Este pequeño ensayo tiene el propósito de expresar algunas cuestiones que, como diría Henri Bergson, han producido un pliegue entre cuerpo y espíritu o dejado una marca en la memoria. Ambiciona perseguir esa sensación de cobijo, ese olor que puede transportarnos a una situación del pasado en la que nos hubiéramos sentido, simplemente, dichosos de estar.
El escrito pretende que pueda leerse como ensayo o como una serie de ideas acerca de dos pasiones alegres que habitan la memoria del ensayista: el básquet y el padre. En Argentina, la síntesis de esas dos cuestiones fue una persona que se llama León Najnudel. Anoche, teñido por los colores pasteles de la melancolía, volví a mirar el documental de José Glusman.
Najnudel fue un ejemplo. Mi padre, allá por los años noventa, cuando la pasión de León se reflejaba incluso en superficies ajenas al básquet, me permitió instalar un aro y tablero en el patio de la casa. En general, por aquella época, las y los niños que éramos educados en el fanatismo de la democracia crecimos bajo el halo fantástico de Maradona de México 1986. Y el aro y el tablero que puso mi padre estaba al lado de la cocina, lo que produjo debates de organización familiar acerca de momentos apropiados para repiquetear la naranja o para prender las hornallas. Dos cosas, al parecer, incompatibles.
Por aquel entonces, la voz ronca de Najnudel perforaba el eco de los círculos vernáculos que, por sintetizar, reunía la revista Sólo Básquet. A la distancia, pienso que el término sólo del nombre de la revista distinguía la emergencia de un deporte frente a la hegemonía de otro: el fútbol. Era como un grito de guerra para lograr horas de pantalla televisiva. Luego, el trueno de Najnudel se oyó en los controles remotos o en los botones de televisores analógicos en retirada, que viernes y domingos invitaban a conocer estadios de básquet improvisados en gimnasios y polideportivos de ciudades lejanas. Glusman logra expresar esa inseminación federal de hoteles, whisky, tabaco y café, nada artificial, de Najnudel. Cerca, muy cerca en los botones, la Liga Nacional de Básquet (LNB) fue una alternativa a la National Basketball Association (NBA). Sólo entonces fue posible cambiar a Magic Johnson por Miguel Cortijo presionando un botón del control remoto.
Es superfluo que recuerde partidos de la LNB o de la NBA o, peor aún, los que jugábamos con amigos de la escuela porque el ensayo se volvería voluminoso, ñoño, fofo, emotivo y sensual. Es algo que el básquet no merece. El básquet es un deporte acrobático, coreográfico, matemático, en el que hay poca sorpresa: ganan los que tienen que ganar y pierden los que tienen que perder. Hay roles y modos de saber ocuparlos, hay mucha disciplina y poca alteración. Hay determinaciones naturales que pueden compensarse con indeterminaciones antinaturales.
Enanos insignificantes con resortes en las pantorrillas, bestias vestidas con zapatillas talle 52, eucaliptos australianos inastillables, lungos que no saben hacer un jugo de naranja, pájaros carpinteros que taladran un gran árbol: cada quien, para jugar al básquet, tiene que conocer su rol porque el tiempo corre, juega, se impone como un jugador más.
Un 22 de abril de 1998 León Najnudel abandonó el mundo para inscribirse en la Historia. Como pocos, dejó Cronos para ser Aión. Curiosamente, por aquella época empecé a interesarme más por la filosofía que por el básquet. Mi padre, muy sensible e inteligente y no del todo refractario al básquet, logró catalizar esa enseñanza de León que atravesó la vida de los argentinos. Desde el aro del patio de casa, desde Zaragoza (España) o Cañada de Gómez (Santa Fé) o el Héctor Etchart del Club Ferro de Caballito, su estruendosa voz y la influencia de su convicción personal logró educar a toda una generación que logró el Oro Olímpico ni más ni menos que en Atenas (2004), la polis griega.
Hay que recordar a Najnudel, en tiempos en que Julio Lamas da cátedra acerca de lo que es formar un equipo en el mundo supernumerario del otro deporte, el fútbol. El loco Bielsa asume la dirección de la Celeste y sabe quién fue Najnudel. Timoteo Griguol llegó y profesó en Gimnasia y Esgrima La Plata sabiendo de Najnudel.
El documental de Glusman me ha ayudado a volverme yo mismo. Vibrar otra vez la voz de León.
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