La editora viajó hasta Mar del Plata con motivo del Festival de Cine que tiene lugar en la ciudad costera. En la crónica que se publica a continuación hace un ejercicio de vinculación temática entre las películas seleccionadas.
Coincidencias
Este año cubrí los primeros cuatro días del 34° MDQ FILM FEST para La Cueva de Chauvet. La fecha me encontró procesando el final de un fugaz romance, por lo que esta escapada al mundo de la pantalla grande, se convirtió en un gran plan: hacer un paréntesis en la vida ordinaria.
Con el propósito de escribir mi primera crónica seleccioné un puñado de películas con la arbitraria estrategia de encontrar puntos en común que me permita relacionarlas de algún modo. El primer día me acredité, y como ya lo había hecho el año pasado, rápidamente corrí a la cafetería de la esquina para acceder a través de Mi boletería, a la película que me generaba la mayor de mis expectativas: La vida oculta, de Terrence Malick, de exactamente 180 minutos de duración. Primer coincidencia: el año pasado, tuve la suerte de poder ver en pantalla grande El árbol de peras de Nuri Bilge Ceylan (de similar duración), que me confirmó que el director turco es uno de los mayores exponentes del cine contemporáneo.
Con respecto a Malick, y en una época donde los estrenos muchas veces se dan en plataformas streaming como Netflix, su estilo fílmico amerita un visionado en la pantalla grande y en la oscuridad de una sala de cine. Majestuosos movimientos de cámara que junto con el montaje, que interrumpe dichos movimientos habilitando la inversión de sus sentidos, o los detiene para acentuar un instante o una expresión descrita en el plano, construyen cierto lirismo que densifica el tiempo cinematográfico. El trabajo con la fotografía tiene la funcionalidad de resaltar los colores de la naturaleza y la calidez de la luz solar, creando una atmósfera de ensueño. Eso es coherente con la propuesta del guión que cuenta una historia basada en hechos reales, cuyo argumento está estructurado a modo de novela epistolar, donde la reflexión interna de los personajes y la construcción de sus recuerdos se ven matizadas por la nostalgia del tiempo de armonía y felicidad perdidos, y que contrasta con el sentimiento trágico del presente.
La película es un homenaje a aquellas personas que no forman parte de la Historia oficial, aquellas que se resisten con sus acciones personales a seguir a la manada, incluso si por ello, deben pagar con sus vidas y felicidad. Quien presentó la proyección dijo “Esta película tiene olor a Oscars”, y creo que no se equivocó.
Luego de un pequeño paseo por la costanera y del merecido almuerzo marino, fui a ver Un film dramatique, documental de Eric Baudelaire. La película es un experimento realizativo, donde el director le pide a los estudiantes de un colegio de un barrio situado en las afueras de París que hagan una película. El resultado es muy interesante, ya que los personajes poco a poco se van constituyendo como tales y el conflicto que organiza el film, es la propia construcción del documental: ¿qué se puede contar en una película? es lo que se debaten, y en la búsqueda de respuestas, el drama aparece. Como buen drama, los temas que subyacen a la forma aparente se instalan como pátinas de una realidad que muchas veces queda oculta por las narrativas consagradas: la marginalidad, la migración, las posibilidades de movilidad social que habilitan, o no, las instituciones educativas, la infancia y la identidad de origen, entre otras. Propuestas como estas, que no se detienen en la búsqueda de la belleza formal, que no son oscarizables, y que desafían al espectador a mirar con detenimiento lo que nos circunda, son las que hacen que la experiencia festivalera sea sorpresiva y estimulante.
Majestuosos movimientos de cámara que junto con el montaje, que interrumpe dichos movimientos habilitando la inversión de sus sentidos, o los detiene para acentuar un instante o una expresión descrita en el plano, construyen cierto lirismo que densifica el tiempo cinematográfico.
