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Foto del escritorÁlvaro Fuentes

HUELLAS DE MAR DEL PLATA 2016

La cueva de Chauvet envió, como cada año, a sus escribas al Festival de Mar del Plata.

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En busca de método


Un festival como el de Mar del Plata presenta tal cantidad de películas que pretender cierta sistematicidad para abarcar todo lo relevante es una empresa casi imposible. Quizás haya críticos que ven todas las películas que pasan por las principales competencias, pero supongo que lo logran haciendo un poco de trampa: empiezan a ver las películas desde antes, apelando a “contactos” que posibiliten el acceso al material cinematográfico, de otra forma inconseguible. A los críticos que somos simples mortales, nos queda lanzarnos a la arena de los cronometrados días del festival, para ver todo lo que podamos, incluido aquello que nos atrae por una cuestión de gusto.


La verdad es que de las aproximadas veinte películas que vi en mis siete días de estadía, ninguna de ellas ganó premio. ¿Eso imposibilita ofrecer un panorama de lo visto en el festival? ¿Se puede decir algo relevante sobre las nuevas tendencias del cine local, regional y mundial a partir de un puñado de veinte películas, ninguna de ellas ganadora de algún premio?


Personalmente creo que se puede ofrecer un análisis consistente, lo que lleva a plantearse la verdadera relevancia de la instancia de premiaciones en un fenómeno más amplio como el de un festival internacional de cine. Mar del Plata expresa tendencias del cine actual que el crítico de carne y hueso (no los ya mencionados críticos corredores que empiezan con ventaja) debe advertir, comprender, clasificar, transmitir, etc.


En este sentido podría decirse que hay una suerte de método del crítico para la cobertura de un festival de cine. O más precisamente, un objetivo que debe guiar su pesquisa. La estrategia que se utilice para cumplir con dicho objetivo es algo que va configurándose en el transcurso mismo del festival, a la luz de la mayor o menor relevancia de los materiales cinematográficos que va viendo. La masa de películas, al principio indeterminada, va formando grupos más delimitados, centros de interés, atravesados por su pertinencia geográfica, temática y/o estética.


Por su carácter latinoamericano y al mismo tiempo de jerarquía internacional, el festival de Mar del Plata posee una competencia latinoamericana que se destaca. Más allá del documental ganador que no vi (Martirio), el nivel de las películas de la región que llegan es muy alto. Algunas de ellas se estrenan en Mar del Plata, por ser ese festival un centro estratégico de tendencias cinematográficas a nivel global.


Tendencia latinoamericana


Empiezo por la uruguaya Los modernos, de Mauro Sarser y Marcela Matta, no porque me haya parecido la mejor, aunque me pareció buenísima, sino porque fue la primera que vi que me gustó. No sólo me gustó, sino que me sacudió por lo bien contada que está y por lograr mantenerme prendido a la pantalla. En medio de la marea de películas, la primera que impacta se hace un espacio en la memoria, que trabaja como una red que retiene sólo lo que produce una marca en la sensibilidad. Puede decirse de una película que es buena o mala, pero si nos mantuvo agarrados a la butaca a todos por igual ese es un dato objetivo de la realidad. Un aspecto que debiera figurar como criterio de belleza en los manuales de estética.


Aparentemente, todo nace de un simple comentario entre amigos: alguien pregunta cómo sería que una lesbiana quede embarazada vía la transmisión de semen de una mujer bisexual que antes de acostarse con ella estuvo con un hombre. A partir de este simple interrogante nacido de la más pura curiosidad, cuentan sus directores, surge la idea de hacer una película. La historia se centra en la vida de la pareja heterosexual, que por una crisis en la relación hace que los dos enamorados busquen nuevas relaciones. La película parece querer mostrar el dilema de conciencia que se genera ante un excepcional caso de embarazo no deseado, producto de una relación que involucra a tres personas. Previo a esto, nos sitúa en el mundo de temores y expectativas de los personajes (incluida la lesbiana que aparece más tarde) frente a la posibilidad de tener un hijo.


Tras todos estos interrogantes, Los modernos termina derivando en un sensible drama romántico, con tintes de comedia. Comedia de rematrimonio, como se dice de estas historias, donde una pareja que primero se separa vuelve a juntarse luego de varios desencuentros amorosos.


¿Pero cuáles serían los méritos de la película además de su potencia narrativa ya señalada? Su preciosismo de planos en blanco y negro, que mueve a equívocos en la interpretación del título de la obra. Los modernos son aquellos que, ante un dilema existencial, que es tener o no ese hijo, tratan de actuar del modo más ético posible. Pero los modernos también son quienes intentan contar una historia con las armas más elementales del arte cinematográfico. Cierto clasicismo recorre los planos en blanco y negro. Los diálogos y las reflexiones en torno a la escritura dramática son otros elementos de la película que destaco.


