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Ezequiel Iván Duarte

Entre gatos universalmente pardos


Un nuevo documental aborda la vida del periodista y escritor Salvador Benesdra, autor de una novela mítica sobre la década del 90 en la Argentina.





Personaje fascinante Salvador Benesdra. Cuando se suicidó, un 2 de enero de 1996, no había podido publicar aún ninguna de sus dos obras completadas: la novela El Traductor y el libro de autoayuda El camino total. Elvio Gandolfo, en el prólogo a la edición de 2012 del magnum opus benesdriano, y también como uno de los entrevistados para Entre gatos universalmente pardos, documental de Ariel Borenstein y Damián Finvarb del que hablaremos un poco aquí, relata la saga de El Traductor en el Premio Planeta de 1995.


“Para mí entraba claramente en la categoría de ‘premiable’, por una parte”, explica en el prólogo Gandolfo, jurado aquél año del premio literario. “Por otra, me había dicho: ‘Esto es genial de verdad. No lo van a premiar ni en broma’.”

El escritor mendocino repite su historia para Borenstein y Finvarb. Las grandes editoriales y los grandes premios tendían a ignorar las recomendaciones de los expertos contratados y a decantarse por obras de segundo orden, cuando no publicaban directamente novelas rechazadas por los lectores profesionales.

Entre gatos universalmente pardos abre con un montaje ligero, televisivo, de cabezas parlantes: escritores, compañeros de militancia en el Partido Obrero y de trabajo en Página 12, parejas de Benesdra. Pero el temor ante un posible adocenamiento que suscita esta secuencia inicial es, por fortuna, desmentido por el despliegue del resto de la película.

Es un periodismo sólido en su faz investigativa y respetuoso y sensible en su faz humana. Benesdra fue un tipo atormentado: políglota erudito, sufría de brotes psicóticos, delirios de persecución y practicaba cierta filosofía vital de tintes autodestructivos: ¿Sos tímido y tartamudo? Forzate a hablar en público. ¿Tenés miedo a las alturas? Aprendé a pilotar en avión.

La película no sólo apela a las entrevistas con amigos, parejas y compañeros (quienes se muestran muy conmovidos en sus recuerdos) sino que también hace un uso extenso de fuentes fotográficas (Benesdra era un sefardí guapísimo), sonoras e incluso un registro audiovisual casero en el que el escritor habla a cámara y hasta actúa una alocución en una asamblea. Es este registro el que nos permite conocer la voz encarnada de Benesdra, la dulzura de su expresión, no muy distinta al tono y al vocabulario de los incómodos genios estudiosos.


Como ha demostrado Werner Herzog, desde cierto clasicismo documental, incluso desde algunos procedimientos periodístico-televisivos, se puede construir un documental preciso. A veces es la mejor manera. Y el buen periodismo de Borenstein y Finvarb se agradece.

Entre los testimonios sobresalen dos mujeres: la primera y la última; novias del autor. Con una estudió psicología en Francia, donde tuvo su primer brote psicótico (y donde soliviantó a los internos del psiquiátrico donde lo habían alojado). Mantuvo contacto con ella toda la vida. De hecho, la llevó a su departamento el día antes de matarse. “¿No te molesta si no me quedo?”. “No, dulce, si vos sos dueño de tu vida”.

La otra, Susana, parece evidente inspiración para el personaje de Romina, la chica salteña, aindiada, de clase baja y muy religiosa de la que se enamora Ricardo Zevi en El Traductor. Aquí la película es ambigua respecto a cuán autobiográfica debe ser nuestra lectura de la novela.


Los expertos consideran que leer todo en esa clave es empobrecedor y reduccionista. Pero luego se insinúa que el componente sádico de la relación Zevi-Romina también caracterizaba el trato de Salvador para con su última pareja (sin olvidar las similitudes entre la situación en la editorial para la que trabaja Zevi y la que atravesaba Página 12 en esos años, cuando trabajaba allí Benesdra). Al momento de entrevistarla, nada de esto aparece. La dulzura del recuerdo domina. Y, con pudor, los realizadores no sacan el tema (o lo obviaron en el montaje).


El documental concluye con una lectura de las notas para Puntería, una nueva novela en la que Benesdra había comenzado a trabajar antes de morir. Distópica, plantearía un futuro cercano en donde la desocupación se habría estabilizado en torno al 30 por ciento y donde la sociedad se hallaría agrietada en dos: los empresarios y los marginales.


Por aquél entonces, despedido de Página 12, el escritor había conseguido trabajo en el Grupo SOCMA. Pero el fantasma material de la desocupación lo atormentaba. E imaginó a estos marginales, despojados de todo por el neoliberalismo, como asesinos del clan Macri.

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