Luego de la lectura del libro de cine recientemente publicado por Eduardo Antín (más conocido como Quintín), quien escribe más abajo compartió sus impresiones sobre las ideas de un intelectual polémico pero ineludible dentro del campo de la crítica cinematográfica argentina.
Leí el libro de Quintín La vuelta al cine en 40 días. A raíz de su publicación me enteré de que tiene otro libro basado en ciertas conversaciones que el crítico mantuvo con un especialista en vino, sobre todo tipo de inquietudes acerca de esa bebida nacida de la uva fermentada. En La vuelta al cine… el padre de la crítica argentina (así me gusta llamarlo porque creo que en parte lo es), habla de otros proyectos de libro que tuvo pero que resultaron ser empresas imposibles o derivaron en este compacto volumen de casi doscientas páginas y que se puede leer en el transcurso de un mismo día, con pausas para comer e incluso realizar otras actividades.
El primer tema que me surge a partir de la estimulante lectura de este diario de cinéfilo es el de la relación entre el crítico de cine y el libro, no el que lee sino el que escribe. En el caso de Quintín se trata de una relación no del todo fluida tal vez, o que empezó a fluir tardíamente. En tono anecdótico, relata que cierta vez, movido por la fascinación obsesiva que le produjeron los diarios del director Raúl Ruiz, se dispuso a escribir un diario del diario del cineasta, pero rápidamente advirtió que había volcado innumerables comentarios a frases y párrafos, conformando un abultado cuerpo de páginas, para tan sólo diecisiete de un total de mil doscientas. Como hombre de formación matemática, las primeras cuentas mentales le indicaban que esa dinámica de producción no era compatible con un proyecto de carácter finito, filosóficamente y en cantidad de páginas.
El otro libro que quiso escribir y que derivó en el diario cinéfilo planeaba un recorrido por algunos encuentros felices (la expresión es mía) de novelas y adaptaciones cinematográficas. Quintín afirma que es raro encontrar que tanto el libro como su adaptación sean buenas, y le interesaba hacer un ensayo sobre una serie de contraejemplos a esa regla. Quintín es un ávido lector como lo demuestra el hecho de que en los últimos tiempos se haya dedicado a la crítica literaria. Si bien seguía hablando de cine, buscó en los libros, además del genuino placer de leer, dar mayor robustez a una formación intelectual que ingresó en el mundo del cine y de la estética —aunque reniegue un poco de ella— de forma “intuitiva” (voy a volver sobre este concepto que es del propio Quintín). El autor de La vuelta al cine… explica que había elegido ese título para expresar que para él era una vuelta, o regreso, a una materia (el cine) que tenía abandonada como territorio de exploración y análisis sistemático.
Mi primera conclusión es que con este libro el crítico salda una cuenta personal con la crítica de cine, con los críticos y lectores que lo siguen pero seguramente en mayor medida con él mismo, que tenía la necesidad de volcar en una obra de mayor alcance sus ideas sobre el arte que más lo cautivó, al punto de llevarlo a fundar la revista de crítica cinematográfica más importante de la historia argentina a principios de los años noventa.
La pregunta es si el libro alcanza niveles de sistematicidad tales que permitan vislumbrar una concepción sobre el cine o una forma de hacer crítica que sirva como modelo o estímulo. En mi opinión, las pretensiones de Quintín no son tan altas, en principio porque es un intelectual muy humilde, algo que hace que la lectura de sus textos sea muy amena y amigable.
¿Se pude extraer un sistema para la crítica en el diario de Quintín? Creo que su principal aporte es establecer un diagnóstico de situación, del cine y de la crítica. Por supuesto que hay herramientas conceptuales. El libro desborda de intuiciones acerca de cómo pensar y analizar el cine. Pero su mayor grandeza reside, según creo, en sentar las bases para lo que él llama, en la página final y refiriéndose a Bazin, una «crítica serena».
De alguna manera, Quintín da una lección de maestro e invita, con un libro inaugural, a volver a pensar el cine.
