En pleno contexto pandémico, estrena The Rental (2020), ópera prima de Dave Franco (tal vez más conocido como el hermano de James): una película de producción indie que nos sumerge en los caminos sinuosos del suspenso y el terror no-fantástico. A través de una apuesta formal que por momentos despliega un estilo voyeurista, nos propone replantearnos nuestras conductas más íntimas y privadas.
Si bien gran parte de la crítica descargó comentarios mixtos hacia este estreno del 2020, lo cierto es que la ópera prima de Dave Franco (el hermano de James, que ya se ha ganado su respeto en Hollywood) representa un debut cinematográfico más que prometedor para el reconocido actor, que aquí toma la decisión de sumergirse en los caminos sinuosos del suspenso y el terror no-fantástico: aquellos rasgos del género que se encuentran alojados en las tensiones más internas y privativas de la vida cotidiana.
The Rental funciona porque está realmente muy bien escrita, a manos de Joe Swanberg (de amplia trayectoria en el cine indie estadounidense, como es el caso). La agilidad narrativa de este relato de suspenso contemporáneo se advierte de entrada, al primer minuto de visionado, en donde conocemos a los protagonistas: Charlie (Dan Stevens) y Mina (Sheila Vand), compañeros de trabajo que mantienen una estrecha y afectuosa relación de amistad, aunque parece ser mucho más que eso. En el comienzo, los vemos sentados y abrazados frente a la computadora de su oficina de trabajo, conversando acerca de la estimulante posibilidad de alquilar una casona espléndida para pasar un fin de semana frente al mar. “Te lo merecés”, le declara ella, con una sonrisa tan exquisita como irrefutable. Luego, hay un cruce de miradas íntimo y cómplice, recíproco, que se sostiene y desvela más de una fluctuación interna entre ellos dos, que podríamos traducir en la más pura tensión sexual. No pasan más de dos segundos y a la oficina de Charlie entra su hermano Josh (Jeremy Allen White), saludando amistosamente con un “Hi, bro” y dándole un beso en la boca a Mina de manera distendida. Todo así de repente, como si nada: en menos de quince segundos pasamos de una pareja sonriente planificando unas merecidas próximas vacaciones, a dos compañeros de trabajo atravesados por una situación más que confusa. El conflicto empieza ahí. Charlie responde con otro “bro” y tras un intercambio fugaz de palabras nos queda clarísimo que Josh es su hermano consanguíneo y que están enamorados de la misma chica. Luego, sabremos que Charlie está casado con Michelle (Alison Brie), y que Josh no sospecha absolutamente nada porque no es tan brillante (ni tan exitoso) como su hermano.. Y esto es, en esencia, el conflicto dramático central que va a predominar a lo largo de casi toda la película. Se instaura de entrada,
Hay algo en ese apuro narrativo, en esa ligereza anticipada, que captura la atención y nos deja en claro hacia dónde va a avanzar la trama: las turbulencias y las tensiones que conllevan a horrores ocultos en la vida cotidiana de dos parejas que parecían convivir en armonía.
Si bien la premisa narrativa es la de cualquier película indie estadounidense que aborda una temática dramática enfocada en cuatro jóvenes post-universitarios (guapos y hegemónicos, por cierto), lo que dota de singularidad a esta apuesta audiovisual de Dave Franco (que tampoco es nada nuevo, pero funciona a la perfección en el marco de su película) es la disrupción o dislocación del género del cual parte.
Es que cuando una película se empecina en llevar hasta un extremo toda esa sobrecarga de tensiones sugestivas que están a punto de explotar, rodeando a un puñado de personajes en un ambiente abismal que se va tornando asfixiante y aprisionador, lo que más deseamos es que el punto de quiebre llegue cuanto antes. Los cuatro protagonistas alquilarán la casona frente al mar, y allí estará Taylor (Toby Huss), el administrador de la propiedad, que rápidamente introduce otra tensión a través de un par de comentarios xenófobos hacia Mina (que es de origen árabe). No obstante, los encargados de hacer efectiva la alteración de ese clima de supuesta armonía, serán la cámara y el punto de vista.
