Por Marianela Constantino y Pablo Moreno
Lxs autores viajan hacia el poemario audiovisual de Rosa Teichmann en una exploración duplicada entre el cine y la poesía, y trazan el recorrido de su experiencia en las siguientes líneas.
Virulenta fue escrito con tipografía Courier New 12 y, para quienes vienen del mundo cinematográfico, este detalle no pasa desapercibido. Tampoco pasa desapercibido el hecho de que sea un personaje que vuelve de la muerte quien se encargue de escribir el prólogo…, ni que se anticipe a la lectura una «declaración de principios bajos». La voz autoral emerge de los márgenes y nos pide que se siga una regla, concisa y, diríamos, bien simple (pero sólo en apariencia): cada vez que por entre los versos irrumpa un enlace, la lectura debe seguir necesariamente ese trazado, del verso quebrado a la imagen audiovisual, ida y vuelta. El vínculo no comprime sentidos, ni tampoco facilita su andar errante por líneas y fotogramas: la conexión se establece para que todo el resto se disperse; estallan imágenes contra el muro de las palabras y, allí, en esa confusión de letras quebradas y de fotografías que se ensepian, ascienden los ecos de un grito enardecido, la voz tersa y rebelde de quien retorna al hogar para batallar en una guerra sin nombre. Y así como el día nace de la más oscura noche, del mismo modo la sombra del silencio se hace llama y luminaria. El muro insoslayable del olvido se cae para siempre: detrás está, triunfante, la voz revelada. Rosa Teichmann nos propone jugar con ella. Jugar a un viaje, a escribir una película, con palabras (como un guion), con imágenes (como la poesía y el cine). Una búsqueda, un viaje, una transformación.
Comienza el juego: lxs lectores-espectadores y escribas de esta nota, accedemos al libro digital creado en tiempos de covid-19; acaso la coyuntura vertebral del asunto, ya que este poemario audiovisualizado surge tanto de los rincones íntimos del alma como del ineludible estado de encierro en el que se halla su escritora debido a la pandemia. Ya dentro de la obra decidimos sumarnos al juego, y escribimos así a partir de un recorrido guiado por las asociaciones poéticas que se van levantando. El recorrido que propone la obra es dinámico e inmersivo, convoca a pasar de la letra a la imagen audiovisual, y establece un choque de fuerzas constante, al confrontar la lectura silente de los poemas con el resurgir de extractos audiovisuales, alojados en una plataforma de contenidos tan variada y popular como YouTube. La ambivalencia se materializa, así, bajo la forma del vaivén; en ese ir y venir entre formatos, lo que aúna la experiencia es el contacto con lo indecible, ahí, en la fusión entre versos y fotogramas. A medida que saltan entre formatos y plataformas, lxs lectores pueden colectar (y conectar…) ideas, preguntas, y memoria.
La autora juega con las palabras, moldea sus formas, se abandona a las evocaciones de unas palabras que parecieran dejar rastros ahuecados de aquello que no puede completarse sino mediante el significativo silencio de la hoja vacía. El quiebre de los versos libres inaugura, así, una lógica que se continúa por medio de la intercalación de los videos, que operan como registro de un viaje a la tierra de los ancestros.
Al mismo tiempo, la fragmentación enrevesada de los versos emula el solapamiento de impresiones aisladas, de cuya acumulación se produce la simbiosis asociativa. No se trata de representar a través de las palabras (y otro tanto diremos de las imágenes audiovisuales); el trayecto se aparta de la representación referencial y avanza hacia el abismo de la memoria, tan inasequible como impostergable.
La relación significante se establece en el intervalo, en términos de Vertov. En cada corriente asociativa es posible ir recuperando fragmentos del viaje; con cada nueva oleada, la visión misma del terreno se transforma, transmuta desde la oscuridad anegada hacia los diáfanos rayos de una luz que comienza a destellar sobre las caras iridiscentes de un poema-cristal pulido en confinamiento.