Para cerrar la primera jornada, y como corresponde, fui a ver la película de apertura en homenaje a José Martínez Suárez Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976). No tengo consciencia de haber visto antes alguna película de él, aunque seguramente pueda haberlo hecho en la época en que no prestaba atención a quienes dirigían, sino a quienes actuaban.
Me propuse observar cuáles son las cualidades que despiertan el respeto que he observado de la comunidad cinematográfica. Comprendí que construye una narrativa muy orgánica, donde la trama se desarrolla de manera progresiva, con la generación adecuada de indicios e informantes que van interesando paulatinamente al espectador. Tiene una puesta en escena que pone el énfasis en la generación de climas y atmósferas contradictorias: en tono de comedia, infecta las situaciones con la negrura de sus personajes, un tanto siniestros y capaces de pasar todos los límites de la moralidad.
Pero me pasó algo que no puedo evitar mencionar: como espectadora contemporánea; y si bien intenté hacer el ejercicio de leer la película en su contexto de producción, no pude dejar de sentirme incómoda con el argumento y su tratamiento. Tres varones que odian a sus mujeres y que las van matando de a una para quedarse viviendo solos, entre machos, en armonía con la naturaleza y sin la molestia de esas féminas -aunque ellas sean las dueñas del capital que los mantiene-. En un contexto donde los femicidios ya no pueden verse con humor, la película me incomodó. Este sentimiento se incrementó cuando finalmente, nuestros simpáticos personajes terminan de matar a las últimas dos mujeres -con el supuesto justificativo de que osaron creerse más inteligentes que ellos- y una parte importante del público lo celebró. Y entonces, mi estado anímico viró a la indignación. Ese fue el fin de una primera jornada agitada.
Sobre el sufrimiento
De ahora en más, haré referencia a las películas vistas, ya no por orden, sino de manera asociativa, a partir de las relaciones encontradas. Comienzo con O qué arde de Oliver Laxe, ganadora del Astor de oro al mejor largometraje de competencia internacional. Fue presentada por el actor Amador Arias y el guionista Santiago Fillol, quien recibió, junto al director, el premio Astor de plata al mejor guión. La protagonista de la película es la naturaleza retratada desde su lugar de víctima. Como una sinfonía apocalíptica, una topadora arrasa en los primeros planos con filas y filas de árboles que caen muertos a su paso. Amador regresa a su pueblo tras cumplir una condena por ocasionar un incendio en la región. Aparece ante su madre, quien le pregunta si tiene hambre. Se reconoce así el vínculo primordial entre madre e hijo: la subsistencia ¿Acaso reconocemos algo de eso en nuestro vínculo con la naturaleza?
La película habla del amor, de los vínculos y del dolor. Un ser que sufre, es un ser que puede hacer daño. La puesta en escena pone énfasis en la aparente espontaneidad de las acciones, cuya la temporalidad fílmica está puesta al servicio de la descripción de situaciones y espacios, y los movimientos de cámara siguen el derrotero de los personajes, lo que nos permite compartir con ellos las actividades cotidianas y la relación con el medio agreste que los rodea. Todo sucede en una aparente calma y armonía, pero, puede percibirse que en el aire flota algo extraño, una incomodidad que no podemos poner en palabras. Amador no encuentra su lugar en la comunidad, incluso la posibilidad del amor parece vedada para él. Un día, la perra, compañera de Amador se pierde. Una sumatoria de estados “vacíos”, culminan con un enorme incendio que arrasa con todo a su paso, incluso con los proyectos de varios lugareños. ¿Qué o quién lo ha provocado? no lo sabemos. Entre las cenizas, la madre busca a la perra. A un caballo se le han quemado los ojos. El sufrimiento, ahora, quema.
I was at home, but
La siguiente película que aborda el tema del dolor, lo hace en relación al duelo. I was at home, but de Angela Schanelec, fue uno de mis mejores aciertos al elegir las funciones (al tener pocos días, no podés equivocarte). La directora ganó el Astor de plata a mejor directora -a mejor director, lo recibió Pedro Costa-. En el criterio de selección a la mejor dirección, creo que prevaleció en ambos casos, la originalidad narrativa y la fuerte impronta autoral. Un hijo regresa a casa luego de estar perdido por unos días, y lo que recibe, es un abrazo desesperado de su madre, madre que luego conoceremos como mujer.
