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Foto del escritorMariano Colalongo

¿Por qué esa cara, Bill?


El autor indaga en los conflictos filosóficos que atraviesan The Dead Don´t Die, la última película de Jim Jarmusch e interpreta el sentido construido a partir del personaje interpretado por Bill Murray.




La serenidad para con las cosas y la apertura al misterio se pertenecen la una a la otra. Nos hacen posible residir en el mundo de un modo muy distinto.

Martín Heidegger, 1955



La parsimonia de Bill Murray realza el film de Jim Jarmusch. Un tipo que ha sido un Ghostbuster en la década del 80 aparece como el comisario que debe desentrañar algo “demasiado evidente” para los jóvenes adictos a las TV-series del siglo XXI. Un Apocalipsis zombi comienza en un pueblo de Estados Unidos. Sin embargo, darse cuenta de esta presencia no deseada no es evidente para el gran Bill, quien padeciera los lengüetazos de Slimmer en los 80 y parece estar dispuesto al descanso. Aún así, no darse cuenta es como estar fuera del tiempo, o “no darse cuenta” es darse cuenta que el tiempo pasa de forma trivial y decadente. Manejando el patrullero despacio, teniendo gestos fraternos, Murray es el reflejo de una trama trivial entregada sin dilación a los fans de las historias de zombis y a los del propio Jarmusch, quien se hace cargo de su iconografía post punk haciendo desfilar a Iggy Pop y a Tom Waits como criaturas infernales.


En The Dead Don´t Die todo es previsible, superficial, automático. El patrullero que avanza acompasadamente por las locaciones al inicio es una repetición del film de Romero (1968). La intervención de la policía de Centerville acerca del robo de un pollo es totalmente doméstica y anodina. La canción folk de Sturgill Simpson que escuchan en la radio del patrullero no le hace daño a nadie. La gente que toma café apenas si sostiene una charla chicanera y racista. Bobby, el extraño muchacho que atiende el mercado de la estación de servicio, parece estar “compensado”. La pueblerina vida. Todos saben quién es quién, quién hará qué cosa y cómo vive cada quién. La policía sobra. Todos saben que el granjero Frank Miller (Steve Buscemi) es un estúpido, que Bob (Tom Waits) es el ermitaño inofensivo que vive en el bosque o que la recién difunta Mallory (Carol Kane) era adicta al Chardonnay.


Todo es de una regularidad poco novedosa. Hasta los jóvenes hipsters de Cleveland que llegan al pueblo en un reluciente Pontiac ‘68 sólo tienen la función de mencionar el film de Romero. Entre tanta regularidad y homenaje ritualizado, la única anomalía en el pueblo es Zelda (Tilda Swinton), la excéntrica dama escocesa que vive en la funeraria de Centerville. No hay razón que justifique la existencia de Zelda en el pueblo, más que el capricho de Jarmusch. Por eso su presencia me recordó al último gran film de Jarmusch Only lovers left alive (2013), en el que unos amantes vampiros, gozando de la eternidad y la omnipresencia, se desplazan en el tiempo y en el espacio con total libertad. En aquella película Tilda Swinton era Eve, la pareja vampira de Adam (Tom Hiddleston). Si recordamos que la pareja de vampiros pasa largos momentos viviendo en lugares diferentes, Centerville podría haber sido una escala entre Detroit y Tánger, un momento de la eterna unión y separación de los vampiros, como sucede en algunas obras literarias en las que personajes de tramas fundantes se entrometen en tramas superficiales. El modo en que Zelda desaparece del film explica esta presunción. Es como si Tilda Swinton hubiera sido extrapolada de aquel film de 2013 volviendo, por tanto, a The Dead Don´t Die (2019)una especie de subtrama, subtexto o “comentario”.


No encontraremos grandes novedades. Están Bill Murray, Tilda Swinton, Iggy Pop, Tom Waits… están todos. Están también los clichés del género, apenas renovados (los zombis vuelven a los lugares en que eran felices, van en busca de café, oxicodona, xanax, snickers o wi-fi). Quien no fuera fanático del género ni del director podría aburrirse si no fuera por la presencia poco rutilante de Cliff, el jefe de policía, el gran Bill Murray. Su personaje, al contrario que el de Tilda Swinton, expresa la regularidad hasta el aburrimiento. Pareciera haber sido invitado a una trampa graciosa, haber actuado y filmado su personaje sin conocer el desenlace del guión.


