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Foto del escritorMariano Vázquez

Violencia, privilegios y vida cotidiana


El autor describe el tratamiento narrativo en tres series norteamericanas que abordan el tema del racismo y analiza sus modos de representación.



El racismo y la discriminación que sufre la comunidad afroamericana en los Estados Unidos está cada vez más presente en las narrativas cinematográficas de la industria cultural de ese país. Películas como 12 years a slave (Steve McQueen), Blackkklansman (Spike Lee), Selma (Ava DuVernay) o Django unchained (Quentin Tarantino) presentan un diverso abanico de historias que en el último lustro llegaron a lo más alto en el reconocimiento de la Academia. Sin embargo, no todo es color de rosa; en la última edición de los Oscars, sólo siete afroamericanos obtuvieron una estatuilla y si bien la ganadora a mejor película (Green book) narra una historia de racismo, lo hace desde la mirada de una minoría blanca, pero blanca al fin. Algo que podría ser definido como whitesplaining.


Netflix tiene alrededor 150 millones de usuarios, opera en más de 160 países y, a tono con los tiempos de la industria, no se queda al margen y tiene una amplia oferta de productos donde se despliegan relatos -muchos de ellos producidos por la propia plataforma- que abordan el racismo en Estados Unidos.


Lo superficial es político


La discriminación, el racismo y la violencia suelen calar más hondo entre los sectores más empobrecidos de la sociedad, sin embargo, las clases altas y sobre todo los jóvenes de las elites, difícilmente puedan esquivar los conflictos raciales. Ese es el foco de la serie Dear white people; en la universidad de Winchester la tensión racial recrudece en el momento en que un puñado de estudiantes blancos decide hacer una fiesta de disfraces invocando a sus ídolos de raza negra. Los universitarios se visten, maquillan y terminan reproduciendo una práctica conocida como blackface.


A mediados del siglo XIX el blackface era utilizado en espectáculos basados en estereotipos sobre las personas afroamericanas. Estos shows incluían burlas sobre sus expresiones, acentos y apariencia. Hace unos meses se filtró una foto que data del año 2001 de Justin Trudeau, el primer ministro canadiense, donde se lo ve disfrazado y maquillado de Aladín. Ese escándalo casi le cuesta la reelección.


El conflicto escala rápidamente en la universidad de Winchester y Samantha White, una estudiante de comunicación, emprende una batalla contra los prejuicios y el sentido común en torno a los negros. Para ello se vale de un programa de radio que sirve como punta de lanza argumentativa. Con el paso de los capítulos esta emisión, que tiene mucho peso al inicio de la tira, queda lentamente relegada para abrir una narrativa coral que trabajará sobre las intersecciones de las historias personales y sus conflictos con la pretensión de dotar al resto de los personajes de una mayor profundidad.


Construida sobre una narrativa que integra a las redes sociales, y con una frescura que sobrevuela la estética de Instagram, en Dear white people la corrección política está camuflada de transgresión. Cada línea en boca de los personajes funciona como un intercambio dialógico entre antagonistas y encierra un espectro de respuestas sobre lo que es el racismo, la violencia institucional y la apropiación cultural, entre otras problemáticas.

El problema que se presenta es que esta bajada de línea fragmenta y debilita el relato de Dear white people y agrieta el verosímil a través de las contorsiones que hace la historia con la única finalidad de forzar situaciones para llegar al mensaje que quiere dar. Sin embargo y a pesar de su enfoque fabulista y de la fina capa de esnobismo con que recubre temas como la homosexualidad, los embarazos no deseados y el machismo, la serie muestra que el racismo también alcanza a las clases altas y habilita la posibilidad de pensar que lo superficial también es político.


El drama como narración política


La noche del 19 de abril de 1989, Trisha Meili corría en la parte norte del Central Park en Nueva York. Del otro lado del parque unos puñado de jóvenes afroamericanos se reunían a pasar el rato. Al cabo de unas horas, la mujer fue encontrada moribunda, víctima de un ataque sexual. La respuesta institucional y policial devino en una brutal redada que terminó con decenas de adolescentes demorados en la comisaría. Con el paso de las horas, muchos fueron liberados, pero cinco de ellos quedaron detenidos y fueron llevados a juicio.