Volviendo a un tema que anticipé, y para tratar de aclarar lo inmediatamente anterior, Quintín afirma de sí mismo, y de los que hicieron crítica con él en el contexto de El amante, que es un “crítico intuitivo”. Lo dice para diferenciarse de la crítica actual que, según sostiene, contó con carreras universitarias de análisis de cine y mayores herramientas académicas para el estudio del arte en cuestión. En cierto párrafo del libro, refiriéndose a Game of Thrones, dice que para profundizar sobre ciertos aspectos filosóficos o sociológicos de la serie son necesarios abordajes más académicos, que él sólo puede dar apreciaciones más personales apoyadas en el gusto o la impresión más inmediata.
Personalmente esperaba sus reflexiones en torno al estado actual de la crítica y el lugar de la formación académica, en principio porque la revista de la que formo parte se sirve de las herramientas académicas para producir análisis y reflexiones en torno al cine, y otros temas que indirectamente este último habilita. La mirada de Quintín podría haber sido más hostil frente a un tipo de crítica de la que él mismo se siente algo excluido. Pero no fue así sino todo lo contrario: creo que mantiene una postura abierta y esperanzada frente a la llegada de una crítica que agregue nuevos aportes a “lo intuitivo”, lo que desde mi punto de vista habla de su lucidez y versatilidad para comprender los cambios y, nuevamente, de una humildad digna de admiración.
Me quedo con otra acepción del término “vuelta”, contenido en el título y que el mismo autor explicita: “vuelta” es también “otra vuelta de tuerca”. No sé si en el mismo sentido en que lo usa el crítico, pero la expresión sirve para proponer que la forma de hacer crítica de El amante abrió un primer capítulo y dejó el camino trazado para que nuevas generaciones (los que hacemos análisis de cine tenemos que hacernos cargo de esa invitación) den vuelta la página y encuentren nuevas formas.
Me gustaría cerrar con una reflexión sobre la ontología del cine contenida en el libro. Creo que la metáfora más clara que utiliza para pensar el cine es la del vino. Él habla de la nueva tendencia a buscar vinos orgánicos, sin tanta intervención de máquinas o artificios en la elaboración. Se pregunta si es posible comparar estos “vinos naturales” con ciertas películas que, con menos recursos y sin tantos aditamentos, abren la percepción a experiencias únicas e interesantes. El mejor ejemplo que encuentra de este tipo de cine, y que conoce muy bien, es el de Flavia de La Fuente, su compañera de vida, de cuyas películas ya hemos hablado en esta revista. Que piense los principios de este cine casero, que se sale de los cánones de ese cine comercial que repite fórmulas y de alguna manera produce experiencias vacías, no significa que Quintín, y la misma Flavia, no se interesen por otros muchos tipos de cine.
Creo que el libro es también un muestrario de un gusto desprejuiciado frente al séptimo arte. Empieza hablando de Game of thrones, para hablar luego del cine de Ruiz, de Almodóvar (sometiendo sus propios prejuicios a examen en cada nuevo visionado de una de sus películas), de John Ford y de Jean Renoir, entre otros. Habla también de su adicción al cine policial clásico, con la serie El Comisario Montalbano, en la que encuentra el placer de estar con amigos sin estarlo (crea lazos afectivos con los personajes y sus costumbres) y de viajar (por los callejones y la arquitectura de Sicilia). En fin, su método es la búsqueda de experiencias interesantes que pueden encontrarse en lo novedoso, lo comercial, lo independiente o lo masivo.
El buen crítico de cine es un analista desprejuiciado que en cada película parece partir de un punto cero del pensamiento (a la manera cartesiana) para volver a elaborar su tabla de valores. Critica muchos aspectos metodológicos y hasta de concepción de la crítica actual, pero sin nombrarla, salvo en algún caso muy puntual. Siempre muy respetuosamente y, aunque parezca raro viniendo del polemista de twitter, con ánimos constructivos y profundo amor al diálogo verdadero.
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