Schanelec maneja la construcción de un relato enigmático, que alterna situaciones con un clima cinematográfico cargado de vacío y sin sentido, con momentos dislocados y extraños, como por ejemplo lo es la secuencia de la compra e intento de devolución de una bicicleta. Lo cotidiano se convierte en una lucha obstinada y desquiciada por seguir adelante. Poco a poco, vamos comprendiendo que lo que subyace a esas acciones, es el intento de superar una pérdida, la del padre de la familia. Trepar un muro para dormir junto a una tumba, para compartir ese lecho, es una de las imágenes más significativas y poderosas de la película. El manejo del tiempo, la puesta en escena, la construcción de diálogos poco explicativos pero muy significativos, hacen de la experiencia de visionado, un placer estético y sensible.
Sobre duelo y modalidades narrativas no clásicas. La película Les infants d´Isadora de Domien Manivel, aborda de manera reflexiva el intento de tres personajes por interpretar la obra de danza La madre, de Isadora Duncan. Nuevamente una madre, nuevamente un duelo y el dolor.
La obra a la que hace referencia la película, fue realizada por Isadora como parte del proceso de duelo por la pérdida accidental de sus dos hijos. La narrativa se centra en la descripción de estos personajes por encarnar, en la elaboración de esa pieza de danza, el sentimiento que motivó la obra. La interpretación de los personajes que buscan hacer carne el sentido suman 84’ de disección de dicha obra y de contemplación de su proceso. De temporalidad dilatada, la película poco a poco nos introduce en la sensibilidad y comprensión de algo muy cercano a ese sentimiento de pérdida infinita. Una espectadora que realiza un largo viaje para poder ver la función, y que al regresar a su solitaria casa atraviesa por su voluminoso cuerpo, la danza y su propio duelo de madre.
Sobre la muerte y el duelo. La muerte no existe y el amor tampoco de Fernando Salem, película de la competencia nacional, cuenta el regreso de una joven a su pueblo en Santa Cruz con el motivo de asistir a la ceremonia de esparcimiento de las cenizas de su amiga. En ese viaje, la joven cumple de alguna manera el rol de sustituta de la hija perdida de unos padres dolientes. Pero también es su oportunidad para realizar un doble duelo, el de su amiga y el de su primera relación de amor.
La narrativa de Salem enmarcada en la fría y nevada Patagonia busca momentos de registro naturalista que alterna con posibilidades fantásticas y a la vez poéticas. La interpretación contenida de la protagonista que contrasta con la exteriorización del dolor del personaje de la madre, funcionan de manera dialéctica e inversa. Sobre el final el proceso interno que realizan ambas invierte sus estados anímicos. Conversar con los muertos, hacer el amor con los vivos, es el modo de dejarlos ir.
Si hay huérfanos, hay padres muertos. La última película que vi es Huérfanos de Brooklyn de Edward Norton. Película de narrativa totalmente clásica, cuya actuación del mismo Edward, puede ser oscarizable -aunque con Joaquín Phoenix compitiendo, no creo que tenga chances-.
La muerte, en este caso, viene por la pérdida de un padre sustituto, un detective que ha apadrinado a nuestro protagonista y que deja un asunto por resolver. El protagonista tiene un síndrome que le hace decir cosas impropias pero que a la vez lo dota con la posibilidad de recordar literalmente todo. Me hubiera gustado tener esa capacidad, para analizar con mayor profundidad cada película que visioné. No voy a analizar ésta, ya que todavía pueden verla en los cines, pero puedo decir que lo más relevante son las actuaciones de Norton, Baldwin y Dafoe.
Ah, en esta sí el amor triunfa, por lo que después de tanta muerte, dolor y duelos, me volví con un poco de ilusión.
Comments