las figuras, tan reales y mitificadas al mismo tiempo, de sus dos abuelos. Vida privada, violencia política, arte y narcotráfico son algunos de los temas que la autora ilumina con sus obras.




“Desmarcarse” es un término del lenguaje futbolístico que refiere a sacarse las marcas en el contexto de un partido. Moverse en el campo de juego para mantener lejos a los contrincantes que se interponen en el camino. Cuando pienso en las dos obras documentales de la directora ítalo-colombiana Daniela Abad pienso en la acción de desmarcarse. Pero ¿de quién se desmarca? De su propio padre, Héctor Abad, escritor consagrado de la literatura colombiana, que dejó uno de los libros testimoniales más importantes del acervo escrito colombiano sobre los cruces entre vida privada y violencia política: “El olvido que seremos”, del año 2006. En ese libro Héctor Abad habla de su propio padre y de su asesinato en los años ochenta en Medellín, por causas políticas. Daniela Abad co-dirige junto a Miguel Salazar su primer documental en 2015, Carta a una sombra, inspirado en el libro de su padre, incluso haciendo leer a Héctor Abad fragmentos de sus páginas, a las que la directora enriquece con todo tipo de imágenes de la época y filmaciones familiares o periodísticas.


Para quienes leímos el fascinante libro de Héctor Abad, el documental Carta a una sombra es una excelente forma de poner en imágenes y sonidos la potencia arrolladora de la palabra escrita. Tal vez, la forma perfecta de completar el camino de transmisión de su mensaje a futuras generaciones, ofreciendo un compendio de su contenido en una plataforma audiovisual, más amiga de los tiempos que corren aunque pese decirlo.


El documental de Daniela Abad es fiel a la belleza intrínseca del libro, pero al mismo tiempo crea sus propios códigos de belleza, con los recursos propios del cine, filmando paisajes antioqueños con mucho sentido estético del encuadre, realzando la voz audiogénica de Héctor Abad y buscando con la cámara las respuestas emocionales de tías y abuelas de Daniela, en reuniones familiares en que se habla de la muerte del abuelo, aquél médico humanista dedicado a la defensa inclaudicable de los derechos humanos.


Carta a una sombra se da licencias que sólo el cine puede darse, como hacer entrar a Héctor Abad con un caballo a una capilla del Municipio de Jericó, para reivindicar la misma acción por la que su padre, el abuelo de Daniela, fue excomulgado de la iglesia. O filmar al autor de El olvido que seremos tomando unas copas en una taberna incrustada en medio de la montaña, siguiendo las costumbres colombianas. Me impresionó la calidad de las imágenes de archivo: es como si los directores de Carta a una sombra hubiesen querido usar sólo fotografías nítidas, con buena definición.


Los registros de los años setentas u ochentas de barriadas pobres en los márgenes de la ciudad de Medellín, a las que Abad abuelo iba frecuentemente para trabajar en políticas de prevención sanitaria, son realmente impactantes.

Como si el mismo acto de correr el eje de interés desde el ámbito de su padre al de su madre, del de su abuelo paterno al de su abuelo materno, del de su abuela paterna al de su abuela materna, fuera la decisión de tomar distancia de un mandato paterno, de una figura ejemplar en la vida y en el arte, para asumir una voz propia en el campo de la producción artística.


The smiling Lombana es el segundo documental de Daniela Abad. Se ocupa en él de la figura de su otro abuelo, el materno, un misterioso personaje cartagenero que empezó como escultor y terminó sospechado de liderar una organización dedicada al narcotráfico en varios países de la región, incluyendo Estados Unidos. La directora decide trabajar un tema tabú en su familia, ingresando en un terreno muy personal y familiar, pero también aportando a la reflexión en torno a la incidencia del narcotráfico en la vida cultural colombiana. O, mejor dicho, al fenómeno de naturalización del narcotráfico en países como Colombia.


En este segundo documental, Daniela Abad hace participar su propia voz en off, hablando de cómo ella misma construyó la imagen de su abuelo Tito Lombana, al que vio una sola vez en su vida cuando tenía once años. También hace reflexiones sobre los padres, el amor y el perdón intra-familiar, refiriéndose a distintos aspectos de la vida de su madre, su abuela, su tía y otros parientes o personajes vinculados a su abuelo que aparecen. Sin dudas, se trata de un documental más personal de la autora. Nuevamente, se desmarca de cierto mandato de continuar un mensaje imprescindible, pero no propio, como el del libro de su padre El olvido que seremos.


Carta a una sombra, como The smiling Lombana, son documentales sobre figuras masculinas, llenas de misterio y mitología, vivas sombras del pasado parafraseando el título de uno de ellos, pero atravesados por miradas de mujeres reales, de carne y hueso. Las dos abuelas, en las respectivas obras, pero también las tías, tanto paternas como maternas. La madre de Daniela Abad aparece de un modo no tan directo, como centro de la trama emocional de la segunda película, pero sin formar parte, por propia decisión, del elenco de entrevistados. Hay un plano muy emotivo de la mujer que, a diferencia de su hermana, no perdonó a su padre, de espaldas en la cocina, en sus quehaceres domésticos, como si estuviera siendo filmada de modo encubierto por su hija, y la voz en off de ésta revelando que el interés por la figura del abuelo tuvo que ver con un acto de interlocución tácita y honda con ella.


En The smiling Lombana hay una reflexión interesante sobre el arte. La ex esposa de Tito Lombana, es decir la abuela de la directora, afirma que el hombre al que amó despreciaba su propia capacidad artística y se fue volcando hacia la búsqueda del dinero fácil, para lo que sí se creía realmente bueno. El tío abuelo de Daniela Abad, hermano de su abuela, un escultor italiano que fue un verdadero amigo de Tito Lombana, cuenta que el misterioso donjuán de Cartagena alguna vez le confesó que no tenía nada para decir con la escultura.


Las obras que le dieron becas a Europa y prestigio en su propio país, fueron como frágiles castillos de arena deshechos con la primera marea de olvido y rencores pasados.

Me fascinó la música de The smiling Lombana, así como toda su terminación técnica en los distintos planos de producción. Se trata de una meticulosa labor escultórica de la obra cinematográfica. Sé que la directora también incursiona en la ficción, en cortos ya hechos o por terminarse. Resta poder ver esos y futuros trabajos, de una autora que promete convertirse en pieza indispensable de la mejor cinematografía colombiana.


3 visualizaciones0 comentarios

Comments


bottom of page