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Foto del escritorMarianela Constantino

Don't look up

Por Marianela Constantino


Comienzos y finales. Una serie de microanálisis. Tomando la idea de Bordwell y Thompson, la autora vincula estos dos momentos claves para proponer algunas ideas sobre la película.


La breve secuencia de introducción presenta a Kate, una joven científica, en un día de trabajo acentuadamente corriente. Este día, Kate Diabiaski descubre un cometa que por tradición llevará su nombre, y en un ritmo de montaje ágil, vemos cómo junto a su mentor el Profesor Mindy y sus compañeros avanzan hacia un cálculo fatídico: el cometa va a impactar contra la Tierra en un 99,77 % de probabilidad y con efecto de extinción total.


La cotidianeidad que describe esta presentación de personajes es construida poniendo el acento visual en objetos de consumo. El plano uno es de una reconfortante taza de té en la mañana y Kate está rodeada por objetos tecnológicos deslumbrantemente desplegados y a su disposición.


Quiero dormir tranquilamente mientras duermo, como mi abuelo. (pausa). No gritando de terror como sus pasajeros. Jack Handey.

Esta leyenda aparece insertada como comentario gráfico, recurso recurrente del relato que tiene como objetivo auspiciar momentos de distanciamiento de la diégesis, interpelar directamente al/a la espectador/a, y, a su vez, marca la clave de lectura para la película: la ironía.


Cuando leemos esa primera línea se nos sugiere una idea, prevemos un sentido, pero luego aparece la segunda línea que subvierte lo anterior. A lo largo del argumento va a ocurrir algo similar, por ejemplo, entre la puesta en escena y las acciones que desarrollan los personajes.


Rápidamente, luego de obtener el dato de que la humanidad está en peligro de muerte, se decepcionan las expectativas del/la espectador/a. Cuando el profesor y su discípula son llevados en un avión militar vacío, iluminado con una luz rojiza que nos remite a una imagen más desolada que espectacular, tal vez imaginamos que veremos una película al estilo catástrofe con mucha acción, un héroe y heroína desplegando a todo un ejército, en fin, alguna de las tantas películas apocalípticas que hemos visto.


Pero lo que vemos, en cambio, son los tiempos muertos del viaje, una recepción sin pena ni gloria y, como culminación, ni siquiera son atendidos por la presidenta de Estados Unidos, quien, por supuesto, tiene cosas más importantes que atender que problemas armagedónicos.

Pero lo que me interesa remarcar es cómo detrás de esta parodia del mundo actual están retratados detalles que aparentemente son insignificantes. La taza de té y una tostada crujiente con mermelada, la saludable —aburrida— gaseosa que toman para festejar estos científicos formados en una Universidad estatal, el cobro de unos snack que son gratuitos, unas compras en un supermercado donde podés elegir entre salmón salvaje o de criadero y papines en vez de papas, el robo de unas bebidas alcohólicas por parte de unos jóvenes pseudo rebeldes… Todo ello y más, cuya descripción excede la extensión de este microanálisis.


Bajo la forma de una parodia describe el mundo actual y nuestra propia vida, cuyo sentido parece haberse supeditado a una lógica de consumo.

Y es que el oponente de este drama, lo que no permite a los protagonistas conseguir hacer lo necesario para salvar al mundo, es el sistema manejado por la economía. Este es un actante compuesto por varios actores sociales subordinados a aquél: la dirigencia política, los medios de comunicación, la ciencia, el arte.


El interés económico y de acumulación prima por sobre cualquier otro interés. Es la lógica que gobierna el mundo, y por lo tanto veremos cómo esa fuerza está rigiendo a cada uno de los personajes en distintos niveles. “La vida, sin el estrés de vivirla” es lo que nos ofrece Peter.

La tecnología está puesta al servicio del consumo y el adormecimiento, de la negación de lo real, de la manipulación. Este personaje, empresario y gurú de la tecnología, está caracterizado como un ser inmune a la sensibilidad humana, cuya ambición lo hace afecto solo a los objetos.


A lo largo del extenso y necesario argumento, la relación incongruente entre la forma del mensaje y el sentido que quiere comunicar se establece como un concepto fundamental.


La comunicación de aquella noticia trágica —Todos vamos a morir— se ve obstruida por el desplazamiento de su sentido literal, debido al modo en que es emitida: el sentido de la información pierde las referencias de verdad, porque los códigos del verosímil están distorsionados.

Durante la última cena convergen los científicos, la familia de Mindy —que lo ha perdonado por su naufragio en el mundo y beneficios de la popularidad y la exposición pública— y el joven que representa en esta caricatura fílmica al ser humano en general —pseudo rebelde, medio infantil, dócil y vulnerable—. Todos allí, al final, frente a la inmensidad de los designios del universo, se refugian en una intuición lejana a la ciencia: la fe religiosa. Pero lo importante de la escena no es la idea del reconocimiento y redención que sucede en un drama clásico, sino justamente la resignación en el absurdo, en el sinsentido.


El último acto de estos representantes de la humanidad es una discusión sobre productos alimenticios. El sentido de la existencia se resume en aquello a lo que le damos valor: una tarta, un café, un brindis, una cena, mientras el resto del mundo mira por TV la propia extinción. Cuando Mindy reflexiona y dice: “lo teníamos todo”, ¿a qué se refiere?

En la coda de la película, vemos al nepótico y falto de inteligencia jefe de gabinete, que resulta ser el último ser humano sobreviviente en la Tierra. Tiene consigo una cartera Louis Vuitton y un celular alimentado con los minerales extraídos por Peter —empresario aportante de campaña calidad águila de platino—. La selfie que filma y que nadie verá resulta la síntesis perfecta del gran retrato social que es Don’t look up.


Recuerdo la frase de Esperando la carroza de Alejandro Doria (1985), y creo que la respuesta es: “De nosotros me río”.

Cada decisión narrativa está cargada de ironía, lo que produce en el/la espectador/a una extraña reacción de sentimientos encontrados. Por momentos surge la risa, o más bien una sonrisa amarga que nos lleva a la pregunta: ¿qué es lo gracioso, de qué me río, de los personajes ficticios o de nosotros?



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