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Juan Jorge Michel Fariña

Un film in ompleto


Seamos ordenados. Comencemos por el final. Luego de proyectada la película Avanti Popolo, y con la presencia en la sala de su director, Michael Wahrmann, se abrió entre los presentes una ronda de preguntas.




Abrió un espectador con una consulta técnica: ¿cómo se financió la película? El director explicó que recibió un premio por un corto anterior y con ese dinero filmó Avanti Popolo, rodada en seis días para ajustarse al presupuesto disponible. Agregó que le asignaron un segundo subsidio, el cual todavía no se había hecho efectivo. Una mujer formuló entonces una pregunta verdaderamente sorprendente: si el director estaba esperando recibir ese dinero para completar la película, o la película terminaba así, como la acabábamos de ver. No había una pizca de ironía en sus palabras. Lo preguntó de manera fresca y espontánea, convencida de lo que estaba diciendo. Una vez más, el director respondió sobriamente y el intercambio continuó. Pero nosotros nos detendremos aquí, para permitirnos repreguntar: ¿qué es lo que esta mujer nos estaba diciendo? ¿Qué significa ese reclamo de completud?


Digamos que, en su distracción, la mujer mostraba ser, sin embargo, una espectadora atenta. Efectivamente, la película no termina. Se detiene, como se detuvo poco después del rodaje la vida de su protagonista, el cineasta brasileño Carlos Reichenbach. Como se detuvo ominosamente el periplo de su hijo, en algún punto ciego entre Moscú y Sao Paulo. Como se detuvo la luz en los ojos de quien ya no puede ver la vida proyectándose en medio de una sala oscura.


La forma del film es su contenido: la desaparición es ese rostro detenido en el tiempo, es ese duelo congelado, es esa vida que se perpetúa siempre provisoria en el living de una casa de familia. En la línea de Ausencias, la prodigiosa muestra fotográfica de Gustavo Romano, la película de Wahrmann nos propone una experiencia cinematográfica inédita.


Se trata de una estética lúcida e inquietante sobre un tema estructuralmente imposible: la espera sin fin. Para ello recurre a la poesía de Guillén, a la voz de Daniel Viglietti, a los clásicos de Quilapayún, pero no para solazarse en el mensaje de esas canciones, sino para subvertirlas.


El espectador las redescubre, metamorfoseadas por los sonidos disruptivos de la noche paulista. Se anudan con la trama, como en el inquietante pasaje de la ceguera: ayer vi a un hombre mirando, mirando el sol que salía. El hombre estaba muy serio porque el hombre no veía. Texto que retorna en quien, ante la presencia de un hijo y la ausencia de un hijo, se niega a la luz.

Estamos ante una obra necesariamente inconclusa, y, a la vez, perfecta en su incompletud. Por lo mismo, cierro aquí este comentario, teniendo todavía casi todo por decir de la película. Es madrugada de un oscuro invierno en Buenos Aires, y quiero volver a verla en mi alma antes de que amanezca.

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