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Foto del escritorÁlvaro Fuentes

Los amores perfectamente planeados del cine


El autor fue a ver otro de los tanques argentinos en cartelera y retomó, desarrollándola, una idea que había aparecido tímidamente en nota anterior sobre los públicos de cine y sus demandas afectivas.




El amor menos pensado se enmarca claramente en el subgénero que el norteamericano Stanley Cavell denominó “comedias de rematrimonio”. Como nos explican en ámbitos donde se teoriza sobre cine, son historias de romance basadas, no en el encuentro virginal de dos jóvenes enamorados, sino en el reencuentro amoroso de dos personas que estuvieron casadas pero que sufrieron una separación temporal por el hastío de la relación. El grueso del público que va a ver este tipo de películas, parejas en camino de senectud, acude al cine revalidando un amor que es cada vez más artificial y autoimpuesto. Llenan el vacío de tiempo que implica la vida con el otro durante tantos años yendo al cine los fines de semana. Ríen juntos y entrelazan las manos maquinalmente. Son la clara expresión de lo que se ve adentro de la ficción o, como diría Zizec, el cine es la pantalla de nuestro deseo.


Quizás las otras comedias románticas, las del amor de adolescencia, como Antes del amanecer o Desvelado en Seatlle, sacían la demanda de un espectador de menos edad, más idealista frente a la cuestión del Amor con mayúscula. Lo que pone en evidencia la adecuación del cine, y de este género en particular, a las formas del deseo humano. El cine es esencialmente una máquina orientada a colmar expectativas afectivas según los distintos tipos de espectador (edad, género, condición económica, son factores que determinan la naturaleza del contenido cinematográfico).


Algo similar ocurre con la película El ángel, como sugerí en una nota reciente para esta misma revista. La película de Luis Ortega estaba destinada a un público más joven. En la mencionada nota la comparaba con lo que fue para mi generación Tango feroz. Ambas coinciden en mostrar una figura (Tanguito y Robledo) que subvierte las normas de su sociedad, son retratos de la rebeldía.


El amor menos pensado se monta sobre escenas donde los diálogos son lo más importante y la imagen está al servicio de lo que se cuenta. Se apela a un espectador maduro, que se identifique con las sutilezas de la palabra hablada.

Incluso estilísticamente las películas pensadas según la lógica de la industria responden a demandas etarias. El ángel es más osada en la construcción formal, El amor menos pensado más clásica desde todo punto de vista. El ángel juega con planos cenitales y contrapicados del personaje de Robledo Puch, en la bañera o en la moto, buscando recrear una imagen fetichizada del asesino que cale en la sensibilidad de un espectador joven. El amor menos pensado se monta sobre escenas donde los diálogos son lo más importante y la imagen está al servicio de lo que se cuenta. Se apela a un espectador maduro, que se identifique con las sutilezas de la palabra hablada.


La crisis de la separación, el apego a la casa que se compartió en el matrimonio o el vacío existencial que produce la búsqueda de experimentación sexual por fuera del amor de pareja, son algunos de los tópicos que El amor menos pensado trata. Si bien hay una voz en off del personaje masculino de la relación, hablándole al espectador, la película muestra la crisis post separación del hombre y de la mujer. Se destacan en sus papeles tanto Ricardo Darín como Mercedes Morán. Incluso están las configuraciones edípicas de ambos: ella envidiando a su madre anciana pero enamorada como la primera vez y él escuchando las lecciones de existencialismo doméstico de su padre (tanto Claudia Lapacó como Norman Briski se lucen en sus roles).


Faltaría tal vez un análisis de Mi obra maestra que completara un pequeño estudio psicológico sobre el tridente formado por las películas más masivas ofrecidas este mes en cartelera, justo cuando la entrada está a mitad de precio. Aunque nada está fuera de los cálculos de un cine que se piensa como vehículo de comunicación masiva y diversificada, pero sin resignar la calidad artística.


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