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21 agosto, 2017
A pesar de nuestra patológica dependencia, de vez en cuando abandonamos la pantalla y leemos algún libro, como en este caso, sobre la aclamada película de Hitchcock, de una escritora que junta cine, feminismo y psicoanálisis.
Camille Paglia es una intelectual de Nueva York, feminista poco ortodoxa, como puede apreciarse en su libro sobre Los pájaros de Alfred Hitchcock, película que cuenta haber visto en tiempos de su estreno y que le causó gran impacto. El libro forma parte de una colección llamada “La película de mi vida”, donde los autores hablan sobre esas obras que los marcaron hasta la médula y llegaron a cambiar el rumbo de sus vidas. Los pájaros, para Paglia, es una película que habla sobre el rol de las mujeres. Según sus mismas palabras, “una cartografía del retorno de lo reprimido, la liberación de las fuerzas primitivas del sexo y el deseo” en el personaje de Melanie.
Su visión es poco ortodoxa porque ve en la película de Hitchcock, cosa poco común, un manifiesto feminista. Toda la primera parte, en la que Melanie asume la posición de cazadora de hombres, puntualmente de Mitch, a quien investiga y persigue hasta Bodega Bay, muestra la autonomía y el instinto de dominación de la mujer. La autora también habla de una guerra de los sexos, expresada en el par Mitch-Melanie, donde ambos personajes buscan dominar al del sexo opuesto, con las armas de su propio género.
La guerra de los sexos es un tópico que se repite en otras obras de Hitchcock, como por ejemplo en La ventana indiscreta. El personaje de Lisa (Grace Kelly) busca doblegar la negativa de Jeff (James Stewart) a formalizar la relación. Para ello asume el papel de mujer detective, colaborando con él en la investigación, al punto de poner en riesgo su propia integridad física. Él se desespera al ver que ella corre peligro y así es como termina cediendo a su deseo de dejarse poseer. Podría decirse que es la mujer la que termina venciendo en esta pulseada entre ambos sexos.
En Los pájaros la cosa parece un poco más compleja dado que a primera vista Melanie es la que cae en las garras de una familia normal y conservadora, cuando ella es una mujer libre y transgresora. Los pájaros parece el relato de su caída desde el cielo de los dioses a los brazos de una nueva madre protectora (la biológica la abandonó cuando era todavía una niña). Es decir que, en apariencia, su libertad cede al convencionalismo social. En este caso sería una derrota del feminismo. Pero lo complicado del asunto es que, en realidad, el instinto de caza de ella termina predominando. Va a cazar al hombre que despierta su interés y encuentra un escollo que es su madre celosa. Pero terminará ganando la confianza de esta última, aprovechando la situación adversa de pájaros al acecho, logrando incluso que la adopte como nueva hija protegida.
En Hitchcock siempre son complejos los juegos de dominación y doblegamiento entre hombres y mujeres. Nunca pueden ser del todo lineales las interpretaciones, permiten enfoques paralelos, que ven triunfos y derrotas parciales en ambas partes. El libro de Paglia parece advertir esa complejidad, lo que es su mayor virtud, junto con el sincero amor que profesa por una película que parece conocer hasta en sus más mínimos detalles.
Podría ser el corazón de la temática psicoanalítica en el cine de Alfred Hitchcock. El plano simbólico, el del lenguaje, lo hablado, las palabras que ponemos en circulación cuando entramos en relación con los otros, y el plano real, aquellas fuerzas anímicas que subyacen a toda situación “normal”.
La autora también se detiene bastante a analizar una escena del comienzo de la película. La conversación inicial entre Melanie y Mitch en la pajarería, cuando ella simula ser una empleada de la misma y él, como nos enteraremos al final del diálogo, simula que no la conoce cuando sabe perfectamente quién es. Ambos entran al terreno del otro simulando, aplicando una estrategia de camuflaje podríamos decir, lo que empalma con la tesis de Paglia de que entre ambos se da una guerra de los sexos, una primitiva confrontación que responde a las fuerzas de la naturaleza, ambos asumen la actitud de predador del otro.
Este tipo de simulación también se da en la escena de Psicosis, cuando Marion llega al motel y Norman la atiende en la recepción. Ella simula ser quien no es, para evitar sospechas acerca de su huída con dinero robado, y él la manipula para que ocupe una habitación donde poder espiarla. Ambos levantan una fachada discursiva que oculta sus verdaderas intenciones. Esto lleva a pensar en el Hitchcock psicólogo, en el que la autora del libro se detiene, y su manejo diestro de los niveles discursivo y psíquico, separados pero interrelacionados, en cada una de las escenas.
Podría ser el corazón de la temática psicoanalítica, en sintonía con los planteos de Jacques Lacan, en el cine de Alfred Hitchcock. El plano simbólico, el del lenguaje, lo hablado, las palabras que ponemos en circulación cuando entramos en relación con los otros, y el plano real, aquellas fuerzas anímicas que subyacen a toda situación “normal”. La centralidad del erotismo como energía que circula bajo las cuidadas formas de la cultura, son el tema hitchcockeano por excelencia. De la misma manera que Freud, la sexualidad ocupa un lugar central en los planteos teóricos del director inglés.
Rescato una idea de Slavoj Zizec, uno de los grandes artífices de la unión entre psicología y cine, según la cual la madre de Mitch descarga una energía incestuosa en el intento de frenar la consumación del acto sexual entre su hijo y Melanie. Lleva aún más lejos la hipótesis, y dice que la irrupción de los pájaros representa esa energía incestuosa en estado puro: una madre queriendo conservar para sí el amor de su hijo.
Lo interesante del cine de Hitchcock es lo que subyace a cada diálogo. Las fuerzas anímicas que corren en lo profundo, por debajo de la coraza lingüística. Cabe preguntarse cuánto de la mano de Hitchcock determina la genialidad y profundidad de esas escenas. Un guionista, o incluso un especialista en diálogos, como los había en el cine clásico, puede construir una línea discursiva, donde intervienen dos o más interlocutores, y donde cada frase se conecta lógicamente con la siguiente. Pero lo que hace Hitchcock es mostrar el trasfondo de esas conversaciones. Lo que expone es eminentemente visual, son gestos, miradas furtivas, pequeñas incomodidades de los personajes.
Paglia lo afirma en cierto punto de sus reflexiones. La capacidad de observación de Hitchcock, su meticulosidad en los detalles del comportamiento humano, es lo que convierte a su cine en un tratado de psicoanálisis de una profundidad arrolladora.
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