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Club Lumiere

Entrevista a Lucrecia Martel

Los colegas Lisandro Gambarotta y Esteban Gil García, de Club Lumiere, programa de cine que se emite por Radio FM Provincia, entrevistaron a la directora de una de las películas argentinas más importantes del 2017: Zama. Compartimos una versión abreviada del diálogo.




L.G.: Lucrecia, los lunes suelen ser un día de balance de taquilla. ¿Qué opinión te merece el resultado en la taquilla? ¿Es un número que vos más o menos esperabas? ¿Qué evaluación hacés al respecto?

L.M.: La verdad es que con esta película todo han sido noticias que superaban lo que esperábamos. Primero porque hace tiempo que atraviesa una crisis de público bastante grande el cine argentino. No las películas de afuera, que ya vimos lo que hizo IT. Y entonces todo lo que pasó lo pensábamos menos. Y después a medida que las noticias van siendo buenas uno también va queriendo más. Digamos, engolosinándose, pero la verdad que hasta ahora todo lo que pasó excede nuestras expectativas.

E.G.G.: Hace nueve años de tu anterior estreno, que fue La mujer sin cabeza. ¿Qué cosas distintas encontraste en los modos de producción de la película?, pero también en los festivales y en los circuitos de exhibición de la misma. ¿Qué fue lo que te encontraste como distinto en relación a las anteriores experiencias que habías tenido?

L.M.: Lo primero y más notorio es sin duda la presencia de las redes sociales, que en el 2008 no había el nivel de conexión que hay ahora. Entonces es muy impresionante, primero lo que antes podías escuchar o compartir si ibas al cine y te encontrabas con algún espectador a la salida o de golpe alguien que te conocía y tenía tu mail, y te llegaban las percepciones de lo que el espectador había visto en la película, y ahora me llega inmediatamente. Porque siempre hay algún amigo, porque yo no estoy en las redes, que me muestra lo que la gente escribe. Es muy raro tan rápidamente tener esa respuesta, y aparte con tanto detalle, porque es gente que escribe su opinión en profundidad, y con tiempo, y eso realmente es otro mundo. También pasa que sentís que hay un fervor que se despliega muy rápidamente, que vos decís “uy, si esto se transforma en algo malo debe ser igual de tremendo, un tsunami”.

E.G.G.: ¿Qué te atrajo de la novela de Antonio Di Benedetto? ¿Qué posibilidades narrativas viste ahí que te interesó contar una historia?

L.M.: La novela es una pieza, no sé cómo llamarla, pero un objeto mucho mayor que la película. Las cuestiones que se narran en la novela son muchas más que el pequeño aspecto que tomé yo en la película. A veces cuando uno dice esto se puede confundir con que uno esté hablando de la trama, y entonces que yo tomé menos elementos de la trama que en la novela, pero en realidad a lo que uno se refiere cuando dice esto es a conceptos o cosas que desarrolla la novela, que no son trama, sino que son temas que están expuestos a través de eventos. Y la sucesión que a mí me interesó, lo que conmovió más fue esa idea de la identidad como trampa, que ya lo dije muchas veces, que ya me da vergüenza repetir, pero que es una cosa muy sencilla, es una experiencia que todos conocemos bien, y es cuando sentimos que somos alguien y que merecemos algo, nos exponemos de una manera muy torpe al fracaso. Si uno se creyera menos seguro que cualquier cosa que la vida te ofrece uno la podría disfrutar y aprovechar más que si uno está locamente pretendiendo algo. La idea de individuo, de identidad, es una idea que también señala un camino. Si a vos un hijito te dice “quiero ser abogado” ya hay una línea de tiempo que inmediatamente va a aparecer en la familia: bueno, primero hay que mandarlo a la universidad, después habrá que presentarle algún buró de amigos de abogados para que entre y haga sus experiencias, y ojalá que después sea juez… Hay toda una línea de tiempo que, depende de cada familia, se abre para esa criatura. Creo que cuanto más flexible sea esa imagen que tenemos de nosotros mismos, esa línea de tiempo va a ser menos una línea y más un camino ancho por donde uno va poder ir de un lado y para el otro, y no con esa sensación de que hay una sola vía para cada ser humano ¿no? Es muy simple lo que estoy diciendo, todos hemos experimentado esto, pero desarrollar eso audiovisualmente hace que uno vuelva sobre esa experiencia y quizás le encuentre otra cosa.