Hay una segunda película latinoamericana, peruana en este caso, que también contiene este primer y fundamental atributo estético de la potencia narrativa. La historia sigue la estrategia de la saga de Richard Linklater, protagonizada por Ethan Hawke y Julie Delpy. Como en Antes del atardecer, la película La última tarde de Joel Calero va narrando una conversación que entabla una ex pareja de amantes, que alguna vez formó filas en la guerrilla Sendero Luminoso. Diecinueve años después, se vuelven a encontrar para firmar los papeles de divorcio.


No sé si es una parte vieja de Lima, pero el largo paseo que realizan mientras esperan al abogado que tiene que poner unos sellos, está filmado en una serie de calles linderas al mar, los “malecones” si no entendí mal. El tono de la charla va del humor descontracturado al drama, pasando de uno a otro estado con naturalidad, como en la vida misma, y como ocurría también en la película de Linklater. Aunque en esta película los personajes cargan con una historia de connotaciones político-ideológicas, lo que no estaba en la del norteamericano. También es en esencia una comedia (dramática) de rematrimonio.


Hubo una película cubana que me resultó interesante, aunque no tanto como las otras en rigor de verdad. Espejuelos oscuros (de Jessica Rodríguez Sánchez) consta de tres historias dentro de una historia que las abarca. Son los cuentos que una mujer ciega le lee al prófugo de la justicia que la tiene secuestrada en su propia casa. Los actores que hacen de ciega y secuestrador se repiten como par protagónico en las otras tres narraciones interiores. Siempre hay cierta relación de amor-odio entre ellos, a lo largo de diversas épocas y lugares de la historia política de Cuba.


Una cuarta película, de origen colombiano (Oscuro animal de Felipe Guerrero), no se destaca en lo narrativo. Pero me interesó por el tema que trata y la forma en que lo hace. Son ejercicios casi pictóricos (planos fijos con poco diálogo) cuyo tema son los desplazamientos forzados por el conflicto militar en ese país. Hay tres líneas narrativas mínimas: tres mujeres, sin relación entre sí, pero todas compartiendo la misma situación de vulnerabilidad, intentan escapar del conflicto, internándose en la selva y buscando llegar a las ciudades grandes de Colombia, donde la guerra no se siente tanto pero donde también tendrán que sobrevivir. Los sucesión ininterrumpida de planos da una panorámica del estado de desolación que se vive en las zonas rurales de Colombia. La película acompaña la tendencia de historias que llevan a la pantalla la problemática de las mujeres en situación de conflicto.


La pata argentina


No tenemos la costumbre de hacerlo, pero puede resultar fructífero pensar al cine argentino como cine latinoamericano. La última película de José Campusano, infaltable en el festival de Mar del Plata, y que también participó de la competencia latinoamericana como las anteriores (salvo la colombiana), es una buena oportunidad para hacerlo.


El sacrificio de Nehuén Puyelli es una historia urticante que narra el conflicto carcelario en su más alta expresión. La guerra a muerte entre los presos por mandar en los pabellones y también las negociaciones espúreas con el servicio penitenciario. Las interacciones entre el exterior y el interior de la cárcel, mostrando que las luchas entre bandas dentro del penal continúan afuera e involucran sectores de poder. La película deja expuesto el uso discresional que se hace del sistema punitivo argentino, con causas armadas en función de intereses de “gente de bien” con influencias en el poder judicial, que es el que dictamina las sentencias, en general a los más desprotegidos.


Campusano se da el gusto de volver a trabajar con dos personajes que ya habían protagonizado otra de sus películas: El perro Molina. También comparte esta obra con aquella la buena performance técnica, “muy prolija” como suele decirse, que va posicionando al director en el circuito de cinematografías emergentes a nivel internacional. En una charla de críticos europeos, un español en el panel decía que del cine latinoamericano lo que más destacaba era el cine de Campusano, que quería llevar a un festival de Francia.


El mismo Campusano parece ir asumiendo la tarea de dar identidad latinoamericana a su cine. De las anteriores películas a esta, hay un leve viraje que marca esa búsqueda, como las raíces indígenas del curandero Nehuén Puyelli, originarias de una etnia de Chile. Esta idea se refuerza con los presos chilenos dentro del penal.


Campusano se encuentra tendiendo lazos con latinoamérica, filmando en otros países de la región o acompañando emprendimientos cinematográficos con su productora. Su película no ganó el premio, pero se instala cada vez más en el circuito internacional, que la cataloga como nuevo cine latinoamericano, de potente crítica social y anclado en un narrativismo clásico que lo vuelve aún más influyente.


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