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Nahuel Cheruse

La película en mi cabeza: el efecto Mandela

De la misma manera que existe el tiempo fílmico, cuya percepción está ligada al ritmo del film, también pareciera haber una distorsión en nuestra percepción entre lo que sucede en concreto en pantalla y lo que queda en la mente del espectador. El autor se propone problematizar cómo funciona esa articulación del relato que se va originando en nuestra cabeza, en el momento en que vemos una película.



La primera analogía que se me viene a la cabeza es la típica situación donde uno trata de recordar y relatar lo que pasó la noche del sábado tras varias “copas” encima. Y luego un amigo que se mantuvo sobrio le cuenta lo sucedido realmente. Quien con los efectos del alcohol tiene en mente una versión de los hechos, real para él, es en verdad inexacta a cómo sucedieron las cosas.


Fue a través de experiencias personales con dos piezas audiovisuales donde reparé en esta cuestión y, luego de pensar, me hiciera la siguiente pregunta: ¿es posible escriturar de antemano este guion paralelo que se produce en mi cabeza?


Encuentro en el mundo de la publicidad audiovisual algo similar en tanto que ha explorado una cantidad de “ardides” con la utilización de mensajes subliminales a fin de producir sensaciones u opiniones en los consumidores y vender su producto, pensados desde su gestación.


Incluso en la historia del cine es de público conocimiento el caso en el cual se experimentó colocando en una película la imagen de un producto en un solo fotograma (invisible al ojo humano) cada determinado tiempo, provocando que una vez finalizada la proyección, el público de modo inconsciente fuera en búsqueda de esa marca.


Pero, sin dejar de lado lo sensorial, mi incógnita apuntaba a algo más narrativo, pasando a preguntarme: ¿cuál sería el método para inducir a esta otra historia paralela? Como pasa con el tiempo fílmico (mencionado antes); donde uno puede con antelación diagramar el ritmo con aceleraciones o desaceleraciones e incluso saber qué imagen utilizar en pantalla para producir intensidad o simplemente mediante el montaje, cambiando así la percepción del tiempo.


Recuerdo volver a haber visto no hace mucho la película La historia sin fin. Habiendo pasado más de 20 años desde la última vez, tenía recuerdos que poco coincidieron con lo real.


Lo primero tiene que ver con la extensión del film, que dura una hora y media. Sí me hubieran preguntado cuánto pensaba que duraba la película antes de volverla a ver, hubiera agregado 20 minutos más como mínimo.


El segundo recuerdo tiene que ver con el gusto. Uno de mis personajes preferidos era el caracol de carreras gigante. Nuevamente, si me hubieran preguntado de la misma manera que con la duración, cómo era ese personaje, seguramente habría hecho una lista de características y de situaciones describiéndolo, lo que posteriormente en pantalla no se verían reflejadas.


Esto es similar a un término aprendido durante la carrera de profesorado. En pedagogía se utiliza el término efecto Jourdain para inferir a cuando el profesor le adjudica saberes al alumno que en realidad no tiene… Volviendo al caso del film, le hubiera adjudicado “cualidades” que en realidad no tenía. La razón exacta de esto todavía sigue siendo un misterio para mí entender.


Fue a través de experiencias personales con dos piezas audiovisuales donde reparé en esta cuestión y, luego de pensar, me hiciera la siguiente pregunta: ¿es posible escriturar de antemano este guion paralelo que se produce en mi cabeza?


La otra pieza audiovisual fue la serie Game of Thrones, en donde luego de ver por tercera ocasión hasta la séptima temporada noté que la historia de amor entre Jon Snow y la salvaje Ygritte no era tan espectacular como recordaba.

Se me ocurrió buscar en qué momento exacto los personajes se enamoran, viendo sólo sus escenas. Haciendo esto noté que, de hecho, eran menos escenas de las que recordaba y por sobre todo, el surgimiento del amor desprendiéndose de las acciones que se muestran, no se sostenía en cuanto verosimilitud (trayéndolo al mundo real).


Es que mediante las secuencias de tramas distintas en medio de estas de amor que funcionan a su vez como dilatadores, es nuestro cerebro el que termina agregando o modificando a nuestro agrado dichas situaciones para “cerrar el cuadrado”, en comparativo con la ley cierre o cerramiento de Gestalt, en cuanto a la psicología de la percepción.


La respuesta a la que arribé de si era posible escriturar esta historia que no trascurre en pantalla pero sí en mi mente (la película en mi cabeza), debería develarse primeramente entendiendo cuándo ocurre esto.


Fue en este punto donde descubrí un término que definía mi experiencia, que ya había sido experimentada por otras personas en otros ámbitos que no tenían que ver con el cine.


