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Alvaro Fuentes

Doc Buenos Aires 2020: del objetivismo pedagógico al subjetivismo cauto


Finalizó recientemente el Festival Doc Buenos Aires, que en su edición virtual se propone recuperar ciertos interrogantes en torno al quehacer documental: ¿es pertinente seguir hablando de «cine documental», en una muestra dedicada a un cine que intenta ir más allá de los formatos tradicionales del documental? La siguiente cobertura se sumerge en este recorrido.





En busca de María, de Luis Ospina.


El reciente Doc Buenos Aires, que abrió sus salas virtuales permitiendo que muchos que no vivimos en la capital del país lo conociéramos, sitúa a la crítica frente al siguiente interrogante: ¿qué es el cine documental? O más precisamente: ¿el cine documental es algo preconcebido que no debe ser tergiversado por registros poco fieles a su esencia? Porque ciertamente la propuesta del Doc Buenos Aires rompe con el modelo de documental clásico, que buscaba iluminar algún aspecto de la realidad de modo educativo y propositivo. En nuestros días, por ejemplo, la película de Netflix El dilema de las redes sociales, que señala un problema visto como acuciante y propone formas inmediatas de resolverlo.


Lo curioso del festival, programado este año por el crítico Roger Koza, es que en sus mismas entrañas contiene esta tensión entre documentalismo clásico y nuevas formas documentales, muy alejadas de los formatos pedagógico-propositivos. En una de las charlas de Koza con un invitado, se utilizó la expresión “cine de lo real”.


Hablar de documentales es un poco vetusto en el contexto de una muestra dedicada a un cine que intenta ir más allá de exponer situaciones con fines educativos y morales. O, en todo caso, más acá: la atención está puesta en un cine que filma sin otra pretensión que la de mostrar realidades.

Koza contaba que muchos, al ver que el festival abría con una película de Raúl Perrone, le habían puntualizado críticamente que esa era una decisión política. Porque el cine de Perrone se apoya, en mi opinión, en un registro más volcado a mostrar que a interpretar. Tiene un carácter fuertemente social, sin dudas, ya que se detiene en la vida de jóvenes cuyas prácticas culturales están en los márgenes de lo socialmente aceptado, pero sin pretensiones de señalar un problema de la realidad que debe ser urgentemente resuelto. El cine de Perrone da voz, imagen e incluso, en su obra más reciente, ojos, a chicos y chicas mayormente invisibilizados, o estigmatizados, por los discursos hegemónicos. Por sus cualidades formales, no es mi cine preferido, debo confesar, pero rescato su estilo despojado de ideologismo pedagógico.


Decía que en el Doc Buenos Aires convive la contradicción de un cine que enseña y alecciona, y otro que simplemente muestra. Me refería a que su fundador, a quien se rindió homenaje en la presente edición por su reciente fallecimiento, Marcelo Céspedes, además de organizador del festival fue un documentalista de estilo clásico. Sólo pude ver su primer cortometraje, del año 1983, Los Totos. De un modo muy preciso y empático, dicha obra se interna en la vida de una villa miseria haciendo foco en una familia con diez hijos. Realiza entrevistas a las maestras y trabajadoras sociales del barrio, tratando de explicar las problemáticas que atraviesan a esa generación de niños pobres, con cierta vocación ilustrada de enmarcar un problema para señalar caminos de resolución. Debo decir que tampoco en Los Totos noté ese didactismo moral que suele tener el discurso intelectual y más en ámbitos de cinefilia. 


El cortometraje que acompañaba en la apertura del festival la película 4TRO V3INT3 de Perrone fue Otacustas de Mercedes Gaviria Jaramillo, una directora cuyo padre, no está de más contar, es uno de los pioneros del cine social en Colombia. Las obras de ella, a diferencia de las de Víctor Gaviria, no sólo se desmarcan del género ficcional, sino que tienen una impronta más personal y subjetiva que social y objetivista. Porque esto es algo que también diferencia al antiguo documentalismo del actual: las pretensiones de objetividad y transformación de la realidad han dado paso al testimonio subjetivo y algo apático tal vez… o más consciente de que la mirada es tan sólo una mirada, que no es universal ni portadora de recetas infalibles para el cambio.


La intención de Gaviria Jaramillo es simple: plasmar su propia obsesión con el silencio, como dimensión formal y ontológica de lo cinematográfico, en un relato que testimonie su experiencia de la cuarentena.

Otra de las gestoras del Doc Buenos Aires, Carmen Guarini, en una charla abierta con Koza, afirmaba que un signo de este nuevo tipo de documental es el protagonismo de los diálogos por sobre la palabra monologada del documentalista. En Otacustas, por ejemplo, donde además de la voz vertebradora de Gaviria Jaramillo se escuchan los intercambios verbales, cotidianos y espontáneos, que la realizadora entabla con sus seres cercanos. Esos diálogos aparecen y crean sentidos, que a su vez abren otros nuevos en la actitud escrutadora del espectador.


El documental Refutación de Troya, también presentado en el festival, de Gustavo Galuppo y Carolina Rimini, tiene el estilo subjetivo de este nuevo cine documental, pero su vocación prescriptiva es muy marcada. Muestra caminos perfectamente señalizados por los que debiera transitar una “imagen ética”, que escape a lógicas de violencia visual en una cultura vista como esencialmente colonialista. Me inclino más por propuestas como la ya mencionada Otacustas o Calle de una sola vía, de Erez Pery, judío israelí que, mientras da clases en una universidad de Nueva York, ubica la cámara de un teléfono móvil en la ventana del departamento que habita y filma el mundo circundante sin buscar la crítica cultural a los norteamericanos sino más bien intentando bucear las profundidades de la naturaleza humana. El autor combina sutilmente secuencias de la transmisión radial de Orson Welles, en que se ficcionalizaba la llegada de ovnis a la tierra y que muchos radioescuchas creyeron real, con imágenes de ese vecindario neoyorquino.


Las imágenes parecen hablar tácitamente de esos móviles demasiado humanos que agitan en el interior de nuestras almas.

Pude ver también un cortometraje de Luis Ospina, En busca de María, sobre la primera película muda colombiana, filmada en los años veinte y de la que sólo quedan unos pocos fragmentos. Me pareció sumamente rico el registro de los testimonios de quienes participaron de aquél proyecto cinematográfico, ya entrados en años cuando se filma este material recordatorio en 1985. Uno de ellos dice que resta esperar el milagro de la santa del cine para que aparezca una cinta completa de la obra en algún rincón de Cali o Colombia toda. Hay una bella puesta en escena ficcional de actores recreando el set de filmación de la película muda, en las mismas locaciones y con vestuario de época. Porque volver a hacer presente un pasado olvidado, con la fuerza misma de la vida, es otro milagro del cine.   


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