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Foto del escritorÁlvaro Fuentes

Zoe: postales de árboles secos y tecnologías muertas


El autor vio un auspicioso corto platense de ficción, enmarcado en el género distópico, y lo hizo dialogar con las ideas del teórico inglés Mark Fisher, interés que arrastra desde la anterior nota.




El corto platense Zoe, estrenado en junio en Roma en el marco del Fantafestival y proyectado recientemente en festivales nacionales (Fesaalp y Bars), me reconduce a los análisis de Mark Fisher sobre el género distópico y puntualmente a su interés por la película de Disney-Pixar WALL-E (2008).


Si bien el ensayista inglés es muy crítico de la obra animada, ubicándola entre los objetos culturales de lo que llama un “anti-capitalismo integrado”, es decir con un discurso crítico del sistema pero que de hecho le sigue siendo funcional, la asociación me sirve como disparador para pensar ciertos planteos volcados en el interesante corto de Aretha Resenido. Porque indudablemente hay afinidades temáticas entre ambas ficciones. En primer lugar, el mundo distópico que imaginan, donde la naturaleza prácticamente ha desaparecido probablemente por la acción contaminadora del ser humano. En WALL-E las montañas de basura humana parecen haber enterrado todo vestigio de vida vegetal en el planeta, obligando a la humanidad a mudarse a una inmensa nave que orbita en el espacio. En Zoe se sugiere que fue el agotamiento del agua (¿producto de un mal uso por parte de los humanos?) lo que condujo a la muerte de los árboles y, por lo tanto, a un mundo sin oxígeno. En ambas ficciones juega un rol la nueva estirpe de máquinas inteligentes, que enfrentan los intereses humanos incluso buscando su destrucción como especie.


Otra similitud muy grande entre ambas obras es el personaje principal: recicladores de la basura que inunda las calles abandonadas de un planeta prácticamente sin vida, salvo por estos escasos (casi únicos) sobrevivientes. En Zoe se trata de una chica que aprendió a generar oxígeno en el ámbito restringido de su refugio y en WALL-E de un simpático robot cuya función es tomar basura desparramada para formar cubos compactos que se irán apilando en monumentales edificios de residuos, bajo cierto curioso mandato de sus programadores de no eliminar esos despojos y su potencial contaminante (como podría sensatamente esperarse) sino organizarlos en el espacio.


A su vez, el autómata recolector tiene su propia colección de objetos “útiles”, como paraguas rotos y cubos de rubik, que guarda recelosamente en el container donde vive. En su extravagante lógica de acumulación, puede encontrar un anillo de casamiento en una de esas cajitas afelpadas y tirar el anillo quedándose sólo con el envoltorio.

Con una máscara de oxígeno, la joven Zoe también explora la ciudad derruida recolectando cables que puedan servirle para las caseras tecnologías de supervivencia que ella misma diseña y nostálgicos objetos de la civilización desaparecida, como la foto de una vegetación ya muerta. Los espectadores sospechamos que cuando la protagonista era todavía una niña tuvo contacto con el pasto y los árboles, por unos recuerdos inconscientes que la atormentan, acompañados de intensos dolores de cabeza, que la muestran caminando en medio de un bosque tupido. Pero en su presente distópico no sabe lo que son los árboles, como queda de manifiesto cuando trata de describir lo que observa en esa vieja foto a otro sobreviviente con el que se comunica por radio-transmisión (¿o Skipe?). En WALL-E también un resto de vegetación encontrado en la tierra será lo que desate el deseo humano de recolonización del planeta.


Se trata de un cortometraje de una belleza visual y técnica maravillosa, que recrea un mundo imaginario de sorprendente verosimilitud y fuerza poética (se destacan los trabajos de sonido, diseño de arte, fotografía y efectos especiales). Con sus capas de distintas épocas tecnológicas sedimentadas (mecánica y digital), el refugio de Zoe es una poderosa postal de un mundo post-tecnológico.