El tono voyeurista de los planos que más destacan en el film (que son aquellos que en primera instancia tildamos de obvios y repetidos, pero que más tarde se resignifican) nos dictamina lo evidente: esos cuatro pecadores están siendo observados y vigilados. Pero esa visión distanciada también nos habla directamente a nosotrxs como espectadores: el desplazamiento formal de ese montaje deliberado, de la puesta en escena de esos planos con punto de vista de cámara subjetiva, nos está sentenciando también a nosotrxs, y es genial que eso suceda (y más aún advertirlo en una película indie estadounidense, por qué no decirlo). Esos planos y esa cámara con su tinte voyeur nos exclama que estamos presenciando los choques íntimos y cotidianos (que incluyen implicancias sexoafectivas y conflictos de pareja) de cuatro jóvenes muy estándar, que se parecen mucho a los debates internos de cualquier joven de clase media. Y nos encanta. Es cierto, nos fascina verlos, y por eso la cámara se encarga de marcarlo y de acentuarlo a través de ese cambio de registro. Acaso nos termina remitiendo a una especie de Gran Hermano estetizado y trabajado desde el drama de lo implícito, de lo que vemos entre líneas porque a simple vista no se ve.
Ahí subyace nuestra mirada, nuestra respiración agitada y compenetrada, que devora la realidad íntima y privada de esos personajes, a la vez que comparte sus secretos reprimidos. Pero se trata de una mirada voyeurista ambigua, indeterminada, no como aquél registro directo que podemos advertir en piezas del género como Actividad paranormal, o los planos subjetivos canónicos al estilo Halloween.
La cuestión de las miradas está planteada desde el inicio, porque nosotrxs asistimos a esa tensión de miradas clandestinas entre Charlie y Mina desde el primer minuto de película, no somos inocentes.
La cámara lo asevera con su sentencia, y nos posiciona en nombre de la identidad aún desconocida de esa presencia implícita que los está mirando. El nivel de acierto formal de esos planos (realmente escasos pero efectivos) confluye perfectamente con lo que viene a plantear la película desde sus aspectos más dramáticos (los vínculos chispeantes que comparten los personajes) y desde sus pretensiones de cruce genérico hacia el final. Lo cierto es que no nos vamos a sorprender cuando esa presencia oculta se termine de revelar y se vuelva explícita, pero qué importa: The Rental ya nos sacudió interna y psicológicamente, al menos un poco.
En el cierre, Swanberg y Franco se juegan por la ambigüedad, a pesar de una serie de titubeos previos donde procuraban revelar algo más, y acaso ya sueñan con dejar todo listo para una posible secuela, que no le vendría nada mal al género actualmente. El recibimiento por parte de la crítica, en general, dirá que The Rental se cobija en rasgos de estilo paradigmáticos de un género gastado que pide reinvención, y que su potencial era mayor si continuaba en la línea melodramática naturalista que sostiene durante su primera mitad (que por más que se trate de cuatro jóvenes yanquis en un lujoso albergue, se nos vuelve extremadamente cercana y empática, por sus problemáticas cotidianas tan bien registradas). Sin embargo, debiéramos reconocer que Dave Franco, lejos de buscar asentarse en moldes de género prefabricados, decide torcer su búsqueda y oscurecer más lo que ya estaba invadido en sombras, lo que ya acentuaba ese clima frío y neblinoso consolidado desde el diseño de fotografía. Aquella primera lectura nos puede hablar de indefinición y de flaqueza en lo argumental para desembocar en una tradición genérica salvadora en el final, pero es ahí cuando la película hace confluir los recursos formales a los que hacíamos mención con la realidad trastocada y exasperante que empiezan a vivir los personajes. Ese choque de géneros al que asistimos en The Rental puede ser un tanto repentino, pero no es una conclusión forzada.
La ópera prima de Dave Franco es efectiva y atrapante, y nos deja intrínsecamente paranoiqueados, en tanto no somos más que seres humanos conviviendo a diario con dispositivos tecnológicos de distinto tipo, que nos mantienen vigilados y que seguramente esconden algún que otro secreto personal bien guardado. Al final, somos slashers de nosotrxs mismxs.
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