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Juan Landi

Los multiversos de Terry Gilliam


Terry Gilliam se cruza aquí con los multiversos de William James. El director de Brazil aparece como un detractor de Leibniz, aquel filósofo del siglo XVII que sostuviera que este es el mejor de los universos posibles. Algo que Gilliam podría discutir a partir del ejercicio de “extrañamiento” que realiza, a partir del cual las cosas conocidas muchas veces se alejan a la distancia de lo siniestro.






“Don Quijote soy, y mi profesión la de andante caballería.

Son mis leyes, el deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal.

Huyo de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía,

y busco para mi propia gloria la senda más angosta y difícil.

¿Es eso, de tonto y mentecato?.”

Miguel de Cervantes Saavedra (1605)


Desde el instante que escuché la teoría de los multiversos en algún momento incierto de mi adolescencia nunca más dejé de imaginar posibles narrativas en las cuales soy protagonista de vidas que no son la que vivo y en la que casi cualquier cosa es posible. La teoría fue postulada por William James allá por 1895, continuada por el físico Hugh Everett en 1957 y desarrollada en la popera década de los ochentas por Stephen Hawking y James Hartle. Los científicos plantean que en el momento del famoso y querido Big Bang, la explosión cósmica de gases condensados no habría originado un único y egocéntrico universo, sino millones e infinitos de ellos que con un margen de error de más o menos 120 millones de años coexisten y se desarrollan junto al nuestro. Algunos de ellos con pequeñísimos detalles de diferencias, otros inclusive con diferentes leyes físicas.


Aunque todavía no existen pruebas científicas para demostrar esta teoría, podemos afirmar que existe al menos una persona en esta versión del planeta Tierra que encontró una cerradura para espiar otras versiones de esta realidad y decidió compartirla con el resto de los simples mortales cual titán que comparte algo sagrado robado a los dioses. Ese ser se llama Terry Gilliam y si alguna vez vieron alguna de sus películas van a saber de lo que les estoy hablando.


En sus composiciones podemos distinguir el elemento de nuestra realidad, historias que nos son familiares, referencias literarias y todo tipo de metamensajes que nos hablan de nuestro mundo, pero entonces aparecen todos esos otros detalles que nos dan a entender que es otro mundo, uno de esos tantos existentes en el multiverso y que nuestro amado Terry los puede ver y nos lo muestra para nuestro festín cósmico.


En este punto del texto se abren ciertas posibilidades, en un principio se me ocurrió referenciar ejemplos para probar la teoría, pero les propongo que hagan el ejercicio de cerrar los ojos y recordar alguna de sus películas favoritas del amigo Gilliam y piensen en esos elementos que estaban ahí y que creyeron que era producto de una imaginación desmesurada o del genio creativo del guionista y el director.


En la última visión nuestro profeta nos muestra la obra cumbre de la literatura castellana, esa que define la bisagra de una era, que quizá muchxs leímos durante nuestros años escolares o visitamos por curiosidad literaria: hablamos, pues, de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, las aventuras de este anacrónico personaje que se sumerge en un mundo de delirio acompañado por su fiel escudero Sancho Panza y su caballo Rocinante.


Y ahí está, delante de nuestros ojos de primates parlanchines, El hombre que mató a Don Quijote (2018), otra prueba más de que los multiversos existen y que el director de cine oriundo de Minneapolis los puede ver y los comparte en formato de celuloide, contraargumentando aquello que planteara Leibniz: «el universo que Dios escogió para existir es el mejor de todos los mundos posibles» (1710).


Todos los elementos de la trama nos son familiares: el cine, la publicidad, el Quijote, Sancho, la chica hermosa e inocente, España y esos paisajes que parecen haberse detenido en algún momento anterior al Renacimiento, gitanos, moros, castillos, villanos, iglesias, fieles y tabernas. Pero entonces empiezan a aparecer esas “anomalías”, magnates rusos excéntricos, refugiados africanos que demuestran que estamos ante la visión de uno de esos millones de universos posibles.


Vemos aparecer al Quijote, quien es una cara conocida del universo Gilliam, ni más ni menos que Jonathan Pryce, a quien viéramos en otras visiones como Brazil (1985), Las aventuras del Barón de Munchausen (1988) y El secreto de los Hermanos Grimm (2005). Entra en escena el nuevo niño mimado de Hollywood, Adam Driver, en la piel de un alter ego del director, quien cual Alicia cae por un agujero sin fin y se sumerge en un mundo de locura.


Quizá no sea lo mejor que nos ha entregado Don Terry de la Mancha, pero siempre vamos a festejar sus entregas y cual fieles escuderos a lomo de burro acompañaremos sus andanzas porque estamos convencidos que esos universos existen mientras exista alguien que los pueda mostrar y que si Dios eligió este universo como el mejor, pues que se lo quede para él, que no cuente con nuestra grata presencia.


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