L.G.: No es simple y es atrapante al mismo tiempo lo que decís Lucrecia, que siempre es hermoso escucharte. En ese marco también reflexionar en torno a lo que empezó a implicar rápidamente la película, al día siguiente del estreno sos la elegida por la Academia del cine argentino para la posibilidad de entrar a los premios Oscar. ¿Cómo viviste el momento? ¿Te parece importante o no?

L.M.: Mirá, en todas las cosas que yo me imaginé en el futuro de mi vida, nunca estuvo estar en los Oscar. Me parece un poco un chiste, encima todos los comentarios malignos que yo hice sobre la Academia… pero qué significa eso para una película indudablemente, aún sin haber sido elegidos por los mismos de la Academia, para competir por ese premio, digamos ser solamente la propuesta de un país… eso pone un foco sobre la película y a alguna persona que por ahí no estaba interesada le va a dar curiosidad. Siempre eso significa un poco más de atención de algunas personas que no le habrían prestado atención a tu película. Así que indudablemente eso abre la película hacia personas inesperadas. Después esas cosas que son hermosas, en los diarios dice “ay sí se van al Oscar, están propuestos para el Oscar”, qué sé yo. Después de parte de nosotros tenemos que tener plata que por ahí no habíamos pensado que teníamos que gastar en eso, tenemos que empezar a pensar de dónde sacamos para las cosas que hay que hacer, los viajes, los pasajes y las presentaciones. Por ahí el espectador no sabe que cada productora que tiene esta nominación tiene una serie de compromisos en Los Angeles, encima no acá en Plaza de Mayo, sino en Los Angeles, de explicar y presentar su película, y aparte intentar que la vean estas personas para que la voten o no, o aunque sea que la vean. Bueno, nada, y ahora estamos en ese baile.

L.G.: Y es empezar un lobby concretamente…

L.M.: Uno dice lobby y los oyentes pueden creer que le van a pagar algo a alguien a ver si los eligen, pero en realidad hay una gran cantidad de personas que tienen que emitir un voto, esas personas tienen que ver una cantidad enorme de películas. Si las productoras no hacen un esfuerzo por entusiasmarlos para que vayan a verlas, no pueden ni siquiera votar por vos. Entonces, eso que se llama lobby en realidad lo que significa es que los productores intentan hacerles llegar información a los miembros de la Academia para que vayan a verla, y luego verán ellos si votan o no, pero por lo menos que la vean. Yo no sé si eso se llama lobby… suplicar se llama.


Siempre hemos tenido los gobiernos que hemos votado. Y cuando no ha habido gobiernos democráticos también han sido gobiernos apoyados. Y como sociedad tenemos que cargar con esa responsabilidad. No con la culpa, con la responsabilidad histórica sobre eso.

L.G.: ¿Cómo fue la reconstrucción de época? Hay mucho detalle. Se nota que Zama particularmente te llevó mucha observación en relación a reconstruir aquella época.

L.M.: Sí, porque indudablemente para llegar a esa selección tenés que haber podido elegir sobre una enorme cantidad de objetos. El universo sobre lo que uno decide, para que sea particular… tiene que ser enorme la cantidad de cosas que conocer, qué se yo, investigar, decidir sobre qué época íbamos a investigar, no específicamente sobre la novela, sino cuánto más íbamos a abrir el marco temporal, qué tipo de objetos… bueno, en fin, todo eso que es muy divertido, que lleva tiempo, tiempo que nadie te paga, pero que es fascinante. En esta película, en la medida en que se iba demorando la financiación, la investigación iba creciendo. Cuando llegó el momento de filmar tenía mucha información sobre la que decidir.

E.G.G.: Una de las cosas llamativas de tu película es el poco lugar en que aparece la iglesia católica, los símbolos…

L.M.: Una sola cosa con respecto a lo que me preguntaste antes y que tiene relación con la iglesia católica. Para la construcción y ambientación de todos los edificios públicos nosotros tomamos como referencia las construcciones jesuíticas de La Chiquitanía, que tienen una particularidad, primero porque son construcciones con una cantidad y una disponibilidad de madera extraordinaria, y aparte en una época en que los árboles de cedro tenían treinta metros, y capaz que ochenta centímetros de radio de tronco, árboles que ya no existen más, entonces son construcciones muy particulares pero lo que tienen es el uso de la pintura sobre la pared y una cierta gama de colores. Digo esto porque esa estética que corresponde a edificios religiosos nosotros la usamos para edificios civiles, que es la gobernación. Esas son las arbitrariedades y las libertades que uno se va tomando para cuando querés crear un mundo, que el espectador vea una cierta coherencia, que después lo hace sentir en ese lugar, más transportado. Y respecto al no uso de símbolos eso fue deliberado porque me parece que nosotros, todos, tenemos una manera de simplificar para no incomodarnos. Yo creo que cada vez que se piensa, o que pensamos, nuestra historia para atrás, nos resulta comodísimo ponerle todas las responsabilidades a los conquistadores y a la iglesia católica, y a los desmanes que se mandaron y a las torpezas. Me parece que cuando desaparecen los símbolos religiosos y estamos más entre civiles es otra la responsabilidad sobre el pasado, es más cercana. Sino siempre lo podés caricaturizar, el obispo sanguinario… en cambio si no hay nada religioso estamos entre civiles, y vamos a mirar las acciones civiles, esa fue una de las ideas. Y me parece que era muy poquito lo que había que hacer, sencillamente no poner esa presencia de la iglesia que te saca de encima un montón de responsabilidades, y creo que funciona.

