Mucho se dice del western y poco lo que he visto de ese género, al menos en comparación a lo que me hubiese gustado ver. Un teórico del tema ha sido André Bazin, que entre otras cosas planteaba que no importaba la fidelidad que las películas de cowboys tuvieran con la historia, sino el contenido de verdad histórica que poseían por sí mismas, como expresiones de una época y la idiosincrasia de una sociedad.
En lo personal, el western me interesa por su gran capacidad de generar empatía. El esquema de buenos y malos en este tipo de películas creo que está más allá de una cosmovisión social, como se piensa frecuentemente, sino que responde a una declarada búsqueda de los autores de generar en los espectadores empatía con los personajes. Se trata de una regla infalible de construcción del discurso ficcional, un recurso para producir un tipo de catarsis moderna que sólo puede lograr el cine, cosa que los norteamericanos comprendieron muy bien.
Algo de esto se ve en la reversión de Los siete magníficos, de Antoine Fuqua, el mismo de Día de entrenamiento, en homenaje a la película de 1960 de John Sturges. Ambas tienen como origen otra película de 1954, en este caso de Samuráis, de Akira Kurosawa.
Pero como decía, el western es un género que declaradamente acentúa los polos morales para causar empatía en el espectador y en esa línea la película de Fuqua busca hacer del villano un ser extremadamente malo. Se advierte cierta pretensión de recrear rasgos del Guasón de Nolan. Pero no es en lo único que esta película busca parecerse a la trilogía de Batman. También en ciertos movimientos de cámara y en la orquestación de una moderna música tensionante para ciertas escenas. Esos pequeños gestos imitativos de una estética que marcó una tendencia en el cine contemporáneo, dan cierto aire de impostación a la obra. Pero más allá de eso tiene buen ritmo narrativo y sutilezas técnicas varias.
La estructura del western empieza por plantear una situación de gran injusticia que ciertos cowboys con sentido ético deben subsanar. Sea combatiendo el mal que sigue teniendo lugar en el presente, como en el caso de Los siete magníficos donde una banda de pistoleros mantiene bajo un régimen de usurpación y terror a un poblado de campesinos, o vengando la injusticia cometida, compensando a las víctimas y castigando a los culpables, como ocurre en Los imperdonables de Clint Eastwood.
En todos los casos la legalidad es un orden todavía endeble, no del todo asentado en la sociedad, y por lo tanto lo que prima es la ley del más fuerte. El bien y el mal dependen de individuos particulares que poseen o no sentido de justicia, y actúan en consecuencia. Se produce una confrontación entre justos e injustos, en una temeraria lucha de fuerzas. Los representantes de la justicia actúan para ganar unos dólares, por mero divertimento, por venganza o incluso como solitarios representantes de la ley.
En los móviles del principal justiciero se diferencian la película de 1960 y su remake actual. En la versión vieja, el líder de la banda que va a salvar al pueblo que sufre los abusos de poder de la banda de malechores, posee un sentido de la justicia que no se explica de dónde viene. Mientras que en el mismo personaje de la versión actual, encarnado por Denzel Washington, los móviles son más complejos: él es representante de la justicia formal y además tiene un deseo personal de venganza, dado que el malhechor en cuestión también cometió abusos contra su propia familia. En el esquema simplificado de la versión de 1960 hay más inocencia y la escena moral funciona con mayor eficacia.
En el villano de la nueva versión también se ve un intento por complejizar la psicología del personaje, mostrándolo como un ateo despiadado que no respeta los templos religiosos (comete atrocidades en ellos y los quema). Eso sumado a su actitud marcadamente perversa. En la versión del sesenta las cosas son mucho más simples. El villano no es un millonario cínico sino el líder de una banda de pistoleros que busca solventar los gastos de sus hombres doblegando poblados que vivirán a su costa. En cierto momento perdona la vida de los cowboys justicieros mostrándose más clemente y negociador que el de la nueva versión, que es absolutamente despiadado.
La diferencia entre una y otra obra es que una despoja a los personajes de móviles psicológicos y deja actuar las fuerzas del bien y el mal sin mayor sobre-explicación. La segunda película intenta dar mayor densidad a los móviles, creando psicologías más complejas, y empantanando de esa forma la simplicidad del anterior esquema. Eso no significa que los móviles no sean importantes en el western. De hecho, muchas veces estructuran la acción dramática como en la ya mencionada Los imperdonables, donde el personaje principal cometió injusticias en el pasado y quiere resarcirse criando a sus hijos y trabajando la tierra, pero termina retomando su antigua actividad con culpa y a la vez preocupación por estar demasiado viejo para poder llevarla a cabo. Pero en estos casos el trabajo sobre la psicología del personaje es más profundo y detallado.
Para concluir, se puede establecer una diferencia entre dos tipos de western: el ético y el psicológico. Uno quizás más anclado en el período clásico del género, el otro probablemente más moderno. En su intento por pertenecer a ambos tipos es tal vez donde falla la nueva versión de Los siete magníficos.
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