When they see us narra la historia de Antron McCray, Kevin Richardson, Yusef Salaam, Raymond Santana y Korey Wise, conocidos como Los 5 del Central Park. La directora Ava DuVernay recuperó esta historia como parte de un proyecto artístico y político que buscó narrar aquella injusticia y visibilizar la violencia institucional con la noble intención de que estas situaciones no vuelvan a tener lugar.


A lo largo de cuatro episodios la historia reactualiza un debate que aún no está cerrado en Estados Unidos ni en el resto del mundo: la violencia institucional tiene un fuerte componente clasista y racista. Las fuerzas de seguridad son más brutales con los jóvenes y más aún si los jóvenes provienen de sectores vulnerables y son negros.


DuVernay ya habló sobre el racismo institucionalizado en su documental, Enmienda XIII -también disponible en Netflix- que examina el entramado en torno a la raza, el origen humilde de los menores y la obstinación de los funcionarios que desembocaron en su incriminación y encarcelamiento. En When they see us la directora también indaga en cómo las condenas posteriores dejaron una huella indeleble en la vida de los acusados -la mayoría menores al momento de los hechos- y de sus familias.


En la presentación del show, junto a Oprah Winfrey, Ava DuVernay habló sobre lo que la llevó a contar esta historia: Se trata de un sistema que no está roto. Se creó para ser así. Se creó para oprimir, para controlar, para moldear la cultura de una forma específica. Se creó con fines de lucro, con fines políticos y de poder. Y vive de nosotros, de nuestros impuestos, nuestros votos. Vive de nuestra ignorancia y no podemos ser ignorantes. Y ahora que lo sabemos, debemos preguntarnos qué vamos a hacer para cambiarlo.

Una experiencia cotidiana


Atlanta relata el inicio en la industria musical del rapero Paper Boi y de sus dos amigos: Darius, su acompañante, consejero y cocinero, y Earnest, su primo hermano y manager. La serie es una escena permanente donde todo lo conocido se vuelve extraño, donde todo aquello que requiera una explicación no será explicado y donde nada se resolverá de la forma esperada. Portadora de una fotografía que reconstruye una Atlanta real -lejos de la pura esteticidad- y un guión que se aleja de lo frívolo o de una bajada de línea simplona, el racismo es narrado como una vivencia ineludible que, aunque no pueda o no quiera ser enunciada, está ahí, sin solemnidad, en la más cruda cotidianidad.


Parodiando a un talk show o como un drama existencialista; con el ritmo de un thriller o de una comedia de enredos, cada episodio de Atlanta presenta un mundo difícil, plagado de necesidades, avaricia y violencia. Con la incertidumbre como regla y el humor sardónico como un prisma que descomprime lo cotidiano, en esta serie veremos a estos treintañeros atravesar el caos y la desidia para ganarse un lugar en la industria musical y por qué no, en la vida misma.


Donald Glover, productor, escritor y uno de los protagonistas de Atlanta, también se desempeña como músico bajo el seudónimo de Childish Gambino. El racismo y la violencia institucional también están presentes en sus canciones, como se puede escuchar en This is América donde evoca sin prurito problemáticas como la violencia policial, el entretenimiento -como el opio de los pueblos- y la venta libre de armas, todos temas centrales de la actual coyuntura norteamericana.


Estas tres historias describen un escenario donde el racismo es un modo de organizar el mundo; no es presentado como un hecho aislado llevado a cabo por policías violentos o por blanquitos envalentonados, sino que es la manifestación de la forma en la que funcionan las cosas, las instituciones y la sociedad misma. Donde la contracara de la discriminación es un conjunto de privilegios que sirven a los blancos. Estas series también coinciden en el rol que le otorgan a los jóvenes como víctimas y como agentes de cambio. La juventud es vista como un sujeto político donde anida la resistencia -en todas sus formas- pero que lejos de engendrar más violencia, despliega un hilo de esperanza que sin negar esas experiencias traumáticas y sus huellas, se anima a pensar y luchar por otro mundo posible.

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