En el año 2010, una blogera (Fiona Broome) contó que junto a mucha gente recordaba el funeral de Nelson Mandela y su muerte en la cárcel en los años 80s. A raíz de esta publicación, se dio a conocer por qué el cerebro parecía reconocer realidades que no pasaron, llegando a puntos donde se explica que bajo la sugestión uno puede influenciar en los recuerdos de otra persona haciéndole creer eventos que no pasaron. Adrede o involuntarios, como el caso con Mandela.


Allí fueron los funerales de otros activistas y un concierto tributo en los años 80s para apoyar su causa, sumado al arresto, lo que hizo que en la memoria de algunas personas esos sucesos pudieran habérseles mezclado y, “cerrando el cuadrado”, concluyeron en que murió. A esto luego se lo rotuló como “efecto Mandela”.

Descubrí entonces que está comprobado este proceso psicológico, por el cual una persona o un libro o una película, pueden guiar o dirigir los pensamientos, emociones y sentimientos de otras. Pero para el caso de los guionistas: ¿cómo podemos hacer para que esto suceda en lo que redactamos sin convertirnos en un descabellado mago hipnotizador?


Sin poder aún encontrar la solución al cómo, me pregunté mejor: ¿cuándo sucede esto? Y la respuesta esta vez subyace en líneas anteriores sobre Game of Thrones. Uno tiende a enamorarse de eso que le gusta. ¿Quién alguna vez no ha estado enamorado de una persona a la cual idealizó, con características que en realidad no tenía o eran muy distintas al verlas con el tiempo? Entonces la respuesta es fácil al decir, pero complicada de llevar a cabo.


Como guionistas debemos enamorar al espectador. Un objetivo claro pero para nada sencillo.

Si bien es completamente subjetivo de quién o qué cada uno se enamora, se puede llegar a grandes masas con generalidades.


Y básicamente aquí destaco dos elementos: el personaje y la trama. Aclarando que uno puede quedar atrapado por la estética o el montaje, como por ejemplo las escenas de comienzo de la serie de Netflix Better call Saul, con puestas de cámaras y planos que nos remiten a lo más independiente del cine. Pero eso al espectador promedio no le llega de igual manera que la trama o el personaje.


En cuanto a la trama no diré demasiado. Para eso habría que pensar a qué público va destinada la historia, de qué país, de qué región. Conocer los temas de interés del momento, en otras palabras: realizar un estudio de mercado.


La situación con el personaje es diferente. Posiblemente también suceda que dos actores interpretando el mismo papel no generen lo mismo, por lo que asumo que una parte fundamental se la lleva el intérprete cuyo carisma o presencia puede ser inherente a las líneas que lo describen en la previa de su armado. Lo que se conoce como el toque del actor. Pero otras cuestiones sí se pueden prever.


Un personaje no se describe a sí mismo por lo que hace. Un personaje se describe por cómo hace eso que hace: imagínense a Jack Sparrow entrando a un bar y pidiendo una cerveza; ahora imagínense a Terminator haciendo exactamente la misma acción, utilizando las mismas líneas de diálogo.

Para llegarle al espectador, es importante que el personaje tenga ideales de vida, diferenciándose en este punto de ideología política, que también podría ser utilizado. Pero las cuestiones en política a veces terminan siendo binarias descartando de antemano un sector del público…


Una manera sencilla de ejemplificar la cuestión de los ideales es Hakuna matata. Las películas para niños terminan por ejemplificar todo de manera más sencilla. Sin ánimo de detallar la construcción de un personaje creo importante señalar que una pre-historia que termine por justificar el accionar es fundamental para generar empatía, factor primordial para el “enamoramiento”. Dependiendo de cuan desarrollado esté y por sobre todo el modo, es lo que esto funcionará o no.


Pienso que para poder adelantarnos a estos falsos recuerdos, es sumamente importante reflexionar acerca de qué es eso que nos atrae del otro, para hablar del personaje, y al igual con las tramas.

Pensar qué relatos de nuestras vidas perduran más en nuestra memoria. Esa historia real que nos gusta contar, siendo conscientes de los elementos con los que cuenta: personas, lugares, acciones concretas. Y buscar un paralelismo con algún film, así sea de manera metafórica.


Si bien imagino que por el momento es imposible escriturar de modo literal qué es exactamente lo que quedará en la memoria, concluyo en que es posible mediante estrategias de escritura atrapar al espectador con eso que le gusta, haciendo que este termine por cerrar el cuadrado o, atar cabos sueltos, que a veces quedan en el guion justificando argumentalmente en su parecer un oso polar en Lost.


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