El autor reflexiona sobre su trabajo en el diseño sonoro de la obra de teatro dirigida por Blas Arrese Igor, estrenada en 2019 en La Plata y que ahora en el marco de la pandemia por Covid-19 se transmite por el canal del Teatro Nacional Cervantes.
Veo Jamlet de Villa Elvira y recuerdo a Wim Wenders, no sólo por las alitas y los deseos que las acompañan (puedo imaginarme a Wim comprando alitas en un kiosko del Palihue, una para cada uno de sus ángeles stalker), sino también por una sonoridad que me acompaña cada vez que veo la obra cita en La Plata. Sonoridad que me ha acompañado en realidad durante todo el proceso de construcción de Jamlet de Villa Elvira en el que me tocó participar. Una idea de sonoridad en realidad, ya que la hipótesis que barajo no es comprobable, por lo que me resulta algo poética. Fue algo que escuché en Der Himmel über Berlin de Wim Wenders (1987), justamente. Unos ángeles se pasean por Berlín escuchando los pensamientos de las personas que andan por ahí. Estos seres celestiales escuchan voces introspectivas, constantes, pero principalmente secas (acústicamente hablando), sin reverberancia alguna. Ahora bien, cuando alguien habla, no importe dónde se encuentre, el sonido de la voz rebota en el espacio en el que la persona se encuentra, y esta permanencia o persistencia del sonido (reverberancia) es la que termina de completar el timbre de la voz hablante, el cómo esta voz se escucha. Este timbre tan particular de las voces pensantes en esta película, inspiró en mí una solución -aunque parcial- a un dilema que de vez en cuando me encuentra: ¿cómo suena nuestra voz pensante? Me resultó interesante la idea de que nuestros pensamientos se desplieguen en una imaginación anecoica, es decir donde el sonido no persista y, en este caso, sólo se propague a través de nuestros recuerdos. De esta experiencia provino la elección de cómo sonarían tímbricamente las voces introspectivas de Jamlet y Ofelia en la obra Jamlet de Villa Elvira: los pensamientos de Jamlet vestido de angelito/demonio suenan parecido a los ángeles alemanes de Wim. Una gran diferencia, a saber, es que los ángeles de Wim lo ven todo en escala de grises, mientras que el Jamlet de Villa Elvira, observa un mundo de chapones coloridos y confeti brillante.
Es cierto que las orejas no tienen párpados, que no podemos cerrarlas; pero no es tan cierto que lo escuchan todo. Existe un resquicio acústico al que las orejas no acceden, un rincón del ser en donde el sonido no se traslada, sino que sencillamente es.
¿Qué sucede cuando hablamos en nuestros pensamientos? Seguramente podamos distinguir -en el mejor de los casos- que la que se expresa es nuestra voz en un soliloquio, y también recordaremos qué dijimos y cómo lo dijimos. Lo que difícilmente podamos recordar es el ambiente acústico en que esa voz imaginaria estaba hablando. Claro, es que esta voz resuena sólo en el recinto de las ideas, que no está construido bajo las normas de una escucha acústica, pero sí de alguna forma de percepción. Es cierto que las orejas no tienen párpados, que no podemos cerrarlas; pero no es tan cierto que lo escuchan todo. Existe un resquicio acústico al que las orejas no acceden, un rincón del ser en donde el sonido no se traslada, sino que sencillamente es. En determinado fuero de intimidad nadie puede acceder ni escuchar nuestros pensamientos, ni siquiera en una actualidad en la cual dos mundos que se interconectan e interrelacionan permanentemente proponen una exposición total y pública del ser. Aún así por el momento ninguna app lee los pensamientos, ¿que hay apps que traducen los pensamientos? Puede ser, y que otras tantas proporcionan plataformas para exponerlos, también cierto. Se nos tiende una mano permanente para acercar -a veces empujar- nuestra imaginación hacia lo concreto de una forma ligera, superficial y placentera ¡Y no obstante esa voz que piensa sigue sonando sin resonar! Qué paradoja.
En el Jamlet con J esa resonancia no es sólo sonora, sino también política y comunitaria; subyace en esta confluencia de mundos. La obra muestra o enseña esta subyacencia, y al terminar continúa “resonando“ en el público. Lleva al público tanto de forma poética como documental a través de un entramado de historias -principales y colaterales- con personajes planeados y otros encontrados, que revelan una forma de mirar, un punto de vista tal vez no tan explorado en otros medios de comunicación. En este escenario conviven los reflejos tanto del mundo digital como los de un mundo ulterior y analógico, pero también late allí ese pulso o mini-mundo del cual hablábamos antes, ese pequeño y breve espacio introspectivo reservado. Hay ciertos anclajes con la realidad que hacen que la obra tenga un decir orgánico, que estos mundos se encuentren sin chocar: es que las actrices y los actores son oriundos del barrio en cuestión, y lo que les acompaña mientras actúan: la escenografía, los cielos, el sonido; no sólo también provienen del barrio, sino que varios de aquellos materiales han sido tomados por las y los mismísimos actrices y actores en su vivencia barrial, por lo que dichas muestras forman parte esencial de su imaginario. Hay un guión, claro, una dirección, una actuación, ensayos, luces, parlantes, escenografía; pero también hay imprevisto, contingencia, devenir, encuentros, llegadas y partidas; y todo aquello en su conjunto conforman un Jamlet de Villa Elvira (sus deseos y sus alitas), una obra que nos sumerge hasta lo impalpable de esta realidad de tanto entrevero.
Comments