Fisher describe al personaje de WALL-E como un “hauntologista bricoleur, que reconstruye la cultura humana a partir de una pila de fragmentos”. El concepto de hauntología es recurrente en el pensamiento del analista inglés. Donde mejor lo define es en un ensayo sobre El resplandor de Kubrick, película que considera como un claro exponente de lo hauntológico. Explicado con mis palabras, sería el espacio real asediado por fantasmas subjetivos de futuros imaginados en el pasado. Es decir, las utopías de tiempos anteriores y más esperanzados que, a pesar de ser irrealizables, operan como reducto de libertad en un presente dominado por lo inmediato y lo material. En WALL-E ese pasado fantasmático retorna, por ejemplo, en la forma de una vieja película romántica del cine hollywoodense que el robot proyecta una y otra vez. En Zoe los recuerdos que asedian a la protagonista son, de alguna manera, ese fantasma de un pasado sepultado, la vaga imagen de un paraíso perdido, que impulsa a seguir en la carrera por la supervivencia. Los enmohecidos y descascarados afiches ecologistas, en los corredores subterráneos de lo que alguna vez fue una ciudad agitada, también son marcas fantasmales de ese pasado que insiste en el opresivo presente como voluntad de resistencia.


Pero siguiendo con el tema de estos personajes solitarios que anhelan encontrar un otro, de su misma condición, que les devuelva la humanidad perdida, el corto recuerda a WALL-E, con la llegada del androide Eve, pero sobre todo a otra de este sub-género distópico que es Soy leyenda (2007). Fisher también la menciona en su artículo sobre la animación de Disney-Pixar. En la película protagonizada por Will Smith, el militar experto que el actor encarna está solo en una Nueva York post-apocalíptica, al parecer como único sobreviviente, inmune a un virus artificial que convirtió al conjunto de la humanidad en aterradores zombis sedientos de sangre. Está solo pero mantiene la esperanza de encontrar a alguien en su misma situación y lanza mensajes por radio-transmisor indicando su ubicación geográfica. Finalmente esos llamados son recibidos por una mujer y su hijo, sobrevivientes como él, que acuden a su encuentro.


Se podría ubicar la película El náufrago (2000) en esta tradición de relatos de seres humanos (o no) solos en un mundo hostil o abandonado. Tanto en la película de Tom Hanks como en la de Will Smith, los personajes viven al borde de la locura y, en un gesto de desesperada lucidez, entablan relaciones “humanas” con seres inanimados como la pelota Wilson (El náufrago) o maniquíes dispuestos en un video-club abandonado para dar apariencia de vida social (Soy leyenda). En Zoe la protagonista se comunica con otro joven, al que no conoce personalmente, pero que representa una compañía en medio de la extrema soledad. Los audios de su único interlocutor en el mundo llegan defectuosos, a veces con interferencias, otras con cierto efecto de loop que parece deshumanizar su voz.


Aunque sea por radio, la comunicación humaniza y al mismo tiempo pone en evidencia la potencia deshumanizadora de las hostiles condiciones de existencia que atraviesan los sobrevivientes de la catástrofe.

A diferencia de las distopías mencionadas, el mensaje de cierre de Zoe es menos optimista, algo que Fisher probablemente habría festejado. Se encuentra redención en el abandono de un mundo literalmente irrespirable, bajo el sueño tranquilizador (que sólo será un sueño) de retorno a una naturaleza animada y plena, una nueva infancia del planeta tierra previa a la destrucción y el abandono. Se trata de un cortometraje de una belleza visual y técnica maravillosa, que recrea un mundo imaginario de sorprendente verosimilitud y fuerza poética (se destacan los trabajos de sonido, diseño de arte, fotografía y efectos especiales). Con sus capas de distintas épocas tecnológicas sedimentadas (mecánica y digital), el refugio de Zoe es una poderosa postal de un mundo post-tecnológico. Es una obra que merece ser destacada por su combinación de frescura y profesionalismo, su apuesta arriesgada pero exitosa a un género de mucha complejidad, y por jerarquizar el cine local dándole al mismo tiempo una proyección fuera de los límites de nuestras deshumanizadas diagonales.

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