La urgencia de lo que debe ser traído al presente hace precipitar las ideas, pero persiste aún una necesidad de captura que, en el caso de estos poemas, adquiere precisamente el fugaz espesor de aquella imagen-cristal. El vínculo indivisible entre lo actual y lo virtual, en términos deleuzianos, no reside en la oposición especular, sino que se halla en ese germen que condensa la unión con el medio. Y el germen acá se caracteriza, acaso paradójicamente, por su virulencia, por ese estado de alarma y de desazón que amenaza el cuerpo pero que corroe el alma. La duplicidad de medios es, también, una duplicidad en los sentimientos. Por un lado, la mirada retrospectiva en una búsqueda bien concreta, sesgada por las heridas que la muerte inflige en el ser; por el otro, la impronta del mirar hacia delante, en un deseo erótico que libera energías vitales. La lucha ambivalente entre Tánatos y Eros se deja percibir en los latidos de cada poema, en ese todo que se compone de fragmentación, de entrecruzamiento medial y de voces combinadas. La presencia de lo polifónico excede la referencia, pero se nutre de ella; un yo poético encrespado y avasallante cede lugar a una voz íntima y huidiza que apenas es contenida por los límites del encuadre. Cine y poesía se mixturan para crear sentidos, y del emparejamiento brotan los efectos de sentido, entre el movimiento que avanza en reversa y la cristalización multifacética de la palabra vibrante que, en definitiva, hace que surjan las imágenes.
Desde los primeros versos se asoma (o mejor: irrumpe, pues la potencia de la enunciación excede la mera aparición…) un yo poético rebelde y disruptivo, que enfatiza su presencia bajo una triple negación, en caída escalonada verso tras verso —y en negrita, por supuesto, porque el trazo es menos una huella de escritura que la cicatriz del alma que aquélla reconcentra. Pues esa voz, ese yo velado que tan profusamente resurge en la poesía de Teichmann, ofrece los matices y los quiebres que fueran grabados en cada verso; en cada sucesión, así, casi sin quererlo, la ira deja espacio a la búsqueda angustiante, al preguntar inquisitivo.
Las preguntas son explicitadas —mas no así las respuestas, pues acaso no haya ninguna capaz de satisfacer la intrépida singularidad de sus interrogantes: el desafío a la vida, a la muerte y al tiempo, que horada los muros y cubre de polvo las calles. Porque, ¿en dónde habitan las sombras, sino en el resquicio de los versos, en la vibración involuntaria de los planos…?
El cruce con lo cinematográfico arroja con claridad una certeza: cuando el ser arde frente a imágenes demasiado reales para dejarlas ir en palabras, pero demasiado volátiles como para encerrarlas en la captura del ojo cinematográfico, sólo la vivencia poética, flexible y escurridiza, puede salir al acecho de su captación sensible. En aquella suerte de rapto para los sentidos, la imagen adquiere el espesor de un portal iluminado. Un pasillo en sepia que deja filtrar hilos de luz. Hilos para hilvanar las imágenes, los recuerdos y las ideas.
Y el cine. Desde Hidden life al tren de los hermanos Lumière. Desde lo más profundo de la memoria hasta el futuro, a lo que no es, pero que es otra cosa. Una mujer cuelga sostenida de un paraguas, y cómo duelen las costuras; más allá, a lo lejos, un hombre suspendido desde el suyo, pero más alto, inalcanzable: imágenes que vienen de una Europa paterna, golpeada por una de las terribilísimas vejaciones que la humanidad debió soportar, y resuenan en un espacio de confinamiento, en la ciudad de origen de la autora. Pesaj y leche condensada, madre. Un conflicto. La muerte que llega, pero la vida, que insiste, persiste tenaz, hasta los huesos, los huesos aplastados. Esas imágenes recientes contienen sin embargo un tiempo pasado, un tiempo narrado mil veces por un padre. Papá, ¿dónde? Los pies sobre una tierra extranjera que también es propia, como las raíces que el tiempo entierra lejos.
Una callecita de balcones silentes, un padre oculto, un padre huyendo de la guerra. Un padre niño, un padre joven, un padre muerto. La cámara errática busca, anhelante y sin descanso, el lugar, el origen… Ante el desvelo, el cinemático movimiento de un tren que transporta una íntima convicción: la de estar llegando.
Teichmann, R. (2020). Virulenta. [Libro digital]. La Plata, Argentina: Vuelo de Quimera. Puede adquirirse a través del siguiente enlace:
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