Pero es a través de Bill Murray que el film se vuelve si no novedoso al menos asertórico o interpelativo. ¿Por qué esa cara Bill? Es este aburrimiento el que tiene un efecto de extrañamiento en el film, es un “aburrimiento heideggeriano”, un aburrimiento particular, un “aburrimiento profundo”.

Heidegger es el filósofo del siglo XX que propondrá un rumbo nuevo a la metafísica occidental. Sostuvo que, desde Platón hasta él, la metafísica extravió su rumbo instalándose en “lo ente”, olvidando su pregunta fundamental, que es la pregunta por el ser. Desde allí, el mundo ha devenido imagen, objeto observable, ente manipulable por la razón y el cálculo que se expresa en la ciencia. La ciencia y, como diría Foucault, la “ortopedia social” que la reproduce, han insertado al hombre en una “existencia inauténtica”, que es el tipo de existencia del Dasein –el único ente que pregunta por el ser– cuando olvida, justamente, la pregunta por el ser. Esta idea es central en el pensamiento de Heidegger, desde ella se debe comprender su adhesión al poema como modo de acceso primordial a aquella cuestión olvidada por la metafísica occidental. Se produce con Heidegger, como expone Badiou (1989), un regreso a la “edad de los poetas”; o sea, al momento anterior a que Platón los expulse a ellos y a sus metáforas con el matamoscas del concepto.


Pero además de la poesía, Heidegger mencionó en sus obras ciertas disposiciones anímicas del Dasein que, tras su olvido fundamental, lo abren a una experiencia con el ser. Entre estas experiencias de “apertura” (Stimmung) se encuentran la “angustia”, la “serenidad” y el “aburrimiento profundo”. La angustia (Angst) patentiza la experiencia con la nada. La serenidad (Gelassenheit) es una actitud que el filósofo recomienda en un mundo dominado por la técnica, es “serenidad ante las cosas”, es “apertura al misterio”, abandonar la actitud manipuladora hacia las cosas. El aburrimiento profundo (tiefe Langeweille), que sucede cuando ya no estamos preocupados con las cosas ni con nosotros mismos, es una actitud de “indiferencia” general. Así pues, el aburrimiento profundo, como señala Agamben (2002), puede pensarse como la disposición anímica (Stimmung) fundamental, de la cual la angustia y la serenidad aparecen como reacciones algo subsidiarias de aquel aburrimiento esencial.


Cuando estamos aburridos profundamente no estamos aburridos “de algo”, sino aburridos de todo y por nada, aburridos estructuralmente. Lo que yace debajo de esa disposición de ánimo es la experiencia de la falta de sentido.

Pues bien, Bill Murray expresa ese “aburrimiento profundo” y esa declarada falta de sentido en The dead don´t die. No sólo sus respuestas son mecánicas cuando las cosas ocurren regularmente, sino que al enterarse de que se trata de un Apocalipsis zombi, algo extraordinario en Centerville, tampoco hace gran cosa y se deja guiar por su compañero, Ronnie (Adam Driver), que tiene las marcas de la época, o sea el mismo fanatismo por Sturgill Simpson y las historias de zombis que tienen los hipsters de Cleveland y el freaki Bobby. En efecto son ellos los que interpretan fácilmente algo que nadie comprende: el regreso a la vida de los muertos, mientras que los personajes adultos mayores del film son incapaces de hacerlo.


Bill Murray parece poco motivado en la película de Jarmusch que lo tiene como protagonista. Su actitud, el peso existencial de su mirada, su andar, su hablar pausado, la ausencia de emociones son las marcas de un actor que no parece arrojarse con su personaje sobre la trama sino que permanece impávido en una especie de mutismo escéptico, de interior solipsista que, aunque parezca curioso, es el elemento distintivo de la película. De hecho, Bill no sólo parece transitar un film que padece, también desconoce su final, ese que conoce su compañero Ronnie. De cualquier modo, la secuencia final los encuentra (también Zelda y Bob) en el cementerio en una lucha heroica contra los zombis, lo cual ya no es un capricho de Jarmusch sino del género.


No hay nada nuevo en esta nueva película de zombis, si no fuera esa cosa repetitiva y machacona que expresa Bill Murray, ese aburrimiento que según Heidegger es capacidad de ser llevado al ser frente a la cotidianeidad de “lo-ente”. El cine de Jarmusch es para interpelar desde la filosofía de Kierkegaard, Nietzsche y Heidegger. Ante la repetición y la ausencia de novedad, serenidad, parsimonia a lo Bill Murray. Si algo filosófico tiene este film es eso.


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