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Foto del escritorÁlvaro Fuentes

Zama: justicia de burócratas y premiaciones


Haciendo un uso excesivo de la primera persona, lo que parece más bien un escudo contra posibles achaques, el autor se muestra severo e incisivo con la película argentina que podría competir en los próximos premios Óscar.


En ocasión del estreno de Zama, posible candidata a los próximos premios Óscar en la terna de películas extranjeras, difícil no pensar en Relatos salvajes, la otra película que participó en esa competencia en tiempos en que La Cueva de Chauvet ya existía.


Zama es una película con grandes potencialidades para competir en los Óscar. Me hizo acordar un poco a Silencio de Scorsese, por su profundidad conceptual y su realismo histórico. Un realismo quizás más estricto que el de la película norteamericana, por su ausencia total de épica. Precisamente en esa falta total de heroísmo en el personaje de Zama, reside uno de sus ejes discursivos más importantes. La película de Lucrecia Martel es el retrato de la vacuidad de la historia. Los sujetos de decisión no son héroes sino burócratas sin mayores aspiraciones en la vida, más allá de las ansias de un traslado a España para salir de esa ciénaga social que es la América colonial, como le ocurre a Zama.


Me hizo acordar también a la película de Scorsese en ciertas desmesuras formales. Más allá de los planos clásicos, como los del Asesor letrado con su uniforme, parado en la playa, que parecen pensados para los carteles de promoción, muchas fotos son composiciones extrañas. Con personajes en heterodoxos lugares dentro del plano, generalmente indios o esclavos.


Hay una búsqueda en este sentido, debe reconocerse. La idea es afirmar que los oprimidos de la colonia española eran tenidos como objetos que cumplían un puro valor ornamental dentro del paisaje. Están repartidos desordenadamente en el espacio, esparcidos, en un contexto en que la opresión estaba naturalizada. El caos de los encuadres intenta reflejar también lo caótico de lo real.

Creo que el problema está en mezclar clasicismo, en planos como los ya descriptos de Zama en la playa, con otros más heterodoxos. Hay cierta indefinición formal en ese sentido. Hubiera preferido una fotografía más directa y exclusivamente anclada en el preciosismo de la imagen y la armonía de la composición. La construcción de los planos es heterodoxa, como lo demuestra una escena del comienzo, donde Zama está en primerísimo plano, y una voz en off dialoga con él. No hay plano y contraplano, como en los diálogos del cine convencional. Luego el personaje que está fuera de campo entra a cuadro pasando rápidamente por delante de Zama y yendo hacia el fondo del encuadre a recibir a unos recién llegados al muelle. Martel afirma en una entrevista que eso se hizo reemplazando la estructura de soliloquio de la novela, para no poner una voz en off. La idea era hacer planos cortos del protagonista y voces de otros personajes provenientes de afuera del espacio filmado.


Algo similar ocurre con los lapsus, a los que parece hacer referencia Martel en la aclaración antes mencionada, en que Zama se vuelve hacia su interioridad. Hay una especie de pitido y una disminución del volumen en que hablan los personajes que lo rodean. Como si se sumiera en sus pensamientos. No me convencieron. Menos todavía cuando en cierto momento, mientras la cámara toma a un superior de Zama, un burócrata cínico y arbitrario, se escucha en off lo que serían extraños pensamientos del Asesor letrado. Intuyo que no fue del todo clara la estrategia de exposición de la vida interior del personaje.


En resumen, los esteticismos (entendidos como ciertas transgresiones en lo formal que rompen con la linealidad del relato para producir un efecto emocional) me parecieron un poco toscos, de la misma manera que me ocurrió con la película de Scorsese.


Yendo al tema del ritmo lento de la película, que a muchos molesta, hay que decir algo importante. Está totalmente buscado por la directora. Ya desde La ciénaga se intentaba recrear esa monotonía de la acción para resaltar un tedio constitutivo de la vida. En ese sentido, las películas de Martel son filosóficas. Describen un rasgo de lo existente que determina la vida de los seres humanos. Los miserables móviles que llevan al Asesor letrado a impartir justicia, el hecho de que entre los solicitantes de sus favores haya alguna mujer de su preferencia (las mujeres negras no le gustan), son un excelente retrato de ese tedio en el que vive. Un tópico que está bellamente ilustrado en la película y que es tal vez uno de sus mayores logros.


El otro innegable mérito de la película de Martel es su valor como testimonio histórico. La recreación de época es fascinante. Invita a viajar a un tiempo y un espacio remotos, pero que a la vez son nuestro propio mundo pero en el pasado. Es decir que logra generar extrañeza de nosotros mismos, de nuestras raíces históricas y vergonzantes.


Es un acierto el cambio de ritmo con la decisión de Zama de alistarse en el ejército español, buscando hacer mérito y acelerar su traslado a España. La guerra está prácticamente desprovista de movimientos heróicos, como en la chata cotidianidad del mundo administrativo de la colonia. En el general que comanda al grupo de soldados, en la piel de Rafael Spregelburd, se expresa todo el absurdo de la guerra librada.


El anhelo de llegar con honores a la madre patria y la crueldad sin sentido que mata esas aspiraciones. No voy a contar el final de la película, pero refuerza la idea de una vida signada por el vacío y que llenamos con ínfimas motivaciones, que pueden ser truncadas por la arbitrariedad de los hechos.

La película me pareció valiosa e interesante. Pero me cuesta, como ya dije, no pensar en Relatos salvajes, una obra profunda y sutil en sus conceptos psicoanalíticos y filosóficos, y técnicamente perfecta. Una película a la que no le sobraba nada. Siempre consideré una injusticia que el premio se lo llevara Ida. Habrá que ver con qué películas compite Zama, si finalmente queda entre las ternadas, para volver a evaluar los intrincados senderos de la justicia del gusto.

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