Gustavo Provinita con su usual lucidez analiza los Escritos de juventud de Andrei Tarkovski —recientemente publicados—.
La lectura de los Escritos de juventud de Andrei Tarkovski —recientemente publicados— confirma la absoluta congruencia entre su escritura literaria y su posterior configuración cinematográfica. León Tolstoi preconizó, en las postrimerías del siglo XIX, luego del visionado de unos precarios rollos de película: “serán necesarias nuevas formas de escribir…”. Los relatos de Tarkovski ratifican esa definición. El prestigio literario de su padre —Arseni— es probable que lo haya inclinado a la práctica temprana de la escritura. El escritor y el cineasta se fusionan sin desconocer la frontera entre ambos lenguajes. El esmerado estudio introductorio de José Manuel Mouriño enfatiza la noción de puctum —concepto extraído de la teoría de Barthes— para analizar la elaboración tarkovskiana de la imagen. Pero si el puctum es una cualidad inefable, subjetiva, que se ofrece a la avidez del ojo que insiste en penetrar la imagen, en Tarkosvki hay un deseo temprano de trascender esa dimensión para traspasar los límites de lo metafísico. Mouriño registra en estos textos un antecedente literario de la visión interior que Tarkovski aplicará y desarrollará posteriormente en toda su cinematografía.
¿Cuál es el equivalente del puctum de estos escritos? ¿Hay un puctum más allá de la imagen? Cada texto de Tarkovski parece modelado sobre un tapiz donde es posible reconocer la semántica de su piadosa visión del hombre especialmente en La primera nevada. Los escritos datan de los años de la intensa formación académica de Tarkovski (1952-1960). El concentrado es un ejercicio de escritura académica que elaboró durante las pruebas para ingresar al VGIK (instituto de cinematografía ruso). Este guión, al parecer, no ha sido filmado pero constituye un prematuro adiestramiento narrativo. Cogito, ergo, sum revela tempranamente una preocupación formal por la construcción de atmósferas metafísicas que enmarcan la opresión existencial del personaje.
La huella de Hemingway se siente en la economía de la escritura, en la concentración de las tensiones y en el tratamiento de los diálogos pero también es posible advertir la presencia de Gogol, Pushkin, Chejov. Los cuentos Felicidad, Carta sin destinatario y La valla suman al profundo tratamiento psicológico de los personajes el imaginario sensorial de un realizador total capaz de poner en plano la emoción escrita sin poses ni aspavientos retóricos. Vivo con tu fotografía es el antecedente literario de su película El espejo (1974). La matriz autobiográfica de este film ha sido ampliamente comentada por su autor. El libro ilustra el texto que Tarkovski escribiera en 1960 con fotografías del álbum familiar. Puede apreciarse la casa del bosque con sus ocho ventanas, un retrato de Tarkovski a los dos años y la foto de su madre sentada en la valla junto a la pradera que recrea en el inicio de la película: Mi madre está feliz. Está sentada en una valla gris y fuma con un aspecto radiante…(…) Con su pesado cabello claro, está sentada sobre una valla de madera. Detrás de ella hay un campo labrado. Es primavera. Vestida con un abrigo corto y una falda larga de cuadros, fuma un cigarrillo. Está a punto de dar una calada, y su rostro no expresa nada más, por lo que se vuelve real y fantástico, como el tiempo, como un momento pasado pero presente…
¿Cómo leer esa frase sin recordar el comienzo de Zercalo con Margarita Terekhova sentada en la valla con su rodete rubio digno de la Madeleine de Hitchcock?
Los Escritos de juventud no pueden leerse sin la presión de un correlato visual cercano a las famosas polaroids que testimoniaron los años del exilio italiano. El uso del lenguaje en esos textos, sin embargo, demuestra que su cualidad literaria parece relevar —otros leerán revelar— un esquema previo de rodaje. Los cuentos bien podrían leerse como tratamientos argumentales brotados de la pluma de un escritor dotado o como pruebas de invención narrativa de un director inspirado. La matriz autobiográfica acerca estos escritos al deseo de fijación de la polaroid. Si —como creía Tarkovski— la creación de una película nace de una visión interior, cada uno de estos relatos parece espejar ese ejercicio de introspección estética ascético y profundo. La cualidad cinemática de esos escritos descansa sobre la construcción de un hilo de tensiones gobernado por atmósferas que reclaman la cámara antes que la escritura nerviosa de un artista incipiente. El marco descriptivo es superior a la fuerza de la acción de sus personajes, prevalece la tendencia hacia un tipo de narrativa débil.
La tensión de estos cuentos proviene —como en su cine— de su particular estilo para templar la percepción temporal de las situaciones. Los escasos poemas que cierran la edición invitan a ser leídos como frases de un montaje abierto a los sentidos donde las palabras proyectan el tiempo difícil de la imagen.
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