L.G.: A mí en general tus películas me parece que estuvieron hablando sobre la decadencia de cierta burguesía acomodada, especialmente en las tres primeras películas veía eso, y ahora en particular lo veo en cierta decadencia del imperio, de aquél imperio que supo ser España. La película de alguna manera refleja esa caída al abismo. ¿Pensaste reflejar esa decadencia de los poderosos?

L.M.: Es que justamente en mis películas, y también en Zama, nunca hay nadie muy poderoso, nunca va a haber un auto de alta gama. Si recordás un poco las películas en seguida te van a venir las imágenes, son cosas muy vetustas las que se usan, porque a mí me parece que el problema no es el gran poder. El gran poder se ve, hay muchas formas de identificarlo, y la responsabilidad de construcción de la realidad del gran poder es algo sobre lo que rápidamente podemos ponernos de acuerdo en un bar. Lo que es sumamente difícil es identificar la propia responsabilidad de uno en la construcción de la realidad. Por ejemplo, esa frase que decíamos… yo no la decía pero voy a incluirme amablemente: «que se vayan todos», pensando que este país alguna vez tuvo una clase política que no lo refleje cabalmente, es una fantasía para sacarse responsabilidades de encima. Siempre hemos tenido los gobiernos que hemos votado. Y cuando no ha habido gobiernos democráticos también han sido gobiernos apoyados. Y como sociedad tenemos que cargar con esa responsabilidad. No con la culpa, con la responsabilidad histórica sobre eso.

E.G.G.: En tu película aparece el colonialismo, el racismo, la burocracia, la decadencia, la presión interna de cada ser humano, pero en algún momento también aparece la aventura. ¿Cómo te llevás con la aventura?

L.M.: Fue hermoso, porque si yo tengo que identificar un origen en mi entusiasmo por el cine es que cuando era chica y tenía esa cámara de video, a los quince años más o menos, yo filmaba westerns con mis hermanos. En realidad ¿qué es la aventura? Es el hombre a la intemperie, un poco al cachetazo de las fuerzas de la naturaleza, que en el caso de la última parte de Zama, las fuerzas de la naturaleza son los pobladores pre-colonia, que están por ahí perdidos en el monte y que son un misterio y una cosa incomprensible.

L.G.: Es interesante cómo lo que empieza como aventura tiene una especie de género casi lindante con el terror. Me parece que hay una situación de opresión en determinados momentos. ¿Te imaginás haciendo algo puro género? Así, bien distinto a lo que has hecho en los últimos tiempos.

L.M.: Puro puro género no. Creo que es difícil porque creo que ya nadie se banca el género puro. Pero hacer una película de ciencia ficción es algo con lo que siempre he fantaseado, y siempre siento que estoy escribiendo una película de ciencia ficción. Después a veces no es. Pero siempre al principio lo pienso. Y ahora también creo que tengo una película de ciencia ficción, después uno va mutando y termina en otras cosas.

L.G.: Quedó lo de El Eternauta pendiente, lo relacioné con eso con ciencia ficción…

L.M.: Para mí no es un pendiente porque no es algo que dependa de mí, los derechos de la historieta los tienen los productores, pero sin duda esa experiencia de cambiar de status dentro de una ciudad y pasar a sobreviviente, que la ciudad deja de ser una especie de laberinto de la propiedad privada y se transforma en un terreno enteramente disponible para el escape, la fuga, tratar de escaparse de alguna amenaza, es fascinante. Cualquier persona que camina en la noche, en un momento así, justo no hay autos y no hay mucha gente, esa sensación de ciudad desierta y que uno es la única persona despierta y caminando, es fascinante. Mientras hacía El Eternauta esa era una sensación permanente. Yo salía mucho a la noche a caminar, o a andar en auto, con esta idea… y nada, es un planazo hacer eso.



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